Ayer,
día 27 de marzo, en lógica armonía con el Día Mundial del Teatro, acudí a
presenciar la correspondiente obra teatral. No diré el nombre de la misma para no hacer
mella ni influir en los espectadores que, a buen seguro, asistirán en un futuro a ella.
Fue una función curiosa, por buscarle un adjetivo a la sensación que tuve desde
el patio de butacas. Sé que mi conocimiento del medio y de lo que se vive entre
cajas me da una visión un tanto peculiar que no tienen por qué compartir los
demás espectadores.
El texto era bueno pero, quizá por la búsqueda de
elementos efectistas, la adaptación quedaba bastante deslavazada. Con algunas
lagunas argumentales suplidas con artificios difícilmente digeribles.
Puedo
decir que los actores habían trabajado mucho para desempeñar su papel, y eso se
notaba. Hecho éste que admiro y al que reconozco su extraordinario valor. Pero no me pareció que hiciesen una interpretación
magistral debido a algún lapsus observado y a alguna improvisación de la que tuvieron que
echar mano. Falta de escucha; en ciertos momentos parecían confluir monólogos
en lugar de crear diálogos entre dos o más personajes. Altibajos en cuanto a la
credibilidad de la línea argumental.
Fallos demasiado habituales de dirección. Donde el productor dicta algunas pautas y el director no se sabe imponer como debería. Hay criterios y criterios.
Fallos demasiado habituales de dirección. Donde el productor dicta algunas pautas y el director no se sabe imponer como debería. Hay criterios y criterios.
La escenografía era suntuosa pero
personalmente me pareció que le faltaba uniformidad. Quizá influído por mi
experiencia en estos menesteres, me despistó que algunas riostras mal colocadas hicieran
tambalearse los paneles, provocando una sensación antinatural. Magnífica la puesta
en escena, apoyada en una buena producción, pero sólo conseguía distraer el
desarrollo de la historia. Los detalles generales estaban cuidados, pero vi poca preocupación por los pequeños elementos del atrezzo.
La iluminación era funcional, pero por momentos
dejaba entrever algo de improvisación cuando dejaba a oscuras elementos importantes
para el público. Por ello la escena quedaba turbia y llena de desconcertantes
sombras.
Evidentemente, uno tiene una visión bastante peculiar del arte de
Talía, porque los aplausos sonaron estruendosamente, aunque yo me debatía en la
duda de saber si había visto una tragedia con algún punto de humor (que no me
hizo reír), o una comedia de gracia dudosa. Pero el público disfrutó del
espectáculo, lo vivió y el éxito fue incuestionable. No tenía sentido llevar
la contraria a una platea que vitoreó el montaje. Yo sólo podía contestar con
ese comentario tan recurrente cuanto te hacen la embarazosa pregunta: “como
actor es una gran persona”.
Espero que todo fuera consecuencia de la tensión del
estreno, y que, después de algunas representaciones, la obra adquiera empaque y
se subsanen estas carencias.
De todos modos no me arrepiento de haber pagado la entrada.
De todos modos no me arrepiento de haber pagado la entrada.