No me puedo creer que te haya perdido. Con los buenos momentos que me has hecho pasar.
Con esos sábados cuando me preparabas ese cocido que me hacía perder la vista en el infinito mientras disfrutaba el sabor que sólo tú sabías darme. Te veía ahí, silenciosa, impertérrita ante cualquier adversidad.
De vez en cuando me alegrabas con tu silbidito que era tu manera de hacerte notar, de decirme "estoy aquí". Y ahí estabas, siempre brillante y fuerte como pocas. Sé que alguna vez te calenté demasiado, pero tú soportaste estoicamente mis excesos. Sólo un par de veces saltaste, pero entiendo que para lo nuestro hacía falta la gomita y en esas ocasiones fue algo que dejé de lado.
Era un placer hasta verte bajo la ducha, ver el agua correr por ti, toda tersa y reluciente. Y pasar mi mano delicadamente por ti, en un rito armónico de compenetración.
Ayer, mientras te bajaba por las escaleras con algunas de tus compañeras, te escurriste de mis manos y fue tan duro el golpe que no lo pudiste soportar.
Hoy sólo puedo decir que... ¡Se me ha ido la olla!
Te acompaño en el cocido, digo, en el sentimiento.
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