Ójala pudiese, con mi modesta palabra, expresar lo que siente mi corazón hoy. Cuando se va un ser querido, el vacío que te deja es algo que ni el tiempo puede curar. Te acostumbras, pero sigues sintiéndote incompleto. Lo de hoy es muy superior. Ni las lágrimas tienen fuerza para aplacar este dolor.
No se ha ido un ser querido, se me ha ido mi amigo, mi compañero, mi cómplice, mi empuje, mi fuerza, mi ejemplo. Jorge Aguado no era un hombre cualquiera, Jorge era un manantial de amor que derramaba su fuerza vital a todos los que le rodeaban. Una fuerza vital que, a fuerza de entregarla, le ha abandonado.
¿Por qué? ¡No es justo, Dios mío, no es justo!
Tu me hiciste comprender lo que era entregar sin pedir nada a cambio, tu me enseñaste a vibrar con el arte. Ese arte del que eras un maestro sin alardes, porque te preocupaba más el bienestar de los demás que el tuyo propio. Sinceridad, honestidad, cariño y pasión están unidas por siempre a tu nombre.
¿Por qué? ¡No es justo, Dios mío, no es justo!
Tu me hiciste comprender lo que era entregar sin pedir nada a cambio, tu me enseñaste a vibrar con el arte. Ese arte del que eras un maestro sin alardes, porque te preocupaba más el bienestar de los demás que el tuyo propio. Sinceridad, honestidad, cariño y pasión están unidas por siempre a tu nombre.
Siempre tuvimos la esperanza de volver a gozarte en tu plenitud, pero el maldito virus decidió minarte sin respetar quién eras. Hablar contigo era llenarse de ilusiones, por eso nunca creímos que esto podría pasar. Y se me rompe el alma al recordarte. Así, sonriente, animando, dando vida mientras te iban arrebatando la tuya. Y nosotros, embelesados por tu energía, nos cegábamos a la realidad. Nos queda el consuelo de saber que nunca te han faltado los cuidados de María, esa mujer que te ha acompañado y te ha dado la paz y el cariño que tanto necesitabas.
Tiene suerte el cielo de tenerte en su seno, y allí tendrás toda la gloria que te mereces, gloria que el mundo humano nunca hizo la suficiente justicia a tanta como te corresponde.
En nuestros corazones quedan los bellos momentos que nos has dado, la lección de comprensión y de vida que siempre nos has ofrecido. Me gustaría escribir hermosas palabras, pero nunca serían tan importantes como tu lo has sido para mi. Ni tus ojos nos volverán a mirar de frente, ni tu voz nos volverá a alimentar el alma, pero nos queda tu cariño, que se nos ha quedado grabado para siempre.
Sé que no será la última vez que escriba sobre tí, ni la última vez que hable contigo. Porque hace unos días me decías que ibas a estar en el estreno de mi próximo montaje, y sé que allí estarás, mirándonos desde el cielo. Y a tí dedicaremos la representación, como tantas veces, desde que la cruel naturaleza bajó tu cuerpo del escenario. Tu cuerpo sí, pero no a tí, porque siempre te sentimos a nuestro lado, como te vamos a sentir ahora.
Me quedo con las palabras que nos cruzamos en nuestra última conversación, cuando tu me dijiste "¿Sabes que te quiero, Edu?". Sí, lo sé, y tu sabes que yo también te seguiré queriendo eternamente.
Hasta siempre, Jorge. Descansa, AMIGO.