sábado, 28 de septiembre de 2013

Donde almacené mis sueños


     Vendo estantería. Usada, muy usada. 

     En ella guardé mis deseos y sueños durante mucho tiempo. Se fueron apilando día tras día y hubo momentos en los que, eran tantos, que hicieron peligrar su resistencia. Pero aguantó. Los tenía de todos los colores y tamaños. Por eso, os aseguro que es de buena calidad. Ha soportado un peso poco común.

     Tiene alguna rayadura de algún sueño que cayó violentamente y la golpeó. 
     Uno de los estantes está reparado, se partió un día de tanto peso, pero está reforzado para mantener ilusiones de gran peso y volumen. 
     También tiene la marca de algún anhelo que se derramó y alguna esperanza que permaneció tanto tiempo sin moverse que dejó su huella. Un poco de pintura soluciona ese pequeño desperfecto.
     No os quiero engañar, por eso os cuento hasta el último detalle. Pero tengo confianza en que os puede hacer el servicio que me ha hecho a mí.

     Voy a cambiarla por una más pequeña y necesito espacio para la nueva.

     Ahora pondré una con menos estantes, aunque más sólida, porque el material a guardar es menos voluminoso pero más pesado. Sé que siempre habrá utopías que almacenar, pero limitaré la cantidad. También quiero colocar una mesa donde tener a mano las pasiones de uso más frecuente. Un pequeño cambio en la decoración. Más a lo útil que a lo puramente estético.

     Así que, ya lo sabéis, si alguno está interesado, puede dejarme un mensaje. 

     El precio es muy económico, incluso podría llegar a regalarla si sé que le vais a dar buen uso. 

     Cabe en un corazón.



sábado, 14 de septiembre de 2013

Polvo alejado por los vientos


     Tadeo Vivar era un niño al que la vida lo había soltado en una pequeña aldea alejada de batallas y castillos. Nació en una cabaña rodeado del trinar de las mañanas y los grillos de la noche. Corrió, jugó y rió acunado por el amor de sus padres, hermanos y amigos. Leyó los pocos libros que llegaron a su regazo; muchos menos de los que hubiese deseado. Tumbado en la tierra y acariciado por el polvo del camino soñó con lugares lejanos y con aventuras imposibles. El sol curtió su piel con la rudeza de un castigo.

     Hasta que un día decidió abandonar aquel campo lleno de cariño sin vistas al mundo y viajar en busca de nuevas emociones con las que llenar sus jóvenes pero encallecidas manos. Sus pasos conocieron sendas de arena, pedregosas, tiernas caricias de la hierba, e incluso alguna que quemó las plantas de sus pies.

     El destino le hizo encontrarse con unos soldados que iban en otra de sus misiones. Aventura, emoción y hazañas pasaron ante sus ojos. Tanto le impactó que decidió enrolarse con ellos. Sus días empezaron a dibujarse de pasiones, descubrimientos, miedos y delirios. Su ímpetu y entrega lo llevaron a convertirse en caballero y liderar a sus propios arqueros. Sus compañeros ya le llamaban "El Casto" por su juventud y su sencillez. 

     Así pasaban sus días, entre batallas ganadas, heridas curadas y continuas incursiones en terrenos desconocidos. Todo el mundo conocía a Casto, que así es como todos empezaron a llamarle. Pero su mundo se iba reduciendo, cada vez más, a las campañas militares. Paseaba por las empinadas calles del castillo, entre los saludos de todos. Su mente volaba a otros tiempos cuando, los pocos que lo conocían, no veían unicamente el fulgor de su armadura y era simplemente Tadeo. Había dejado de ser él para convertirse en Casto el héroe. Por eso, cada vez que oía su verdadero nombre, notaba un efímero escalofrío al recordar quién era realmente.

     Pero su corazón se sentía oprimido mientras añoraba ser Tadeo, el ingenuo muchacho, de palabras sencillas y alma abierta que se había quedado encerrado dentro del frío de su armadura.



jueves, 5 de septiembre de 2013

¿Qué me dice una voz?


     En estos días en que el destino ha decidido dejarnos huérfanos de dos grandes personas en mi profesión, traigo a mi recuerdo uno de los momentos más impresionantes que he sentido con mi voz.

     Sirva como homenaje a mi compañero Chema Lara, con el que compartí buenos momentos, extraordinarias charlas, luchas e intercambio de amor por este oficio, y a Joaquín Díaz, maestro de maestros, cuya voz ha puesto banda sonora a nuestra vida desde siempre, nos ha enseñado y del que conservo un hermoso recuerdo desde que tuve el honor de dirigirle.

     La vida me ha convencido, con hermosos detalles que van más allá de lo palpable, del poder que puede tener una voz. Como un olor, como un color, como un paisaje, como una música, puede llegar a provocarnos emociones que penetran en lo más hondo de nuestra piel.

     Recuerdo que en cierta ocasión me pidieron que participase en el homenaje al dramaturgo y poeta Lauro Olmo, al cumplirse no recuerdo bien cuántos años de su fallecimiento. Se representarían varias escenas de algunas de sus obras y se recitaría alguno de sus poemas como parte del memorial al que asistirían amigos que lo conocieron y su viuda, Pilar Enciso, también escritora y continuadora del legado de Lauro.

     Ante reconocimientos como este a uno de los autores que ha enriquecido nuestro tesoro cultural, uno no puede decir que no. Así que me puse en manos del director, dispuesto a colaborar. 
     El miedo apareció cuando me asignaron la labor de recitar un poema que Lauro Olmo había escrito a su mujer, Pilar Enciso, que estaría presente en la ceremonia. Mi primera reacción fue decir que no, que me parecía una osadía suplantar a alguien a quien su mujer habría oído recitarle personalmente aquel poema.
     El ánimo de mis compañeros y la insistencia del director convenciéndome de mi capacidad me hicieron claudicar. Y dije que sí. Pero con una condición, recitaría el poema desde dentro, sin salir al escenario. Aceptaron y me colocaron un micrófono entre bastidores. 

     Llegó el momento de mi intervención, se apagaron todas las luces y sólo quedó un cenital que iluminaba un pequeño espacio en el centro del escenario. Yo no lo veía, me lo contaron. Tragué saliva y empecé a hablar con toda la sinceridad que pude, sabiendo que estaba adoptando la personalidad del homenajeado hablándole a su esposa. Tremenda osadía. Intenté que no me temblase la voz ante tamaño atrevimiento. Terminé. Sonaron aplausos. Y fui a esconderme al camerino.

     Acabó el homenaje y continué en el camerino. Había acordado que no saldría a saludar para no romper la magia de aquel que había sido sólo una voz. Al poco tiempo, oí a alguien que, entrando en el camerino, me dijo, "Pilar Enciso quiere conocer a quien ha representado la voz de su marido". Me levanté y salí a la puerta. Allí estaba Pilar, con una mirada de tal brillo que me hizo sonrojar. Le pedí disculpas por haberme atrevido a hacer aquello, y que lo había hecho con todo el respeto del mundo a ella y a su marido.

     Me cogió las manos y, mientras las arropaba con las suyas y clavaba sus ojos humedecidos en los míos, me dijo: "Gracias, he vuelto a oír a mi marido decirme ese poema como me lo decía hace años".

     No sé ni qué contesté, porque el nudo en la garganta y el rubor me impedían ser elocuente. Pero entonces me enamoré aún más del efecto que puede tener una voz en el corazón humano y agradecí poder dedicarme a ello.



domingo, 1 de septiembre de 2013

Espero



En un río de azul olvido
navegan mis lágrimas acalladas.
Cruzo la nada en un aliento seco
de húmedas lenguas desalmadas.

Espero, sin aguardar,
cálidos abrazos del destino.

Y, entre los ecos del vacío,
revivo, en tortuosa cascada,
palabras y silencios,
gritos y murmullos.

Espero en la eternidad,
entre las nubes de la luna.

Caer, volar, flotar
en un tobogán de arenas blancas,
entre las miradas lejanas
de unos ojos cerrados.

Espero, inmóvil e irreal
entre los rayos del sol.