martes, 26 de marzo de 2013

Yo también tuve niñez


     Yo una vez tuve un hamster. Sí, yo también he sido niño y he tenido mascotas, pero lo dejé. La niñez por los años, y lo otro por honestidad. Creo que no estaba dotado para cuidar animalitos. Hay que admitirlo, si no tenemos mano para ello, pues no tenemos mano. Y yo no la tenía. Me duraban poco, o se hacían demasiado grandes. Como el periquito que rescaté de una terraza; quizá estuviera ya enfermo, pero dejó de vivir a los quince días. O el patito azul que perdió su color al poco de llegar a casa y creció tanto que no había forma de tenerlo en un piso de 70 m2. 
     Y no es que no me gusten. Me encantan y más en su ambiente, por eso no salí a la terraza de mi casa durante el tiempo que hubo allí una perdiz metida en una jaula con forma de campana. Y por eso tengo un acuario que reproduce fielmente su hábitat (odio los buzos de plástico y demás adornos chorras).

     Pero, a lo que iba, que me desvío del tema: el hamster. El hamster es una mascota normal, no como esas de ahora, las ratas canguro, las culebras amarillas, las iguanas planas o los cerdos morenos. Es como un ratoncito sin cola y con unos mofletes que ya los quisiera yo para no tener que comprar bolsas cuando voy al Carrefour. Y listo, más listo que el hambre, pero mejor no hablar de hambre porque esa fue su perdición.

     Cuando Paquito llegó a casa no es que fuera del todo comprendido. Mi madre se asustó y me dijo que "le daba cosa ese ratón". Por más que me empeñé, ella sólo veía a Paquito como un ratón. Él fue el mejor habitante de mi Exin Castillos, cuando le hacía laberintos y, la verdad es que la primera vez tardaba en salir, pero a la segunda iba como un rayo desde la entrada a la salida. ¡Qué tardes nos pasamos él y yo explorando esos muros! Luego, en los ratos libres, se dedicaba a recoger pipas y frutos secos y los guardaba en su granero hecho con gamuza. 
     La cuestión es que él también se fue pronto, pero antes de irse hizo una travesura inolvidable. Para evitar el repelús que a mi madre le producía mi mascota, una noche metí su jaula detrás de las cortinas del salón. A la mañana siguiente la visión fue dantesca. Paquito había ido metiendo las cortinas poquito a poco entre las rejas de su jaulita y había conseguido raer un círculo de medio metro de diámetro. Hasta espasmos me daban cuando intenté, entre monosílabos, darles la noticia a mis padres. Tan afectado me vieron que, temiendo por mi salud, prefirieron no dar importancia al destrozo que se había producido y atender a mi ataque de nervios.

     Poco después, Paquito decidió encerrarse en su granero de felpa y por no molestarlo lo dejé tranquilo unos días. Hasta que, al ver que no salía, decidí sacarlo yo. Pero Paquito se había dormido para siempre en su nido.

     Entonces sí que me sentí solo. Y desconsolado por no haberme preocupado lo suficiente de mi amigo.
     Fue cuando decidí que no estaba preparado para tener mascotas.

     Todavía me acuerdo de ti, Paquito.




2 comentarios:

  1. Entiendo muy bien el cariño que se le puede coger a un hamster... aunque uno ya sea mayorcito. Qué bonita historia.

    Jos

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