sábado, 4 de marzo de 2023

Un personaje me ha robado el alma.



Ha vuelto a pasar.

     Estar adaptando un guion, llegar al diálogo de tu personaje y darte cuenta de que está contando tu propia vida. Que no puedes ensayar con serenidad esas frases porque son las que, perfectamente, podrías estar diciendo tú, en tu momento vital. 

     Da escalofríos. Como un pellizco en el centro del estómago que te hace encogerte, impresionado por tanta coincidencia. Y salta la lágrima. ¿Es posible que esto esté pasando? Pues sí, no es la primera vez. Es como si estuviera contando mi vida, como si me tuviera que desnudar con la voz para expresar, a través de un personaje, lo que realmente siento. El destino te lleva por caminos que ni tú mismo imaginabas, y te incluye en historias ficticias para contar tu realidad verdadera.

    Pero creo que esa es mi misión en la vida: contar historias, aunque alguna tenga tintes de la mía. Nadie lo sabrá, solo yo. Para el público será una escena en una película y algo percibirá, pero no llegará a conocer que quien lo está diciendo siente exactamente igual que su personaje. 

     Porque no todos los personajes piensan lo que el actor. De hecho, es más fácil cuando son diferentes a la psicología del actor. El pudor puede ser un enemigo a la hora de mostrar emociones. 

     Tengo ganas y a la vez miedo de que llegue el día en el que tenga que pronunciar esas palabras, porque no sé si mi cerebro será capaz de pensar mientas mi corazón toma el dominio de mi voz. Pero esto es ser actor, y toca seguir.

     Maravillo y misterioso, el mundo de la interpretación.



viernes, 13 de mayo de 2022

Ya no estamos para competir.


La experiencia y la edad te dan esa perspectiva desde la que no trabajas para demostrar nada. Si tenías que hacerlo, ya lo hiciste. Y con la tranquilidad de que has lidiado en batallas más o menos duras y has obtenido grandes logros. También algún fracaso, que ha servido para establecer la distancia entre lo común y la excelencia.

Por eso, ahora cuando observo esas ganas de algunos y algunas de medirse el pito o los ovarios, y de marcar territorio donde no tienen posibilidad de competencia, me dan mucha pena. E incluso me hacen sonreír. Cuando veo que algún actor, actriz, supervisor o incluso técnico, intentan ponerse por encima de mi experiencia, ya no tengo ni ganas ni necesidad de hacerles ver su error. Si no lo ven ellos mismos, no merecen que malgaste mi tiempo. Como el seat Panda que pretende echar una carrera a un Audi Quattro.

También he comprendido que sé hacer doblajes excelentes si se dan las circunstancias (actores, técnicos, sala, producción) y que, si algo de esto falla, a lo menos que llegaré es a hacer un buen doblaje. Pero ningún actor arruinará mi trabajo por muy poco interés que le ponga. Peor para él, porque de estar sublime se quedará en resultar «efectivo». Pero mi trabajo tiene el suficiente bagaje como para no ser de mala calidad. Para otra ocasión ya sé qué instrumento desafina en la orquesta y elegiré en consecuencia.
A estas alturas de mi vida, no voy a medírmela con nadie, y quien no tenga el débito respeto a mi figura como director, se llevará algo peor que mi cabreo. Se ganará mi indiferencia. Y eso es como el cocinero al que desprecias: nunca te ofrecerá su cocina más exquisita. O como el peluquero del que te burlas, no esperes que haga maravillas con tu pelo.
Solo entrego a quien quiere recibir, y me quedo tan tranquilo.





miércoles, 29 de diciembre de 2021

En ocasiones descubro personas

 


     Hay veces que captas algo difícil de describir en ciertos seres humanos. Y, con el tiempo, te vas dando cuenta de que delante tienes alguien a quien comprendes perfectamente, mucho más allá de su personaje o su rol público.

     Así me pasó con Ángel Martín.

     Mi risa se hizo amiga de su humor, y yo me hice adicto a su retranca en «Sé lo que hicísteis». Quizá porque sentía que debajo de los gags y su forma de administrarlos había una sensibilidad fuera de la norma y cercana para mí. A través del tubo catódico (y luego el plasma) captaba algo más que el show televisivo.

     Luego tuve la suerte de trabajar con él, mano a mano, y comprobé qué es lo que ocurría. Nos reíamos igual, nos quedábamos serios igual, nos llegábamos a ilusionar igual. Yo le admiraba y sentía que él también me daba su parte de admiración.

     Después me contó sus ganas de hacer teatro hasta el punto de desplazarse (para mi sorpresa) para verme actuar en una ciudad al sur de Madrid. Intercambiamos opiniones de lo maravilloso que resultaba un escenario con los espectadores respirando al ritmo que tu les marcabas. De lo que quemaba la televisión y lo que apetecía estar cara a cara con el público. Por eso me sentí muy feliz cuando lo vi, al poco tiempo, en el teatro con el musical «Nunca es tarde». Brillaba y me llenaba de gozo el verle allí arriba.

     También colaboré en alguno de sus programas de televisión y de radio. Y siempre tenía la tranquilidad de que su complicidad me colocaría en el lugar más generoso. No somos amigos, pero creo que hablamos el mismo lenguaje.

     Por eso, cuando he encontrado su libro, no me ha sorprendido lo que cuenta en él. Esa locura solo está reservada a los genios. Le entiendo, y algo me dice que lo que le ha pasado yo ya lo sabía.  Es esa conexión que no se puede explicar.

     Por eso, creo que descubrí al Ángel Martín auténtico hace bastantes años. Y me declaro admirador del artista, pero más de la persona.




 


martes, 28 de diciembre de 2021

Cuánto duele la vida

 


     Mientras el coro de grillos aserra el ocaso para aplastar el silencio, camino entre la maleza de un olvido recordado. ¿O es un recuerdo olvidado?

     Pocas palabras quedan ya en el zurrón de vagabundo del asfalto. Una sonrisa fugaz y marchita se ha aposentado en mi cara, ocultando pudorosa un rostro de niño envejecido.

     Veo el mundo pasar, feliz de su infelicidad, encantado de su desencanto. Saetas de dientes afilados y ojos que se deshojan, se han clavado en las almas colgadas de los árboles.

     Sólo queda la noche, rodeada de estrellas fugaces, con las manos forradas de guantes de oro repujado, en brazos que se empeñan en convertir las caricias en zarpazos bienquistos.

     Y una canción parece observar lejana, entre las sábanas negras del cielo; allá, donde el sonido parece olvidar su velocidad y se enmaraña entre las hebras desenhebradas de las nubes.

     Es cuando sueñas verdades que no se hicieron realidad, cuando escuchas voces que nunca se dijeron, cuando lo que es jamás ha sido. Cuando duele la vida.




viernes, 8 de enero de 2021

Esos momentos íntimos.


    Interpretar es emocionarse, abrir el corazón y romperte en pedazos para los demás.

    En cierta ocasión, un compañero, al que admiro especialmente, me dijo tras verme en una representación de teatro "¡cuánta generosidad, te has quedado vacío!". Me pareció el piropo más bonito que he recibido.

    Ser actor también es vivir cada día con tus miedos, tus inseguridades, tu pasión, tus deseos y tus frustraciones. El público debe recibir el resultado de nuestro trabajo, pero nosotros tenemos que comernos nuestras angustias en la intimidad. Por respeto al espectador, hemos de dar siempre el cien por cien, aunque nuestras fuerzas flaqueen, nuestra alma esté rota o la justicia nos niegue su mano. Somos actores aunque no tengamos escenario, aunque actuemos sobre una baldosa y sin público.

    Por eso hoy me he emocionado en la intimidad de una sala de doblaje al ver a un compañero cómo soltaba su angustia sin poder contener sus lágrimas mientras decía "con lo hermoso que es esto, ¿por qué hay gente que lo prostituye? Hoy sí, hoy me voy lleno, porque me siento actor de verdad". Ha costado seguir, pero después de tragarnos la rabia, hemos vuelto a meternos en nuestros personajes.

    No diré su nombre, porque esto se queda para nosotros, pero me ha hecho muy feliz y quiero que todos sepáis que, aunque nuestra profesión es muy bonita, nuestras lágrimas también forman parte de nuestro gozo. El éxito y el reconocimiento es lo que llama la atención desde fuera, pero nuestra grandeza está en nuestro proceso más íntimo.

    Hoy, aunque a veces lo dude, siento que no he desperdiciado mi vida.




domingo, 16 de agosto de 2020

Una vez te soñé, vida.

 


Una vez te soñé, vida.

 

Tenías los ojos azules de mar

y las manos de hojas de otoño.

Sonreías con picardía

desde la esquina de un callejón,

con la morbosidad de quien se sabe ansiada.

Parecías llamarme con tus dedos

adornados de perlas y flores.

 

Fui a ti

y me encontré con la luz de un farol en la noche,

con sus rayos cayendo en ducha fría.

No se veía nada más allá

del círculo formado bajo aquel fulgor amarillo.

 

Desperté y te perseguí, vida,

mientras esparcías olor a jazmín

que se esfumaba a tu paso.

De vez en cuando volvías la cara

y me mirabas insinuante.

Mis labios querían hablarte,

pero las palabras se quedaban

pegadas al esternón,

sujetando un corazón

que nadaba en lágrimas allí dentro.

 

Te esperé y pasaste de largo.

Corrí tras de ti y apurabas el paso.

 

Tu estela balanceó mi barca

a punto del naufragio.

Pero aguanté y, aunque alguna vez caí,

conseguí no ahogarme.

 

Y ahora te veo, bailando a mi alrededor,

con tus velos de seda brillante

y tus manos extendidas,

en esa danza esquiva que acaricia sin tocar.

 

¡Cuánto te he echado de menos, vida!



 

domingo, 3 de mayo de 2020

No me soporto




No me soporto
cuando me meto en las conversaciones de otros para demostrar que soy más inteligente que ellos.

No me soporto
cuando  acepto un regalo de quien abusa de mí laboralmente.

No me soporto
cuando solo me preocupa sumar un extra a unos buenos ingresos, sin pensar que eso podría hacerle falta a otro compañero .

No me soporto
cuando menosprecio a alguien porque considero que no tiene mi nivel cultural.

No me soporto
cuando solo contesto a un saludo después de asegurarme de quién es el que ha saludado.

No me soporto
cuando ridiculizo a otra persona menos versada que yo en alguna materia.

No me soporto
cuando desprecio a alguien porque su estilo no es refinado y elegante.

No me soporto
cuando selecciono a las personas que me pueden reportar beneficios.

No me soporto
cuando reparto trabajos pensando en que me puedan devolver el favor.

No me soporto
cuando hago favores calculando la contrapartida.

No me soporto
cuando me hablan abierta y sinceramente y contesto con falsedades.

No me soporto
cuando veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

No me soporto
cuando odio al que triunfa más que yo.

No me soporto
cuando miro hacia otro lado si la injusticia no me afecta directamente.

No me soporto
cuando rechazo todo lo que no tiene que ver con mi círculo social.


No me soporto
cuando olvido las reivindicaciones al olor de un caramelo.

No me soporto
cuando me equivoco y luego se me olvida la palabra perdón.


Por eso me llevo tan bien conmigo.





lunes, 17 de junio de 2019

El reencuentro de una despedida




Caminar de goteo incesante 
que golpea nuestros oídos,
y convierte nuestros pasos
en lluvia.

Nuestro niño futuro
tiende su mano y suplica,
en palabras de nácar,
una paz que se entierra
y ahoga nuestra respiración.

Y, plantando una sonrisa gris,
recogemos con la mirada,
plagada de pliegues de nieve,
ese deseo de libertad
y de nuevo futuro.

Dejamos fluir con el niño
las raíces de nuestro dolor;
que se hunden hacia un lugar
soñado e inexistente.

Entonces, en un mar de olas,
que entrelazan la cintura;
besamos nuestros anhelos,
soltamos nuestro pasado
y hacemos brotar el presente.




domingo, 8 de abril de 2018

Sin venir a cuento



Personaje sin cuento,
sin camino, hacia el viento,
sin atuendo,
suaves luces.

Cruces produces, abduces,
enluces, induces, deduces,
cauces nuevos introduces.  

Cosiendo carreteras
en pespuntes discontínuos
de líneas en el asfalto.
Amasando rayos de sol
entre las hojas de marzo.

Gritos lejanos,
susurros de la herida,
escalofrío en la piedra
y en abrazos de la hiedra.

Dos palabras
en el tronco de una higuera
luchando por desprenderse
en latidos de madera.

Dibujando corazones
con el fuego de una hoguera
entre la simiente del trigo.

Silencio,
truenos de sonido umbrío
relámpagos de brillo negro
y el amanecer de un sueño.

Sin venir a cuento,
sin que haya un lamento,
sin perder el aliento,
siento, miento, pierdo,
acierto, me desoriento,
el concierto escucho atento
y despierto el conocimiento.

Personaje sin equipaje,
extraje sin ambages su coraje.




domingo, 14 de mayo de 2017

El lento paso del funambulista




     El circo de la vida.

     Cada día un nuevo lugar, un nuevo camino.
     Montar, desmontar, embarrarse y lucir.

     Nunca fui artista de pista, alterné mis equilibrios con la carga y descarga. Y subí al alambre, lejos del sólido suelo que desde aquí arriba se convertía en lejanía mortal.

     Funánbulo cegado por los focos y de rostro anclado en la lejanía, asegurando cada paso en el incierto equilibrio.
     Cada noche entre la concentración y la soledad del vacío.
     Murmullos distantes y aplausos anónimos, espesados por la carpa del circo. Sin manos que te afiancen en el terrible vacío, sin susurros de ánimo en la oquedad del aire.

     Y, al acabar el número, vuelta a la caravana de luces antiguas, de recuerdos colgados y nervios doloridos.

     Otro día más, otra plaza más.

     Desmontar y cargar, mano a mano con el resto, con los cansados de faenar, con los que esperan su oportunidad y algunos menos de los repletos de gloria. 
     Un mosquetón que cambiar, un soporte que está a punto de fallar. Asegurar la próxima función. 

     Vuelta a la carretera. El antiguo coche parece pedir socorro entre sonidos inarmónicos e inéditos hasta ahora. Pero no te abandonaré, en el siguiente destino curaré tus entrañas. 

     Porque nunca fui hombre de autobús.
     Siempre fui un funambulista de señera travesía por el alambre.




miércoles, 22 de marzo de 2017

Enlazados



Hay amores mortales.
Amores vitales

Amores virales
Amores inanes

Amores imanes
Amores  desprendidos

Amores destino
Amores incertidumbre

Amores de lumbre
Amores apagados

Amores apacibles
Amores convulsos

Amores convencidos
Amores inciertos

Amores aciertos
Amores frustrados

Amores fructuosos
Amores estériles

Amores estéticos
Amores groseros

Amores primeros
Amores finales

Amores filiales
Amores extraños

Amores extraordinarios
Amores comunes

Amores completos
Amores truncados

Amores triángulo
Amores de dos

Ay, amor, eres Dios.




domingo, 27 de noviembre de 2016

La vida es ir pasando

La vida es reir, llorar, alegrarse, sufrir, suspirar y tocar fugazmente las chispas de la felicidad.
Tejiendo cada momento, disfrutando cada instante y tratando de comprender, a veces, lo incomprensible.
Comprender que estamos de paso, como muchas personas que, cuando ya no pueden exprimirte más, quedan atrás, a un lado del camino. Incluso convirtiéndose en tus enemigos. Pero nunca arrepentirse de los favores hechos, ni del cariño entregado, ni del tiempo regalado. Seguir sin mirar atrás, sin reclamar nada. Lo que has hecho lo has hecho con el alma y esa es la riqueza que te alimenta.
Cada zancada es importante, cada semilla es la oportunidad de una hermosa planta. Aunque, en ocasiones, algunas semillas no germinen. Pero no dejar de sembrar, no dejar de cuidar la tierra. Porque es fácil que un brote se malogre, pero el agricultor cuenta con ello y planta suficientes semillas para que siempre queden matas que sobrevivan.
Y mantenerse en el lugar que tantos esfuerzos te ha costado, sin rendirse, sin olvidar seguir aprendiendo cada día, de cada sabor que nos da la vida.
No acostumbrarse, no dormirse en el logro, disfrutando de cada nuevo reto, por difícil que parezca. Y aguantar ahí arriba, sujetando bien las bridas para evitar la caída.
Y caminar por senderos, avenidas, alfombras y pedregales sin perder el equilibrio. Sabiendo que tus pies no dudarán en el siguiente paso, a pesar de las heridas y el frío.
La vida es ir pasando.

domingo, 8 de mayo de 2016

El chico que acunaba a los grillos


     Entre las hojas de una mañana de sudor tibio, arrastraba los pies descalzos el distraído Tuck.
     Una noche más había acariciado las estrellas entre los suspiros de las nubes.
     Nunca fue demasiado frío para su corazón, ni demasiados vacíos para sus ojos.

      Unas mariposas dibujaron recuerdos en la oscuridad de la noche, arrastrando el fulgor de guiños no descubiertos, de palabras perdidas debajo de mares de olas bienquistas.
     Y así, noche tras noche, se empeñaba en encontrar nuevos vuelos de águilas desplumadas y cadenciosos maullidos de gatos sin uñas.

     Ponía su sonrisa en la corteza de un árbol inclinado hacia el infinito, que hundía sus raíces para alimentar la tierra con su savia, llevando la contraría a la misma natura. Allí no había reglas; los peces cantaban su aria de besos secos, las comadrejas se entretenían en tejer mantos de espigas para el viento, los arroyos se detenían asomados al infinito desde las rocas del manantial y los pájaros fabricaban ramos de destellos con las colas de los cometas.

     Tuck abrirá los brazos y llenará sus pulmones de los aromas de la mañana antes de volver a su nido hecho de pétalos de horas azules donde se hundiría en otro profundo sueño a la espera de un nuevo atardecer. Y entonces, volverá a saludar al fuego de la tarde, mientras hunde sus ojos bajo su sombrero de hojas. Dará la bienvenida a la luna que juega al escondite y acunará, como cada anochecer, a los grillos.






sábado, 6 de febrero de 2016

Poco a poco



     Todo cambió aquella noche en la que Bruno no podía dormir. El tintineo del pestillo de la ventana hizo que se revolviese en la cama y viese allí a aquel muchacho. No se asustó, no tuvo miedo. Algo le resultaba familiar y le daba confianza.

     Adis, le dijo el visitante que se llamaba. Y Bruno sintió que le resultaba muy afín, un chico de su edad, tranquilo como él, incluso con sueños parecidos. Lo que comprobó después de charlar un rato con él.
     Adis permaneció sentado al fondo de la habitación hasta que Bruno se durmió.

     A la mañana siguiente Bruno comprobó que Adis ya no estaba. Su cuarto se encontraba exactamente igual que cualquier día, como si nadie hubiese pasado por allí.

     Por la noche esperó sin dormirse hasta que su misterioso amigo volvió a aparecer. Se encontraba bien con esta compañía y dejó de preocuparle de dónde venía Adis y por qué entraba allí cada noche.

     Así, noche tras noche, aguardaba la llegada del extraño que cada vez le parecía menos extraño. Tantas ideas coincidían con las suyas, tantos miedos y alegrías compartían, que sentía alivio pensando en sus conversaciones nocturnas.

     A las pocas semanas se encontró con su nuevo amigo en un paseo por la arboleda. Caminaron durante horas, saltaron, jugaron a las canicas y se rieron cuando Bruno, al pasar por el arroyo, cayó y se quedó cual rana en medio del agua.

     Nadie conocía a Adis, pero eso a Bruno no le importaba. Los encuentros se iban haciendo cada vez más habituales, hasta que Adis empezó a confiarle a Bruno que no le parecían bien algunas cosas que hacía y algunas compañía que frecuentaba. Bruno pensó que su amigo tenía celos de la gente que iba con él. 
     Y, después de unas cuantas discusiones, empezaron a verse cada vez menos. Incluso cuando Adis aparecía en su cuarto por la noche, Bruno le pedía que se marchara y se cobijaba bajo las sábanas para entrar en un profundo sueño.

     Así, poco a poco, Adis desapareció completamente del mundo de Bruno.

     Años después, Bruno, recordando a su amigo, no pudo evitar una sensación de rabia y desencanto mientras decía "cuánto te echo de menos, Adis".



domingo, 13 de diciembre de 2015

Corazón ciego


     El paisaje iba perdiendo su color. A través del umbrío bosque, las luces formaban parte de un recuerdo nebuloso, como de un tiempo demasiado lejano.

     Avanzaba despacio, sin reparar en los leves destellos del rocío bajo sus pies. La húmeda calidez de la mañana parecía acercar un nuevo día, entre el suave crujir de las hojas que alfombraban todo. El silencio, la lejanía de un trino acariciando el viento y la placidez de la brisa entre los árboles.
     Palpó la ruda corteza de un roble y, dejándose caer a sus plantas, se sentó en el mullido suelo que lloraba gotas de rocío. Apoyó su espalda en aquel tronco y se dejó llevar por los sueños del bosque y las ninfas que revoloteaban a su alrededor. 

     Poco a poco la mañana introdujo sus dedos de rayos de sol a través de las copas de los árboles hasta crear una cristalina brillantez en cada rincón. Despertó. Sus ojos se abrieron y sólo pudo sentir una espesa claridad, pero ninguna forma reconocible. Los estridentes colores se habían convertido en nubes grises que poco alteraban su serenidad. Una emoción contenida se instaló en su cuerpo.

     Caminó despacio y seguro por el sendero que tantas veces había recorrido, pero no lograba percibir ninguna de las imágenes que antes había conocido. No titubeó, se conocía bien la senda. Escuchó el canto de los pájaros, sintió el roce del viento y la tibieza del sol, ajeno a la mirada de todos y a la suya propia. 

     Y sonrió. 
     Nada podía enturbiar aquella paz, aún sabiendo que era su corazón el que se había quedado ciego.



sábado, 14 de noviembre de 2015

Yo sí rezo por París


Porque, para mí, rezar es buscar en mi interior la forma en que puedo ser un poco mejor para ayudar a los demás. Permitidme poner ese pequeño granito de arena. Como yo sé que hay mucha gente que no cree en ninguna religión que también sufren, quieren ver el problema de la violencia solucionado y hacen lo que pueden.
Pero nada solucionamos con tenernos rencor por creer o no creer. De ahí es donde surgen los odios que, llevados al extremo, se convierten en fanatismos.

Yo creo en Dios, pero en un Dios que representa lo contrario a las barbaries. Para mí, Dios es como decir Amor. Y en eso se basan mis rezos, mis credos.
No creo en los golpes de pecho y las penitencias que nos eximen a cada uno de la responsabilidad y, como cumplimos con nuestras palabras de repulsa, ya estamos libres de pecado. Y los culpables son otros.
Cada cual ponemos nuestra parte en esto del odio. No seamos hipócritas. Si desde nuestra pequeña parcela de ser una sola persona ya sentimos rencores y animadversiones, ¿qué ocurre cuando ese odio se multiplica por miles?
¿No despreciamos a otros por sus ideas o su creencias religiosas? ¿No sentimos animadversión por la forma de ser de otros? ¿No hemos aborrecido a alguien por su clase social? ¿No hablamos con inquina del que no hace lo que nosotros queremos? ¿No tomamos tirria a quien no comparte nuestros gustos? ¿No pretendemos ser los mejores conductores y lanzamos improperios a los que tienen el más mínimo fallo? Si lo hacemos con estas fútiles situaciones, ¿qué no haríamos con un "gran" poder o un excelso objetivo?

Esta mañana, al salir de clase (mi escuela está a unos metros del Ministerio de Asuntos Exteriores) me he encontrado por la calle con muchos musulmanes y musulmanas. Me ha dado un punto de esperanza ver cómo nos cedíamos el paso, no nos mirábamos raro y, quizá con el pensamiento en los terribles momentos que pasamos, me ha parecido intuir en nuestras miradas un sentimiento de hermanos.
Todo en paz. Hasta el tono amable del policía antidisturbios que estaba vigilando la zona al que le he preguntado desde la moto "¿puedo pasar por ahí?" Se ha apartado y me ha dicho, "sí, por supuesto, pero cuidado, hay mucha gente".
Así que rezo. 
Rezo porque es mi forma de no alimentar más odio, ni más diferencias entre humanos.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Eres actor, pero... ¿en qué trabajas?


    Como mis últimas entradas del blog han tenido unos tintes poéticos, vamos a hacer un cambio de tercio (uy, ¿se puede decir todavía?)... bueno, digamos que voy a hablar de algo más terrenal (vaya, espero no ofender a los laicos)... em, eh... que voy a escribir algo más trivial, vamos.
     Pues estaba yo pensando, estos días en los que la soledad del adaptador de guiones sólo te acerca al mundo a través de una pantalla de ordenador, que qué curioso es este oficio de actor.

     Aunque algunos decidiéramos, tiempo ha, que sería nuestro trabajo, parece que no todo el mundo lo considera realmente una profesión. Todavía, después de 30 años ejerciendo profesionalmente, hay quien me pregunta "Y eso del artisteo, ¿sigues con ello?". Pues sí, mira, tengo la fortuna de seguir ganándome la vida con ello que, con lo escaso que está el empleo en nuestro país y más para los actores, no deja de ser una suerte.
     Y ya es difícil, porque si hay poco trabajo, encima a nosotros, como lo que hacemos no parece un trabajo, siempre hay quien te propone hacer esta locución, o aquella cuñita de radio, o un tallercito de teatro o esa otra gala para el cole de su sobrina. Sin cobrar un duro, eso sí. "Pero si tú te lo pasas bien haciéndolo". ¡Quién me mandaría a mí disfrutar con mi trabajo! Entonces es cuando tienes que explicar que el cocinero también se deleita con su trabajo y no le pides que te vaya a hacer un catering por la cara. Él guisará gratis para los suyos, pero no para cualquiera. 

     Porque es curiosa la imagen que mucha gente tiene de nosotros los actores. Para el resto del mundo somos personas que vivimos en el glamour. Rodeados de aplausos, viajamos en limusina y entramos y salimos de los cines por la alfombra roja. Aplausos he recibido algunos, ¿por qué negarlo?, pero no son todo el rato, también tengo que estudiar, prepararme y mantenerme en forma para responder como un profesional incluso los días en los que preferiría quedarme en la cama. Limusinas he montado sólo en dos, y alfombra roja, con fotógrafos y eso, sólo he pisado una vez. El resto del tiempo, como un currito más. Pero no me quejo, ¿eh?, que eso es lo que soy, un trabajador más. 

     De todos modos, es lógico que no nos tomen en serio porque no eres actor hasta que no te han visto en la tele. Así que para evitar la pregunta "¿y en qué has salido?" cuando se enteran de que eres actor, hasta hace unos años, en mi DNI figuraba: Profesión.- estudiante. Así evitaba que los funcionarios volviesen la cabeza cuando el de turno te preguntaba "¿profesión?". Pero ya no, ya no cuela, y cuando me preguntan digo "actor" (bajito y como de pasada, para evitar preguntas). 

     Y cuando, sin poder evitarlo, aparecen las preguntas de rigor y digo que soy actor de doblaje, ya sé lo que viene a continuación: "Grábame un politono para mi novia, que ¡no se lo va a creer!"

     Es lo que tiene ser actor, que te debes a tu público.
     Aunque te paguen poco.




martes, 1 de septiembre de 2015

Rayo, el caballo bayo



     ¡Al trote, al trote, Rayo!
     El pequeño caballo bayo redobla su paso sobre la tierra mientras mis caderas acompasan su armonía y las crines dibujan en el aire ondas de incierto destino.
     Olor de malvas, romero, tomillo y brecinas acompaña nuestro vaivén hasta el río, donde los acordes del agua nos recuerdan que ha llegado la primavera y el deshielo trae abundancia de cristalino maná para campos y animales. 
     Incansable Rayo e indomable jinete, comparten cabriolas y alguna corveta ilusoria que no es sino la respuesta a un incauto movimiento de riendas. Así pasan días, meses, años, en esa fantasía que busca nuevas sendas.


     ¡A galope, Rayo, a galope!
     El joven caballo bayo aligera el paso haciéndome sentir el viento en ráfagas de poderoso tranco, apretando mis piernas contra su lomo poderoso y palpitante. 
     El rocín parece saborear cada zancada, jugando a disminuir la marcha hasta que vuelve a sentir mi voz y la caricia de la fusta en su lomo. Pide más, espera que yo soporte más, y así se lo hago saber, empujando con mis piernas bajo la montura y destensando las riendas sin que deje de sentir mi acompañamiento. 
     Libertad hacia un horizonte que va acercando sus árboles lejanos a nuestro paso. Tiempos de aventuras y compenetración en un desbordante universo de posibles.


     El fiel caballo bayo camina sereno entre los surcos de la vereda, siempre atento a mi paso, a la vez que nos seguimos contando nuestras cuitas sin hablar, con miradas silenciosas. Él quiere sentir, quiere notar la sutil tensión de las riendas en mis manos y acerca su cara a mi cuerpo, se detiene y parece decir "sube, cabalguemos de nuevo". No puedo decir que no, aunque nuestro paseo iba a ser a pie y Rayo no lleva montura. Como comprendiéndolo, dobla sus patas y me deja la altura suficiente para que, de un salto, pueda subir a su grupa. Se levanta y noto sus músculos tersos, con el ánimo puesto en una nueva y briosa expedición.

     Entonces, yo sujeto las riendas y le digo, sereno: 
     ¡Al paso, amigo, al paso!