Caminar de goteo incesante
que golpea nuestros oídos,
y convierte nuestros pasos
en lluvia.
Nuestro niño futuro
tiende su mano y suplica,
en palabras de nácar,
una paz que se entierra
y ahoga nuestra respiración.
Y, plantando una sonrisa gris,
recogemos con la mirada,
plagada de pliegues de nieve,
ese deseo de libertad
y de nuevo futuro.
Dejamos fluir con el niño
las raíces de nuestro dolor;
que se hunden hacia un lugar
soñado e inexistente.
Entonces, en un mar de olas,
que entrelazan la cintura;
besamos nuestros anhelos,
besamos nuestros anhelos,
soltamos nuestro pasado
y hacemos brotar el presente.