miércoles, 29 de diciembre de 2021

En ocasiones descubro personas

 


     Hay veces que captas algo difícil de describir en ciertos seres humanos. Y, con el tiempo, te vas dando cuenta de que delante tienes alguien a quien comprendes perfectamente, mucho más allá de su personaje o su rol público.

     Así me pasó con Ángel Martín.

     Mi risa se hizo amiga de su humor, y yo me hice adicto a su retranca en «Sé lo que hicísteis». Quizá porque sentía que debajo de los gags y su forma de administrarlos había una sensibilidad fuera de la norma y cercana para mí. A través del tubo catódico (y luego el plasma) captaba algo más que el show televisivo.

     Luego tuve la suerte de trabajar con él, mano a mano, y comprobé qué es lo que ocurría. Nos reíamos igual, nos quedábamos serios igual, nos llegábamos a ilusionar igual. Yo le admiraba y sentía que él también me daba su parte de admiración.

     Después me contó sus ganas de hacer teatro hasta el punto de desplazarse (para mi sorpresa) para verme actuar en una ciudad al sur de Madrid. Intercambiamos opiniones de lo maravilloso que resultaba un escenario con los espectadores respirando al ritmo que tu les marcabas. De lo que quemaba la televisión y lo que apetecía estar cara a cara con el público. Por eso me sentí muy feliz cuando lo vi, al poco tiempo, en el teatro con el musical «Nunca es tarde». Brillaba y me llenaba de gozo el verle allí arriba.

     También colaboré en alguno de sus programas de televisión y de radio. Y siempre tenía la tranquilidad de que su complicidad me colocaría en el lugar más generoso. No somos amigos, pero creo que hablamos el mismo lenguaje.

     Por eso, cuando he encontrado su libro, no me ha sorprendido lo que cuenta en él. Esa locura solo está reservada a los genios. Le entiendo, y algo me dice que lo que le ha pasado yo ya lo sabía.  Es esa conexión que no se puede explicar.

     Por eso, creo que descubrí al Ángel Martín auténtico hace bastantes años. Y me declaro admirador del artista, pero más de la persona.




 


martes, 28 de diciembre de 2021

Cuánto duele la vida

 


     Mientras el coro de grillos aserra el ocaso para aplastar el silencio, camino entre la maleza de un olvido recordado. ¿O es un recuerdo olvidado?

     Pocas palabras quedan ya en el zurrón de vagabundo del asfalto. Una sonrisa fugaz y marchita se ha aposentado en mi cara, ocultando pudorosa un rostro de niño envejecido.

     Veo el mundo pasar, feliz de su infelicidad, encantado de su desencanto. Saetas de dientes afilados y ojos que se deshojan, se han clavado en las almas colgadas de los árboles.

     Sólo queda la noche, rodeada de estrellas fugaces, con las manos forradas de guantes de oro repujado, en brazos que se empeñan en convertir las caricias en zarpazos bienquistos.

     Y una canción parece observar lejana, entre las sábanas negras del cielo; allá, donde el sonido parece olvidar su velocidad y se enmaraña entre las hebras desenhebradas de las nubes.

     Es cuando sueñas verdades que no se hicieron realidad, cuando escuchas voces que nunca se dijeron, cuando lo que es jamás ha sido. Cuando duele la vida.