domingo, 24 de marzo de 2013

Pasen y véanse


     Me encanta el teatro porque es una ceremonia donde te dan un 2 x 1. 
     Cuando voy a una sala de teatro, grande, pequeña, mínima o destechada, tengo la oportunidad de disfrutar de dos interesantes espectáculos: 

1.-El que ocurre en el escenario, preparado, elaborado, artístico... Ya, lo sé, me he pasado. Pero estamos hablando de lo esperable; luego están los que habría que sacar de allí a gorrazos. Hay tantos "actores" que parecen no tener amigos... Sí, amigos de verdad, que les digan "oye, eso es una mierda, no hagas más el ridículo". Pero a lo que iba, pongámonos en el ideal de que se diesen esas circunstancias. Un espectáculo teatral. Más o menos logrado, pero respetable en todo caso.

2.-El que acontece entre los espectadores. Ahí hay tela que cortar. Y es tan interesante, incluso a veces más que el otro. Por lo que tiene de estudio social. Desde la entrada al teatro ya empiezas a observar los singulares tipos humanos. El chiquillo al que llevan sus padres porque la abuela no podía quedarse con él, la dama que ha desempolvado el abrigo sintético imitando a nutria gallega, el despeinado con chaleco negro para demostrar que es "del medio", la señora a la que por fin su marido "ha sacado",  la mujer cuyo marido es un panocha sin gusto por el teatro y decide ir sola, el marido que se siente arrastrado a ver aquello que ni le va ni le viene (seguramente hay más cosas que tampoco le van ni le vienen), la pandilla de chicas de 60 años que vienen después de las pastitas y el café, el señor de cara áspera al que no le gustará nada... Bueeeno, tampoco es para tanto, porque ya sé que luego están la mayoría, los normales, pero esos son menos interesantes como personajes singulares.

     Algún día hablaré del segundo acto de la representación que realiza el público. Cuando se sientan en sus butacas y reaccionan ante el otro show. Pero sirva esto como avance a la trama que después se desencadenará con risas, comentarios, toses y comunicaciones móviles.


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