Ha vuelto a pasar.
Estar adaptando un guion, llegar al diálogo de tu personaje y darte cuenta de que está contando tu propia vida. Que no puedes ensayar con serenidad esas frases porque son las que, perfectamente, podrías estar diciendo tú, en tu momento vital.
Da escalofríos. Como un pellizco en el centro del estómago que te hace encogerte, impresionado por tanta coincidencia. Y salta la lágrima. ¿Es posible que esto esté pasando? Pues sí, no es la primera vez. Es como si estuviera contando mi vida, como si me tuviera que desnudar con la voz para expresar, a través de un personaje, lo que realmente siento. El destino te lleva por caminos que ni tú mismo imaginabas, y te incluye en historias ficticias para contar tu realidad verdadera.
Pero creo que esa es mi misión en la vida: contar historias, aunque alguna tenga tintes de la mía. Nadie lo sabrá, solo yo. Para el público será una escena en una película y algo percibirá, pero no llegará a conocer que quien lo está diciendo siente exactamente igual que su personaje.
Porque no todos los personajes piensan lo que el actor. De hecho, es más fácil cuando son diferentes a la psicología del actor. El pudor puede ser un enemigo a la hora de mostrar emociones.
Tengo ganas y a la vez miedo de que llegue el día en el que tenga que pronunciar esas palabras, porque no sé si mi cerebro será capaz de pensar mientas mi corazón toma el dominio de mi voz. Pero esto es ser actor, y toca seguir.
Maravillo y misterioso, el mundo de la interpretación.