Mientras el coro de grillos aserra el ocaso para aplastar el silencio, camino entre la maleza de un olvido recordado. ¿O es un recuerdo olvidado?
Pocas palabras quedan ya en el zurrón de vagabundo del asfalto. Una sonrisa fugaz y marchita se ha aposentado en mi cara, ocultando pudorosa un rostro de niño envejecido.
Veo el mundo pasar, feliz de su infelicidad, encantado de su
desencanto. Saetas de dientes afilados y ojos que se deshojan, se han clavado
en las almas colgadas de los árboles.
Sólo queda la noche, rodeada de estrellas fugaces, con las
manos forradas de guantes de oro repujado, en brazos que se empeñan en
convertir las caricias en zarpazos bienquistos.
Y una canción parece observar lejana, entre las sábanas
negras del cielo; allá, donde el sonido parece olvidar su velocidad y se
enmaraña entre las hebras desenhebradas de las nubes.
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