La experiencia y la edad te dan esa perspectiva desde la que no trabajas para demostrar nada. Si tenías que hacerlo, ya lo hiciste. Y con la tranquilidad de que has lidiado en batallas más o menos duras y has obtenido grandes logros. También algún fracaso, que ha servido para establecer la distancia entre lo común y la excelencia.
Por eso, ahora cuando observo esas ganas de algunos y algunas de medirse el pito o los ovarios, y de marcar territorio donde no tienen posibilidad de competencia, me dan mucha pena. E incluso me hacen sonreír. Cuando veo que algún actor, actriz, supervisor o incluso técnico, intentan ponerse por encima de mi experiencia, ya no tengo ni ganas ni necesidad de hacerles ver su error. Si no lo ven ellos mismos, no merecen que malgaste mi tiempo. Como el seat Panda que pretende echar una carrera a un Audi Quattro.
También he comprendido que sé hacer doblajes excelentes si se dan las circunstancias (actores, técnicos, sala, producción) y que, si algo de esto falla, a lo menos que llegaré es a hacer un buen doblaje. Pero ningún actor arruinará mi trabajo por muy poco interés que le ponga. Peor para él, porque de estar sublime se quedará en resultar «efectivo». Pero mi trabajo tiene el suficiente bagaje como para no ser de mala calidad. Para otra ocasión ya sé qué instrumento desafina en la orquesta y elegiré en consecuencia.
A estas alturas de mi vida, no voy a medírmela con nadie, y quien no tenga el débito respeto a mi figura como director, se llevará algo peor que mi cabreo. Se ganará mi indiferencia. Y eso es como el cocinero al que desprecias: nunca te ofrecerá su cocina más exquisita. O como el peluquero del que te burlas, no esperes que haga maravillas con tu pelo.
Solo entrego a quien quiere recibir, y me quedo tan tranquilo.
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