Parece que las premoniciones existen. Cuando, hace unos días, escribía una frase en el
desfogante muro de Facebook, no imaginaba yo que iba a tener una prueba de ello
tan evidente y tan pronto. Yo decía “la genialidad del actor es hacer que el
personaje reviva cada día, que no se muera disecado en su propia complacencia”.
Y esto es lo que vi ayer en “Teoría y práctica sobre los principios mecánicos
del sexo”. Unos actores y actrices (qué lata esto de tener que separar los
sexos), haciendo tan real y tan fresco un texto que daba la impresión de no
haber texto.
El público reunido en el Garaje Lumière se convirtió en voyeur (y
conste que utilizo esta palabra francesa en honor a los Lumière) de la vida de
unos seres poco alejados de cualquiera de nosotros. La mentira y los secretos
forman parte de nuestra vida. Y quien lo niegue cae en la peor mentira que se
puede decir: la mentira a uno mismo. Una divertida historia que no se queda en la
superficialidad; donde puedes observar que lo que se dice no tiene por qué
corresponder con lo que se hace.
Impresionante la difícil sencillez con que el
autor y director Miguel Ángel Cárcano crea un texto al que no se le ven
los
andamios. Esa humildad para no hacer lucimiento de su técnica, cuando
sin duda
la hay, porque de otro modo la historia no puede desarrollarse con esa
composición tan meticulosa de cada uno de los personajes. La infidelidad
de Daniel con su pareja contrasta con la fidelidad que le
tiene a su amigo Carlos. O la sorprendente dualidad moral de Marta
oculta tras
su femenina intuición y sus elaboradas sospechas. O la compulsiva
infidelidad de Carlos a
quien le razona mejor su bragueta que su cerebro; un ser básico, sin
maldad
pero con poco de maquiavélico. Incluso Virginia, a quien su ética le
censura hacer lo
que su instinto le pide a gritos, no es ajena a esta impura honradez.
En este caldo de sabores sin sabor y desahogo
de represiones se mueve la obra. Y nuestra cabeza se golpea entre la risa (o
carcajadas en algunos momentos) y el autoanálisis vergonzoso de nuestra propia
moral. Con esta obra tienes la sensación de ver desnudos a los personajes en
todo momento, porque sus actos y sus palabras delatan la mayor de las
intimidades, la de sus almas.
Y, puesto que fue mi amigo Juan Vinuesa quien me
animó para ir a verlos, no puedo reprimirme la necesidad de decir cuánto
lo admiro. Hace una creación única en el rol
de Carlos, tierno y comprensible a pesar de que su actitud no sea un
dechado de
prudencia. O ese reproche que tanto hiere a su personaje: "falta de madurez". Con esa vis cómica mezclada con la "mala follá granaina". Una
muestra de cómo se construye un personaje con sus luces y sus sombras.
No por ello dejo atrás la labor de los otros actores, que disfrutan y se
crecen en escena hasta hacernos olvidar que están interpretando un
papel.
No
contaré el final, pero sí diré que me pareció un canto al “vive y deja vivir”,
donde cada cual tiene que apechugar con sus fantasmas y sus telarañas para
disfrutar de esta vida que no tiene vuelta atrás.
Porque, ¿quién no se ha
disfrazado alguna vez de Spiderman?
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