jueves, 22 de abril de 2010

El dolor de un adiós.


     Ójala pudiese, con mi modesta palabra, expresar lo que siente mi corazón hoy. Cuando se va un ser querido, el vacío que te deja es algo que ni el tiempo puede curar. Te acostumbras, pero sigues sintiéndote incompleto. Lo de hoy es muy superior. Ni las lágrimas tienen fuerza para aplacar este dolor.
     No se ha ido un ser querido, se me ha ido mi amigo, mi compañero, mi cómplice, mi empuje, mi fuerza, mi ejemplo. Jorge Aguado no era un hombre cualquiera, Jorge era un manantial de amor que derramaba su fuerza vital a todos los que le rodeaban. Una fuerza vital que, a fuerza de entregarla, le ha abandonado. 
     ¿Por qué? ¡No es justo, Dios mío, no es justo! 
     Tu me hiciste comprender lo que era entregar sin pedir nada a cambio, tu me enseñaste a vibrar con el arte. Ese arte del que eras un maestro sin alardes, porque te preocupaba más el bienestar de los demás que el tuyo propio. Sinceridad, honestidad, cariño y pasión están unidas por siempre a tu nombre.
     Siempre tuvimos la esperanza de volver a gozarte en tu plenitud, pero el maldito virus decidió minarte sin respetar quién eras. Hablar contigo era llenarse de ilusiones, por eso nunca creímos que esto podría pasar. Y se me rompe el alma al recordarte. Así, sonriente, animando, dando vida mientras te iban arrebatando la tuya. Y nosotros, embelesados por tu energía, nos cegábamos a la realidad. Nos queda el consuelo de saber que nunca te han faltado los cuidados de María, esa mujer que te ha acompañado y te ha dado la paz y el cariño que tanto necesitabas.
     Tiene suerte el cielo de tenerte en su seno, y allí tendrás toda la gloria que te mereces, gloria que el mundo humano nunca hizo la suficiente justicia a tanta como te corresponde. 
     En nuestros corazones quedan los bellos momentos que nos has dado, la lección de comprensión y de vida que siempre nos has ofrecido. Me gustaría escribir hermosas palabras, pero nunca serían tan importantes como tu lo has sido para mi. Ni tus ojos nos volverán a mirar de frente, ni tu voz nos volverá a alimentar el alma, pero nos queda tu cariño, que se nos ha quedado grabado para siempre. 
     Sé que no será la última vez que escriba sobre tí, ni la última vez que hable contigo. Porque hace unos días me decías que ibas a estar en el estreno de mi próximo montaje, y sé que allí estarás, mirándonos desde el cielo. Y a tí dedicaremos la representación, como tantas veces, desde que la cruel naturaleza bajó tu cuerpo del escenario. Tu cuerpo sí, pero no a tí, porque siempre te sentimos a nuestro lado, como te vamos a sentir ahora.
     Me quedo con las palabras que nos cruzamos en nuestra última conversación, cuando tu me dijiste "¿Sabes que te quiero, Edu?". Sí, lo sé, y tu sabes que yo también te seguiré queriendo eternamente.
     Hasta siempre, Jorge. Descansa, AMIGO.


domingo, 18 de abril de 2010

Hoy comemos... ¡Menestra!


     Hacia las 19:15 salimos de casa para degustar el plato que nos habían preparado Menestra Company. Cuando vas a un sitio que no conoces conviene salir con tiempo por si te enredas en una madeja de calles de la que cueste salir y luego llegas tarde al teatro. No es agradable para un actor ver sombras que entran y salen del patio de butacas durante la representación. ¿Da miedo? Pues no, pero es un poco desconcentrante (no existe la palabra, pero se debería instituir porque es más específica para casos como este que la admitida desconcertante, ya hablaremos de ello). Y desconcentra tanto como el sonido de un móvil. Que, por cierto, no sonó ni uno. Bravo por el público del Centro Cultural José Saramago de Leganés.
     El caso es que llegamos un poco pronto, pero así nos dio tiempo a conocer el entorno y entrar en situación, como el que espera a la puerta de un restaurante. 
     Entramos; por la puerta equivocada, eso sí, y después de estar dentro preguntamos: "¿dónde se compran las entradas?" "Ah, bueno, eso es en la otra parte del centro." Salimos, entramos por la otra puerta y cogimos las entradas. Vimos una puerta que daba al recibidor (me niego a decir hall o "jol") de la primera entrada, y allí nos dirigimos. Una voz a nuestras espaldas se escuchó: "señores, por ahí no se puede, tienen que salir y volver a entrar desde la calle". Volvimos a salir a la calle y, como unos respetables espectadores, entramos por la entrada del primer intento; entregamos las entradas, saludamos, fuimos saludados muy afablemente por los empleados del centro y nos dirigimos a la sala del teatro. Esta entrada sí fue triunfal.
     Así, entre para adentro y para afuera, consumimos los minutos que quedaban para el comienzo de la función. 
     Desde antes del inicio los ánimos del público estaban predispuestos para pasarlo bien. Fue graciosísima la reacción de los espectadores cuando se anunció por megafonía "se prohíbe tomar fotografías o la grabación de esta representación..." Todo el público se giró hacia el chico que manejaba una cámara de vídeo en un trípode. A lo que él, entre apabullado y divertido, contestó "yo tengo permiso". Risas generales. 
     Se apagan las luces de la sala y comienza el espectáculo. Guisante, Zanahoria y Calabacín hacen acto de presencia, como venidos de un onírico mundo, para pasar una serie de pruebas que les harán aptos o no aptos para formar parte de nuestro mundo. El director del proyecto les orienta hacia lo que será una serie de situaciones entre surrealistas, desternillantes y disparatadas. Risas, carcajadas, y alguna que otra sorpresa se suceden a lo largo de la representación. No voy a contar cada uno de los "esqueches" de la obra, pero puedo decir que están cargados de ingenio y de arte. Para todos los gustos y para todos los públicos. A mi me encandiló especialmente el de la gabardina que me recordaba al teatro negro de Praga, pero sin fluorescencias ni oscuridad. Dos actores dando vida a una marioneta-gabardinaconsombrero donde ellos pasaban desapercibidos para hacernos creer que era el objeto inanimado el que actuaba en aquellos momentos. La gabardina estuvo muy bien, pero sus manipuladores tenían todo el mérito en la sombra. 
     En un suspiro llegamos al final donde, como cada vez que colaboro en un espectáculo, no puedo evitar sentir los nervios ante mi intervención. Porque en esta obra también intervenía yo, aunque fuera con un personaje en off. Y en aquel momento me entró el miedo y pensé "que no tenga un lapsus, por Dios, que no me pare". Y no me paré, lo solté todo tal y como lo tenía grabado. Es la ventaja de este tipo de papeles, y la desventaja también, porque no hay posibilidad de rectificación. 
     Acabó la función, pero no el divertimento. Porque después de esperar media hora en la puerta del teatro, nos informaron de que los actores estaban esperándonos en la parte trasera del centro (¡qué centro, con tantas entradas y salidas!). Cañitas, conversación y la comunión de siempre entre compañeros conocidos y acabados de conocer. 

¡Qué auténtica es la gente de teatro!