sábado, 27 de octubre de 2012

¡Empieza la función!



   Te pasas media la vida intentando demostrar que sabes hacer algo y, de pronto, descubres que es una pérdida de tiempo. Da igual lo que sepas hacer; siempre te va a pillar con el “paso cambiado”. 
     
   Y rectificas, cambias el paso, esperando adaptarte al paso común. Hasta que te das cuenta de que eso sólo frena tu caminar. Además no tiene sentido perder el tiempo justificando tus éxitos o tus fracasos. Sólo tú tienes el secreto de cómo hacer las cosas. 
 Entonces decides seguir tu ritmo, no aceptar imposiciones ni que muevan tus hilos. Y te conviertes en asocial. Sí, puede ser. O quizá es que has decidido comer sólo lo que te apetece. Ya no hay ritmos que seguir ni pautas que obedecer. 

   Piensas que nadie sigue tu compás, y no es cierto. Lo siguen los mismos que lo han seguido siempre, los que caminan a tu lado y no fuerzan tus pisadas. 
   Es cuando observas el lastre que has soltado, y, ligero de carga, ves como el horizonte se acerca sin esfuerzos extremos. 

   Es difícil pensar en uno mismo cuando has dedicado tanto tiempo en pensar principalmente en los demás. Pero, de tanto hacerlo, has dejado olvidado a tu “yo”. Así que, la única cura es hacerte el mejor regalo: el de tu propia vida. Dejar de poner en riesgo tu propio papel para servir el texto a los demás. 

   ¡Que suba el telón y protagonicemos nuestra propia función! 




domingo, 26 de agosto de 2012

Yo quiero tener un millón de amigos...


     No sé si Roberto Carlos pertenecerá a alguna red social. Pero podría estar en su salsa. Allí sí que puede tener un millón de amigos. Porque ese parece ser el principal interés de algunos de los que se apuntan a las redes: darle al “me gusta”, solicitar, retwittear, seguir y que le sigan. El obsesivo deseo de formar parte de un entramado de cientos de congéneres y sentir que somos amigos de todos ellos. 

     Los que somos de pueblo sabemos que esto no es nuevo. Las señoras que se sentaban “al fresco” por las tardes/noches y los señores que se sentaban “a la sombra” durante el día, ya creaban su red social. Antes sacaban sus sillitas a la calle y ahora se enciende el ordenador o el móvil. En pequeños grupúsculos que se interrelacionaban con el gran entramado que circulaba a su alrededor. Y cuanto más céntrica fuese la atalaya, más amplio era el alcance de su actividad. “¡Adiós, don Venancio!” emitían al paso del susodicho para, sin solución de continuidad, girar la cabeza a sus adyacentes y susurrar “¿Qué se habrá creído? Míralo, qué aires se da.” 

     Y allí salían todos los trapitos al sol y a la luna. Se hablaba de todo y de todos, mientras cada cual alardeaba de sus conquistas y su envidiable forma de vivir. Aun sabiendo que, en cuanto abandonase la tertulia, sería carnaza de alguno de los que tenía al lado. Cada cual se encargaba de soltar su perorata, unas más sinceras y otras más para crear su buena imagen. Los progresos de su hija en la universidad, el vestidito para la boda, el burro último modelo comprado en la feria... 

     Los botones de “me gusta” eran sus cabezas, que asentían en clara prueba de aceptación o permanecían inmóviles para expresar “me la trae al pairo” (más discreto, pero no menos revelador).
     Los había activos, que participaban, aunque no todas fueran intervenciones sinceras, sino un efecto de cara a la galería. Y los había pasivos, que escuchaban, observaban y poco aportaban al diálogo más que el acopio de información para ofrecerla en pescaderías, bares y saloncitos de casa. 
     Lo peor es que, esos que sólo iban a fagocitar información de los otros, estaban bastante preocupados de que pudieran ser excluidos del grupo de contertulios. 

     Por eso todos guardan las formas, son ejemplares y sienten la necesidad de formar parte de la lista de amigos de muchos amigos para destacar la gran cantidad de amistades de la que son amigos aunque con alguno su amistad no haya pasado del “hola, buenos días”. Así, de tanto abusar de la palabra, amigos toma un valor tan superficial que deja de tener valor. 

     No creo que Roberto Carlos se refiriese a un sentido tan frívolo, pero le tomamos la palabra y, ahora, quien no tiene un perfil de Facebook o de Twitter, no es nadie. 

     Me gustan las redes sociales, sí, pero como medio de comunicación entre las gentes. Y hay personas que las utilizan así. Pero me parece que las desperdiciamos cuando las convertimos en corrillos de porteras. 


domingo, 17 de junio de 2012

DeLaNada contra viento y marea

     
     Cuando, hace unos meses hablé del estreno de “Los últimos días de Alejandro”, lo hacía con la emoción del momento en el que el barco, tras haber sido diseñado, construido y pintado, es botado y comprobamos que, no sólo flotaba, sino que lo hacía con elegancia y con total seguridad. 

     Algunos meses han pasado de esa botadura y puedo asegurar que el viaje está siendo toda una aventura llena de grandes sensaciones. En primer lugar destacaré la valía de todos los componentes de esta tripulación. Unos iniciaron la singladura, otros se bajaron en algún puerto, otros se enrolaron en naves compañeras, y otros subieron durante la travesía. Pero todos han dado muestras de gran respeto por esta nao que se llama DeLaNada. Y ya han sido unos cuantos puertos en los que hemos fondeado. 
     Por mi parte, como dijo Antonio Machado “he andado muchos caminos, he abierto muchas veredas, he navegado en cien mares y atracado en cien riberas”, siento que esta aventura es hermosa como pocas y la última de nuestras singladuras ha sido una auténtica prueba de valía de este equipo humano. 

     DeLaNada teatro viajó a conquistar Granada con todas las dificultades imaginables. Y, como un equipo totalmente entregado, todos tomaron sus puestos sin perder la calma, sin amedrentarse y con la buena actitud que sólo los valientes tienen. Buen humor y entrega en todo momento. Capeamos el temporal y salimos victoriosos de tan temible tormenta. 

     Todos echamos de menos a Álvaro, Miguel y Gabriel, y sentimos la enfermedad de Borja que, en el último momento, le impidió estar con nosotros. Pero había que seguir, el espectáculo debía continuar, así que era hora de ponerse manos a la obra. 

     Fue fantástico ver la disposición de David Paredes y Álvaro Ramos cuando les propuse aprenderse sendos papeles durante el viaje para hacer la sustitución esa misma tarde. Furgoneta sala de ensayo
     Magnífico el coraje de Álvaro cuando, cinco minutos antes de empezar, se quitó el pinganillo que tenía preparado por si se le iba el texto y dijo “prefiero no llevar esto, vamos a por todas”: Coraje de actor
     Magnífico David Paredes que atendió mi petición sin rechistar y se aprendió el nuevo papel que defendió con ganas: Disciplina de actor
     Magnífico Javi supliéndome a mi, tras una carrera desde la cabina de luces, y haciendo un Diógenes único del que me sentí muy orgulloso: Actor sin trabas
     Sin olvidar su buena actitud cuando nos dimos cuenta de que nos faltaba el foco para un efecto: Solución de artista
     Magnífica Noe que, ante la falta de un soporte para las lanzas, salió a la calle, buscó una caja y preparó un soporte que ríete tu de Macgyver: Entrega de compañera
     Magníficos Alberto, Rubén y alguno más que, ante la falta de escudo, idearon un elemento escenográfico que dio hasta para unas risas cuando comentamos que podíamos hacer un espantapájaros: Arranque de genialidad
     Magnífica Virginia, que apareció por allí para ver la función y acabó de taquillera: Generosidad de amiga
     Magnífico Pedro, que vino a ver actuar a su hijo y estuvo atento en todo momento a lo que nos hiciera falta: Apoyo impagable.
     Magnífico Chema Cabello porque vino a ofrecernos su ayuda y vibró con el público, por si no era suficiente con ser el autor de "Los últimos días de Alejandro": Ánimo incondicional

     Y magníficos todos y cada uno, Marta, Jos, Zoraida, David Alonso, Dani y Raúl, porque no perdieron la amabilidad ni el buen humor en ningún instante: LEALTAD Y COMPAÑERISMO. 

     No hablaré del personal del Teatro Zaidín porque sólo puedo decir que hicieron su servicio escrupulosamente, o sea con todos los escrúpulos posibles. Prefiero hablar de lo positivo. 

     Sé que me ha salido un post muy serio, pero no se me ocurría otra manera de agradecer a este magnífico equipo que es DeLaNada Teatro. Aparte de unos grandes artistas, doy fe de que son unos extraordinarios seres humanos.

     Sois muy grandes y estoy orgulloso de dirigiros.






domingo, 20 de mayo de 2012

¿Alguna vez te has disfrazado de Spiderman?




     Parece que las premoniciones existen. Cuando, hace unos días, escribía una frase en el desfogante muro de Facebook, no imaginaba yo que iba a tener una prueba de ello tan evidente y tan pronto. Yo decía “la genialidad del actor es hacer que el personaje reviva cada día, que no se muera disecado en su propia complacencia”
     Y esto es lo que vi ayer en “Teoría y práctica sobre los principios mecánicos del sexo”. Unos actores y actrices (qué lata esto de tener que separar los sexos), haciendo tan real y tan fresco un texto que daba la impresión de no haber texto. 

     El público reunido en el Garaje Lumière se convirtió en voyeur (y conste que utilizo esta palabra francesa en honor a los Lumière) de la vida de unos seres poco alejados de cualquiera de nosotros. La mentira y los secretos forman parte de nuestra vida. Y quien lo niegue cae en la peor mentira que se puede decir: la mentira a uno mismo. Una divertida historia que no se queda en la superficialidad; donde puedes observar que lo que se dice no tiene por qué corresponder con lo que se hace.

     Impresionante la difícil sencillez con que el autor y director Miguel Ángel Cárcano crea un texto al que no se le ven los andamios. Esa humildad para no hacer lucimiento de su técnica, cuando sin duda la hay, porque de otro modo la historia no puede desarrollarse con esa composición tan meticulosa de cada uno de los personajes. La infidelidad de Daniel con su pareja contrasta con la fidelidad que le tiene a su amigo Carlos. O la sorprendente dualidad moral de Marta oculta tras su femenina intuición y sus elaboradas sospechas. O la compulsiva infidelidad de Carlos a quien le razona mejor su bragueta que su cerebro; un ser básico, sin maldad pero con poco de maquiavélico. Incluso Virginia, a quien su ética le censura hacer lo que su instinto le pide a gritos, no es ajena a esta impura honradez.

     En este caldo de sabores sin sabor y desahogo de represiones se mueve la obra. Y nuestra cabeza se golpea entre la risa (o carcajadas en algunos momentos) y el autoanálisis vergonzoso de nuestra propia moral. Con esta obra tienes la sensación de ver desnudos a los personajes en todo momento, porque sus actos y sus palabras delatan la mayor de las intimidades, la de sus almas. 

    Y, puesto que fue mi amigo Juan Vinuesa quien me animó para ir a verlos, no puedo reprimirme la necesidad de decir cuánto lo admiro. Hace una creación única en el rol de Carlos, tierno y comprensible a pesar de que su actitud no sea un dechado de prudencia. O ese reproche que tanto hiere a su personaje: "falta de madurez". Con esa vis cómica mezclada con la "mala follá granaina". Una muestra de cómo se construye un personaje con sus luces y sus sombras. No por ello dejo atrás la labor de los otros actores, que disfrutan y se crecen en escena hasta hacernos olvidar que están interpretando un papel. 

     No contaré el final, pero sí diré que me pareció un canto al “vive y deja vivir”, donde cada cual tiene que apechugar con sus fantasmas y sus telarañas para disfrutar de esta vida que no tiene vuelta atrás. 

     Porque, ¿quién no se ha disfrazado alguna vez de Spiderman?




martes, 17 de abril de 2012

Teatro de niños

 
     En ocasiones cierro los ojos e intento visualizar aquella primera incursión en el universo de la interpretación. Temprana, muy temprana fue mi llegada al mundo del teatro. Siete años de un niño que ya formó su propia compañía. Duró poco, desde luego, pero ya fue un apunte de lo que luego sería mi vida. Después el tiempo se encargaría de cambiar mi rumbo y, como la cabra tira al monte, pasados unos años volví a mi idea, esta vez mejor armado, sin duda, porque me ha durado hasta hoy.
     Me gustaría recordar el nombre de la obra que intentamos poner en marcha con aquel grupo de niños-actores. Lo que sí recuerdo es que había un sofá (hecho con cajones y una manta), una mesa, un mantel y una escena en la que yo me tenía que enfadar mucho. Sí, el mantel y el enfado son detalles importantes, porque fueron los detonantes de la disolución de la compañía. En pleno ensayo y haciendo gala de una enérgica actuación, tiré del mantel para hacer caer los vasos y platos que había sobre la mesa. Con tan mala suerte que el mantel rajó y el enfado de la actriz-escenógrafa que había prestado ese elemento del atrezzo nos llevó a una bronca que acabó con el proyecto. 

     Cierto es que aquello era un teatro muy infantil, pero la imaginación es el don natural de los niños y nosotros teníamos varios cestos llenos. Y como infantil es igual a pequeño, también era pequeño nuestro local para las representaciones: el patio de mi casa con las sillas que traían los espectadores bastaba. 

     Nuestro sistema de promoción no era gran cosa, pero cumplía su cometido. Para publicitar las funciones hacíamos un cucurucho de cartón a modo de megáfono y paseábamos a pie y grito por las calles del pueblo que por entonces tenía unos mil habitantes. 
     Iluminación ninguna, las funciones se hacían en horario solar. Y en cuanto a atrezzo, cualquier cosa encontrada en un desván servía. Hasta una pintura que años después un tasador descubrió que tenía un valor millonario por ser la obra de un pintor muy antiguo y prestigioso. No sé decir quién era el autor porque la noticia me llegó muy filtrada bastantes años después y ya se sabe lo que pasa con el “me han dicho que le han dicho a fulanito que menganito se ha enterado”. 

     En fin, que sin añorar aquellos incipientes inicios, me alegro de haber tenido que echar mano de tanto ingenio para hacer cosas que ahora, en muchos casos, me las dan hechas.



domingo, 8 de abril de 2012

La experiencia de lo que falta


     Después de un año sin publicar ningún artículo, creo que ya va siendo hora de volver a la carga. 
     No ha sido por falta de ganas, pero algunas pérdidas de compañeros me tentaban a escribir sobre ellos y no quería convertir el blog en un panegírico de seres queridos desaparecidos. Ni quería que fuera un muro de opiniones políticas por la situación que nos está tocando vivir. Así que, centrándonos en lo estrictamente teatral, abro esta nueva etapa con una reflexión sobre mi trayectoria como actor.

     Cuando, hace más de treinta años, decidí ser actor era un joven cargado de miedos y de ilusiones. Ahora dicen que soy un “actor con experiencia”. ¿Qué es la experiencia? Muchos creen que tener experiencia es saberlo todo o casi todo. Yo pienso que es haber librado muchas batallas y adquirido algún conocimiento, pero también tomar conciencia de que hay mucho por aprender. 
     Y cuando te vas curtiendo en estas lides, cambias el miedo por la responsabilidad, que quizá sea otro tipo de miedo. Todavía me tiemblan las piernas y siento el rápido palpitar del corazón cada vez que se encienden los focos de escena o la sala de doblaje se queda en silencio para que mi voz lo rompa, o el director dice aquello de “¡acción!”. 

     Como me dijo una vez una admiradísima y veterana compañera cuando le comenté que me ponía muy nervioso: “el día que dejes de sentir esos nervios, retírate, estás acabado”. Y creo que aún puedo seguir, porque esos nervios no se me han pasado. Cierto es que he aprendido a dominarlos para que no se apoderen de mí, pero sigo sintiéndolos. Quizá eso sea lo más destacable de lo que te da la experiencia. 
     Al igual que los reconocimientos. Parece que un reconocimiento es la posibilidad de tumbarte a recoger los frutos. Pero no es así, la cosecha hay que seguir cuidándola. Ya me comentó otra gran actriz que fue presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España (nombre largo donde los haya): “los premios pueden ser muy peligrosos, porque los demás piensan que ya eres inaccesible y tu puedes dormirte mirando tu reflejo en el trofeo”. 

     Así que, con bagaje o sin él, yo sigo siendo el (ya no tan joven) de mis comienzos pero que es consciente de todo lo que le queda por hacer.