viernes, 28 de marzo de 2014

Teatro sin nombre





    Ayer, día 27 de marzo, en lógica armonía con el Día Mundial del Teatro, acudí a presenciar la correspondiente obra teatral. No diré el nombre de la misma para no hacer mella ni influir en los espectadores que, a buen seguro, asistirán en un futuro a ella. 
     Fue una función curiosa, por buscarle un adjetivo a la sensación que tuve desde el patio de butacas. Sé que mi conocimiento del medio y de lo que se vive entre cajas me da una visión un tanto peculiar que no tienen por qué compartir los demás espectadores. 
     El texto era bueno pero, quizá por la búsqueda de elementos efectistas, la adaptación quedaba bastante deslavazada. Con algunas lagunas argumentales suplidas con artificios difícilmente digeribles. 

     Puedo decir que los actores habían trabajado mucho para desempeñar su papel, y eso se notaba. Hecho éste que admiro y al que reconozco su extraordinario valor. Pero no me pareció que hiciesen una interpretación magistral debido a algún lapsus observado y a alguna improvisación de la que tuvieron que echar mano. Falta de escucha; en ciertos momentos parecían confluir monólogos en lugar de crear diálogos entre dos o más personajes. Altibajos en cuanto a la credibilidad de la línea argumental.

     Fallos demasiado habituales de dirección. Donde el productor dicta algunas pautas y el director no se sabe imponer como debería. Hay criterios y criterios. 

     La escenografía era suntuosa pero personalmente me pareció que le faltaba uniformidad. Quizá influído por mi experiencia en estos menesteres, me despistó que algunas riostras mal colocadas hicieran tambalearse los paneles, provocando una sensación antinatural. Magnífica la puesta en escena, apoyada en una buena producción, pero sólo conseguía distraer el desarrollo de la historia. Los detalles generales estaban cuidados, pero vi poca preocupación por los pequeños elementos del atrezzo.

     La iluminación era funcional, pero por momentos dejaba entrever algo de improvisación cuando dejaba a oscuras elementos importantes para el público. Por ello la escena quedaba turbia y llena de desconcertantes sombras. 

     Evidentemente, uno tiene una visión bastante peculiar del arte de Talía, porque los aplausos sonaron estruendosamente, aunque yo me debatía en la duda de saber si había visto una tragedia con algún punto de humor (que no me hizo reír), o una comedia de gracia dudosa. Pero el público disfrutó del espectáculo, lo vivió y el éxito fue incuestionable. No tenía sentido llevar la contraria a una platea que vitoreó el montaje. Yo sólo podía contestar con ese comentario tan recurrente cuanto te hacen la embarazosa pregunta: “como actor es una gran persona”. 

     Espero que todo fuera consecuencia de la tensión del estreno, y que, después de algunas representaciones, la obra adquiera empaque y se subsanen estas carencias.

     De todos modos no me arrepiento de haber pagado la entrada.




jueves, 6 de marzo de 2014

Amor, sin condición


Gotas del amor nacido
entre los dedos del frío.
Esparcidas en la orilla,
simiente del nuevo río.

Tanto amor antaño fluyó
como hogaño es ya ido,
mezclado con los deseos
de un sempiterno suspiro.

En una clara mirada
se adivina el desvarío
de un carnaval de palabras,
de un corazón encogido.

Besos que al aire lanzó
entre sábanas de estío
que alzan desde la razón
el recuerdo ya vivido.

Y evoca, ya con la edad,
el gozo de haber tenido
manantiales que entregar
a quien se perdió en el olvido.

No lamenta lo entregado,
porque más ha recibido,
y sabe que cuanto más dió
más hogueras ha encendido.

Lamentar, exigir, reclamar,
no son términos de amor,
porque quien ama a la Tierra,
sin ansia de posesión
aunque vengan huracanes,
y vea el mar embravecido,
buscará un rayo de sol
para alumbrar su camino.