domingo, 16 de agosto de 2020

Una vez te soñé, vida.

 


Una vez te soñé, vida.

 

Tenías los ojos azules de mar

y las manos de hojas de otoño.

Sonreías con picardía

desde la esquina de un callejón,

con la morbosidad de quien se sabe ansiada.

Parecías llamarme con tus dedos

adornados de perlas y flores.

 

Fui a ti

y me encontré con la luz de un farol en la noche,

con sus rayos cayendo en ducha fría.

No se veía nada más allá

del círculo formado bajo aquel fulgor amarillo.

 

Desperté y te perseguí, vida,

mientras esparcías olor a jazmín

que se esfumaba a tu paso.

De vez en cuando volvías la cara

y me mirabas insinuante.

Mis labios querían hablarte,

pero las palabras se quedaban

pegadas al esternón,

sujetando un corazón

que nadaba en lágrimas allí dentro.

 

Te esperé y pasaste de largo.

Corrí tras de ti y apurabas el paso.

 

Tu estela balanceó mi barca

a punto del naufragio.

Pero aguanté y, aunque alguna vez caí,

conseguí no ahogarme.

 

Y ahora te veo, bailando a mi alrededor,

con tus velos de seda brillante

y tus manos extendidas,

en esa danza esquiva que acaricia sin tocar.

 

¡Cuánto te he echado de menos, vida!