domingo, 13 de diciembre de 2015

Corazón ciego


     El paisaje iba perdiendo su color. A través del umbrío bosque, las luces formaban parte de un recuerdo nebuloso, como de un tiempo demasiado lejano.

     Avanzaba despacio, sin reparar en los leves destellos del rocío bajo sus pies. La húmeda calidez de la mañana parecía acercar un nuevo día, entre el suave crujir de las hojas que alfombraban todo. El silencio, la lejanía de un trino acariciando el viento y la placidez de la brisa entre los árboles.
     Palpó la ruda corteza de un roble y, dejándose caer a sus plantas, se sentó en el mullido suelo que lloraba gotas de rocío. Apoyó su espalda en aquel tronco y se dejó llevar por los sueños del bosque y las ninfas que revoloteaban a su alrededor. 

     Poco a poco la mañana introdujo sus dedos de rayos de sol a través de las copas de los árboles hasta crear una cristalina brillantez en cada rincón. Despertó. Sus ojos se abrieron y sólo pudo sentir una espesa claridad, pero ninguna forma reconocible. Los estridentes colores se habían convertido en nubes grises que poco alteraban su serenidad. Una emoción contenida se instaló en su cuerpo.

     Caminó despacio y seguro por el sendero que tantas veces había recorrido, pero no lograba percibir ninguna de las imágenes que antes había conocido. No titubeó, se conocía bien la senda. Escuchó el canto de los pájaros, sintió el roce del viento y la tibieza del sol, ajeno a la mirada de todos y a la suya propia. 

     Y sonrió. 
     Nada podía enturbiar aquella paz, aún sabiendo que era su corazón el que se había quedado ciego.



sábado, 14 de noviembre de 2015

Yo sí rezo por París


Porque, para mí, rezar es buscar en mi interior la forma en que puedo ser un poco mejor para ayudar a los demás. Permitidme poner ese pequeño granito de arena. Como yo sé que hay mucha gente que no cree en ninguna religión que también sufren, quieren ver el problema de la violencia solucionado y hacen lo que pueden.
Pero nada solucionamos con tenernos rencor por creer o no creer. De ahí es donde surgen los odios que, llevados al extremo, se convierten en fanatismos.

Yo creo en Dios, pero en un Dios que representa lo contrario a las barbaries. Para mí, Dios es como decir Amor. Y en eso se basan mis rezos, mis credos.
No creo en los golpes de pecho y las penitencias que nos eximen a cada uno de la responsabilidad y, como cumplimos con nuestras palabras de repulsa, ya estamos libres de pecado. Y los culpables son otros.
Cada cual ponemos nuestra parte en esto del odio. No seamos hipócritas. Si desde nuestra pequeña parcela de ser una sola persona ya sentimos rencores y animadversiones, ¿qué ocurre cuando ese odio se multiplica por miles?
¿No despreciamos a otros por sus ideas o su creencias religiosas? ¿No sentimos animadversión por la forma de ser de otros? ¿No hemos aborrecido a alguien por su clase social? ¿No hablamos con inquina del que no hace lo que nosotros queremos? ¿No tomamos tirria a quien no comparte nuestros gustos? ¿No pretendemos ser los mejores conductores y lanzamos improperios a los que tienen el más mínimo fallo? Si lo hacemos con estas fútiles situaciones, ¿qué no haríamos con un "gran" poder o un excelso objetivo?

Esta mañana, al salir de clase (mi escuela está a unos metros del Ministerio de Asuntos Exteriores) me he encontrado por la calle con muchos musulmanes y musulmanas. Me ha dado un punto de esperanza ver cómo nos cedíamos el paso, no nos mirábamos raro y, quizá con el pensamiento en los terribles momentos que pasamos, me ha parecido intuir en nuestras miradas un sentimiento de hermanos.
Todo en paz. Hasta el tono amable del policía antidisturbios que estaba vigilando la zona al que le he preguntado desde la moto "¿puedo pasar por ahí?" Se ha apartado y me ha dicho, "sí, por supuesto, pero cuidado, hay mucha gente".
Así que rezo. 
Rezo porque es mi forma de no alimentar más odio, ni más diferencias entre humanos.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Eres actor, pero... ¿en qué trabajas?


    Como mis últimas entradas del blog han tenido unos tintes poéticos, vamos a hacer un cambio de tercio (uy, ¿se puede decir todavía?)... bueno, digamos que voy a hablar de algo más terrenal (vaya, espero no ofender a los laicos)... em, eh... que voy a escribir algo más trivial, vamos.
     Pues estaba yo pensando, estos días en los que la soledad del adaptador de guiones sólo te acerca al mundo a través de una pantalla de ordenador, que qué curioso es este oficio de actor.

     Aunque algunos decidiéramos, tiempo ha, que sería nuestro trabajo, parece que no todo el mundo lo considera realmente una profesión. Todavía, después de 30 años ejerciendo profesionalmente, hay quien me pregunta "Y eso del artisteo, ¿sigues con ello?". Pues sí, mira, tengo la fortuna de seguir ganándome la vida con ello que, con lo escaso que está el empleo en nuestro país y más para los actores, no deja de ser una suerte.
     Y ya es difícil, porque si hay poco trabajo, encima a nosotros, como lo que hacemos no parece un trabajo, siempre hay quien te propone hacer esta locución, o aquella cuñita de radio, o un tallercito de teatro o esa otra gala para el cole de su sobrina. Sin cobrar un duro, eso sí. "Pero si tú te lo pasas bien haciéndolo". ¡Quién me mandaría a mí disfrutar con mi trabajo! Entonces es cuando tienes que explicar que el cocinero también se deleita con su trabajo y no le pides que te vaya a hacer un catering por la cara. Él guisará gratis para los suyos, pero no para cualquiera. 

     Porque es curiosa la imagen que mucha gente tiene de nosotros los actores. Para el resto del mundo somos personas que vivimos en el glamour. Rodeados de aplausos, viajamos en limusina y entramos y salimos de los cines por la alfombra roja. Aplausos he recibido algunos, ¿por qué negarlo?, pero no son todo el rato, también tengo que estudiar, prepararme y mantenerme en forma para responder como un profesional incluso los días en los que preferiría quedarme en la cama. Limusinas he montado sólo en dos, y alfombra roja, con fotógrafos y eso, sólo he pisado una vez. El resto del tiempo, como un currito más. Pero no me quejo, ¿eh?, que eso es lo que soy, un trabajador más. 

     De todos modos, es lógico que no nos tomen en serio porque no eres actor hasta que no te han visto en la tele. Así que para evitar la pregunta "¿y en qué has salido?" cuando se enteran de que eres actor, hasta hace unos años, en mi DNI figuraba: Profesión.- estudiante. Así evitaba que los funcionarios volviesen la cabeza cuando el de turno te preguntaba "¿profesión?". Pero ya no, ya no cuela, y cuando me preguntan digo "actor" (bajito y como de pasada, para evitar preguntas). 

     Y cuando, sin poder evitarlo, aparecen las preguntas de rigor y digo que soy actor de doblaje, ya sé lo que viene a continuación: "Grábame un politono para mi novia, que ¡no se lo va a creer!"

     Es lo que tiene ser actor, que te debes a tu público.
     Aunque te paguen poco.




martes, 1 de septiembre de 2015

Rayo, el caballo bayo



     ¡Al trote, al trote, Rayo!
     El pequeño caballo bayo redobla su paso sobre la tierra mientras mis caderas acompasan su armonía y las crines dibujan en el aire ondas de incierto destino.
     Olor de malvas, romero, tomillo y brecinas acompaña nuestro vaivén hasta el río, donde los acordes del agua nos recuerdan que ha llegado la primavera y el deshielo trae abundancia de cristalino maná para campos y animales. 
     Incansable Rayo e indomable jinete, comparten cabriolas y alguna corveta ilusoria que no es sino la respuesta a un incauto movimiento de riendas. Así pasan días, meses, años, en esa fantasía que busca nuevas sendas.


     ¡A galope, Rayo, a galope!
     El joven caballo bayo aligera el paso haciéndome sentir el viento en ráfagas de poderoso tranco, apretando mis piernas contra su lomo poderoso y palpitante. 
     El rocín parece saborear cada zancada, jugando a disminuir la marcha hasta que vuelve a sentir mi voz y la caricia de la fusta en su lomo. Pide más, espera que yo soporte más, y así se lo hago saber, empujando con mis piernas bajo la montura y destensando las riendas sin que deje de sentir mi acompañamiento. 
     Libertad hacia un horizonte que va acercando sus árboles lejanos a nuestro paso. Tiempos de aventuras y compenetración en un desbordante universo de posibles.


     El fiel caballo bayo camina sereno entre los surcos de la vereda, siempre atento a mi paso, a la vez que nos seguimos contando nuestras cuitas sin hablar, con miradas silenciosas. Él quiere sentir, quiere notar la sutil tensión de las riendas en mis manos y acerca su cara a mi cuerpo, se detiene y parece decir "sube, cabalguemos de nuevo". No puedo decir que no, aunque nuestro paseo iba a ser a pie y Rayo no lleva montura. Como comprendiéndolo, dobla sus patas y me deja la altura suficiente para que, de un salto, pueda subir a su grupa. Se levanta y noto sus músculos tersos, con el ánimo puesto en una nueva y briosa expedición.

     Entonces, yo sujeto las riendas y le digo, sereno: 
     ¡Al paso, amigo, al paso!



lunes, 27 de abril de 2015

En la ruidosa soledad



     La calle escupe coches y transeúntes mientras tu boca tiembla y el miedo anega tus ojos.

     Tu, posiblemente, único amigo está apoyado en el bordillo de la acera, desencajado, exhausto, abatido. Miras alrededor como buscando una salida, un poco de luz a tanta oscuridad. Y vuelves a tu amigo para tranquilizarlo con un tierno abrazo. De esos que dejan escapar amor en su estado puro. El amor por alguien muy cercano, el que puede que sea el apoyo de tu vida. Seguramente no seáis pareja, pero sois dos seres humanos que se han encontrado, han vivido, sufrido y luchado por salir adelante en un país extranjero que no os lo está poniendo fácil.

     No sé nada de ti, pero te acercas a mí pidiendo auxilio. “¿Qué calle es esta? He llamado al SAMUR y no llega”.

     
     Le acerco una silla del bar cercano porque él, en su desesperada situación, teme hasta que le llamen la atención por ello. Su amigo vomita sin parar. Me cuenta que les han echado de la casa donde estaban, les han quitado los 30€ que tenían para sobrevivir y llevan tres días en los que no han comido nada caliente. Llama de nuevo a emergencias y me pasa el teléfono. Hablo con la operadora y les doy la dirección exacta. El pobre muchacho, en su aturdimiento, les había dado los datos equivocados. Le doy lo único que tengo a mano, una mísera botella de agua que agradece con una mirada cubierta de desamparo.

     La sirena de la ambulancia suena lejana, él deambula desesperado para ver de dónde viene el sonido y vuelve a su débil amigo. Tanta ternura hay en sus caricias que parece querer darle su propia vida. Vuelta a la búsqueda de la ambulancia que no llega. Le tranquilizo y no puede articular palabra porque su llanto sólo le deja decir “Está mal, muy mal”.

     Al fin se oye la ambulancia cerca y me asomo para dirigirles, pero él no puede esperar y se lanza corriendo a la calle para indicarles el lugar. Tanto que, cuando llegan, él se ha quedado muchos metros atrás. Llegan los sanitarios y se disponen a atender al enfermo.
     El asunto ya en manos de los profesionales, deseo mucha suerte al chico y a su amigo y me marcho a mi trabajo. No sé qué más hacer. Porque hoy, unos días después, me doy un poco de asco. ¿No pude hacer más?


     Esos seres humanos que convertimos en simples seres y nos hacen recordar cómo las crueldades que vivimos a diario nos pueden alejar de nuestra parte humana.


     Me duele, y lo tenía que confesar a los cuatro vientos.




sábado, 25 de abril de 2015

Los micrófonos bilingües


     Como soy un poco “batallitas” hay un comentario que suele surgir cuando las cervezas o el licor del día llega a cierto nivel y mi lengua se ha desatado: “deberías escribir un libro”.

     Sí, sé que tengo anécdotas o leyendas de sala, que no urbanas, de esta profesión en la que llevo ya unos cuantos años. Pero no sé si darían para un libro. Podría ser, aunque quizá para llenar tantas páginas debería, como ocurre a veces con algunos libros, meter bastante paja para alargar. Y no soy mucho de paja (hala, ya os he dado carnaza a los que os gusta hilar fino).

     Lo que sí voy a hacer es aprovechar para contar aquí algunas anécdotas que he visto o me han contado sobre errores ocurridos a raíz de la mezcolanza inglés-español en los diálogos mientras doblamos. Para esto, deberéis decir en alto la pronunciación que marcaré con cursiva. Aclaro también que los nombres de los protagonistas son ficticios, por aquello de preservar la intimidad de los aludidos.

     Cuentan que en cierta ocasión un compañero estaba ensayando su diálogo de un policía que a voz en grito decía "¡Rodín, la casa! ¡Rodín, la casa!". A lo que el director de doblaje le interpeló: “Francisco Javier, ¿qué estás diciendo”. FJ respondió "Perdona, pero yo sé inglés y dos “es” suenan como “i”". Y el director aclaró "No, Francisco Javier, ¡Rodeen, la casa! ¡Rodeen la casa!".

     En otra ocasión el actor ensayaba "¡Llóu, has venido!". Y el director le preguntó "Pero bueno, ¿quién es Llou, vamos a ver?" "En el guion lo pone, mira". "¡No, hombre, no! ¡Joé, de jolín! ¡Joé, has venido!".

     Esta la viví yo dirigiendo: El actor ensayaba "¿Quieres un sándwich Morgan?" Así, sin coma, como si hubiese sándwiches de jamón y queso, sándwiches se paté y sándwiches Morgan. Tres veces. La actriz que le daba la réplica me miraba incrédula y yo le hacía gestos de que tuviese paciencia, que quizá sólo era un fallo momentáneo. Al notar su reincidencia le tuve que aclarar "Le ofreces el sándwich a alguien llamado Morgan" y él me contestó "Ah, creía que era el tipo de sándwich".

     También recuerdo haber tenido que corregir a un actor que ensayaba su texto "Jórni, el pan". "¿Cómo? –le dije- ¿dónde pone eso?" "Pues aquí, en el diálogo de mi personaje" – aseveró él. A lo que le tuve que corregir "Que no, que no, que no hay ninguno que se llame Jórni. ¡Hornee el pan, Luis Alfredo, hornee el pan!"

     Así que, tened mucho cuidado al leer y diferenciad cuando son palabras castellanas para no confundirlas con la pronunciación inglesa.

     Hala, ya he escrito el primer capítulo del book, digo del libro. Por petición popular. (By popular petition)




domingo, 19 de abril de 2015

El sueño de Lolo



     Lolo avanza al ralentí, con el sueño todavía sobre sus hombros, hacia el que será hoy su destino. Un destino cada día, como en un inmenso Juego de la Oca particular. Reticencias de su infancia casi acabada a sus quince años recién cumplidos.

     Hoy es día de mercado. Ayer le tocó vender zapatos y hoy verduras. De puente a puente y tiro porque me lleva la corriente.
     No se le da mal, tiene ese toque elegante que a veces niegan a los verduleros. Lo que peor lleva es pregonar la mercancía. ¡A cinco pesetas, señora! ¡A cinco pesetas! Para él eso es importunar a la discreta compradora que sólo quiere pasar de largo y llegar al puesto de las especias. Pero lo hace. Podrían oírle en todo el mercado, su potente voz da para eso, pero su vergüenza le hace acomodar el volumen para alcanzar sólo unos metros.

     Acaba la faena de mañana y empieza otra menos complicada para su orgullo pero más dolorosa para su cuerpo: repartir sacos de patatas. 50 kilos en cada saco que él, más orgullo que fuerza, carga sobre sus 54 kilos de poca carne y muchos huesos de casa en casa. Esperemos que no haya muchos pisos altos sin ascensor. Hoy hubo suerte, sólo dos terceros sin ascensor.

     Y vuelta a casa después de este agotador día. Mañana toca ir al campo y recolectar tomates, pimientos y todo lo que esté en condiciones para vender al día siguiente en el mercado.

     En su camino de regreso, mira disimuladamente a los muchachos de su edad que vuelven de estudiar con los libros al hombro. Esos pesan menos que los sacos de patatas. Pero él no pudo comprobarlo porque las circunstancias le impidieron hacer otra vida que no fuera la de ganar el sustento. 
     Siente una especie de punzada en el pecho cuando piensa que de nada sirvió acabar todos los cursos en el colegio con sobresalientes. Menos octavo que, sin saber cómo, sólo consiguió llegar a Notable. 

     Apresura el paso pensando que en casa le esperan esos libros en los que, lejos de las aulas, buscará el conocimiento, y unos padres en los que encontrará el cariño y la enseñanza de la vida.

     La cena le sabe a gloria, y después de pasar un rato con su familia, se va a leer y a disfrutar de un poco de música antes de que sus dos hermanos le hagan apagar la luz del cuarto que comparten los tres.

     Se tiende en la cama y deja volar su imaginación a mundos que le son vedados, mientras el sueño se hace dueño de su cuerpo.

     Hoy, treinta y cinco años después, Lolo no sabe si realmente está viviendo en esos mundos imaginados o todavía está durmiendo y sueña.




sábado, 4 de abril de 2015

Yo quise ser Federico


     Sí, en uno de mis coqueteos teatrales, tuve la osadía de convertirme en Federico García Lorca. Representaba el papel del autor en un viaje por su vida y obra.

     Aún recuerdo con cariño momentos de aquel espectáculo (el texto nunca me lo llegué a saber bien). Y uno de los más maravillosos fue el fin de semana que pasé en Almagro con la compañía La Carreta.
     Uno de los placeres soñados por todo cómico, creo, es actuar en el Corral de Comedias, y a fe que lo cumplí. Fue único, no sé si tanto por la función en sí, como por lo ocurrido durante ella. Me parece que pocas veces se dan tantos avatares en hora y cuarto de representación.

     Como buen homenaje al poeta granadino no nos privamos ni de cantaor. Un cantaor y un guitarrista que se creaban su propio mundo humedecidos sabiamente con manzanilla. Y ahí empezó mi Vía Crucis, porque tras mi primer mutis, el cantaor, desde uno de los balcones del escenario se cantaba una copla y volvía a aparecer yo en escena. El cantaor terminó, yo hice mi entrada, y, cuando empezaba a contar lo que ocurrió en 1927, la seguiriya hizo un bis y tuve que improvisar un silencio. Me senté en una de las sillas de escena y esperé, mirando al cielo, que acabasen los trinos flamencos. Volvió a hacerse presente Federico y contó esa parte de su historia. Mutis de Lorca. Fandango desde la primera balconada. Fin del pasaje musical. Nueva entrada del poeta para narrar cómo se le ocurrió escribir “Amor de don Perlimplín, con Belisa en su jardín”, y tras pronunciar cuatro palabras... el cante volvió a elevarse sobre el texto de escena. Angustia mortal. Ganas de subir y amordazar al cantaor. Estatua silente de Lorca en medio de las tablas. Y, por fin, tras el mutismo de guitarra y jilguero, pude seguir la narración. Huelga decir que mi tercera salida después de la correspondiente tonada, se demoró hasta que vi claro que no habría reincidencia musical.

     Pero ese no fue el único brete que pasamos. Para los que conozcan el Corral de Comedias, sabrán que su interior es un laberinto. Eso hizo que una de las actrices se perdiese en sus recovecos y no llegase a su puesto a tiempo de cantar una copla, que sus compañeros improvisaron como pudieron desde el escenario. Por la misma razón, en lugar de hacer dos de mis salidas por sendos balcones, se decidió que saldría en ambas ocasiones por el de la derecha, para lo que se colocó un cañón de luz dirigido al mismo. La primera salida bien. La segunda vez, comencé a hablar y no sentí el deslumbre que provoca el foco que te ilumina. Pero pude observar, por el rabillo del ojo, que el otro balcón estaba perfectamente iluminado por su haz de luz. Me había confundido de ventanal. Hice aquella intervención en un oscuro cargado de simbolismo.

     ¡Y qué decir de la capa que envolvió a don Perlimplín como una inmensa crêpe entre bastidores, retrasando su entrada hasta que logró desembarazarse, emulando al propio Houdini!

     De modo que, para desquitarnos, esa noche los jovencillos de la compañía decidieron ir de copas. Yo, en la frontera de edades, decidí irme con ellos. Volvimos a las tantas de la madrugada, con el consiguiente alboroto alentado por las copas que llevábamos en el cuerpo. Voces de protesta se oyeron en la Hospedería, a las que me uní pidiendo a los escandalosos trasnochadores que refrenasen sus lenguas.

     A la mañana siguiente, los jaraneros fueron despertados a las seis de la mañana como castigo. Menos yo, que fui considerado víctima de la bulla nocturna y pude dormir convenientemente la resaca. En el desayuno, mi sonrisa se cruzaba con las caras de sueño de mis compañeros de correrías.

     Puedo decir, sin dudarlo, que ese fin de semana en Almagro fue inolvidable y recuerdo con sumo cariño a todos mis compañeros.





jueves, 2 de abril de 2015

La distancia justa entre el dolor y la pena


Ese espacio donde el silencio
descubre almas lanzadas al viento,
donde la soledad navega
por mares de ensueños,
donde las palabras se hunden
en un pozo de recuerdos,
donde un sollozo
nos recuerda nuestro vuelo.

Ese espacio donde se unen delirios,
y los dedos buscan caricias
donde antes había sonidos.

Donde una losa traspasa el tiempo
y nos convierte en eternos.
Donde se nublan los labios
para convertise en leyenda.

A Matilde                              




martes, 17 de marzo de 2015

Toñito dedos largos


     Toñito tenía los dedos largos y huesudos, como un metro de carpintero.

     Desde pequeño aprendió el oficio sentado junto al banco de Nicolás, un zapatero de los de toda la vida. Así, clavo a clavo y puntada a puntada, fue desarrollando su destreza hasta establecerse por su cuenta. La tenue claridad de una pequeña ventana iluminaba sus herramientas, como antaño lo hiciera aquel tragaluz en el taller de Nicolás, su maestro. Esa luz difusa y de crudas sombras parecía imprescindible para un zapatero que se preciase de serlo. Flanqueado por estantes con cuerdas, cueros, remaches y tacos de madera de todos los tipos y tamaños. Así había de ser.

     Un golpe de suerte hizo que alguno de sus trabajos fuese a parar a los pies de una famosa estrella de la televisión. Esa televisión que tan poco atractiva le parecía a Toñito. Él prefería la radio.

     Gentes de todo tipo empezaron a visitar su taller solicitándole su calzado de “diseño personal”. Ni entendía, ni quería entender a qué se referían con “diseño”. Todo eran loas y entusiasmo por parte de los nuevos clientes. Pero era su trabajo, y atendió a cada uno de los que fueron a requerirle como siempre había atendido a sus parroquianos.

     Ante el aumento de clientela se vio desbordado de trabajo y llegaron a proponerle montar un taller más grande con empleados que hiciesen la tarea por él. Pero Toñito era un remendón de pocas ambiciones y le bastaba con su pequeño estudio de mínimo ventano sonoramente ambientado por el pequeño transistor que le acompañaba cada día.

     Así que decidió poner a prueba a su clientela y, a partir de entonces, todos sus confortables zapatos llevaban el regalo de un pequeño clavo en la suela que asomaba levemente por el interior.

     La mayoría de los entusiasmados consumidores dejaron de ir a solicitarle sus servicios. Sólo unos pocos siguieron acudiendo. Él preguntó si no habían notado que sus zapatos ya no eran tan cómodos. A lo que le respondieron “sí, son iguales, basta con quitarles un clavito que traspasa la suela”.



     Una pequeña punta separa la excelsitud de la insignificancia para quienes no llegan más allá de la suela del zapato. 




lunes, 16 de marzo de 2015

Escapada


No desatiendo a mi soledad, 
que desde un rincón del silencio 
sonríe amistosamente.

Y saldremos a saborear las nubes de algodón, 
dulces de tanto volar.

Miraremos por los balcones del viento 
cómo pasan los halcones chirriantes, 
las garzas contoneándose 
y los buitres de ojo avizor.

Solos, mi soledad y yo.

Desayunaremos tés de suaves susurros, 
magdalenas de esponjosa ternura 
y zumos de líquidos suspiros.

Entre sorbo y sorbo, un aliento, 
entre el paisaje un camino, allí, a lo lejos, 
nos recordará nuestros pasos. 

Reiremos, animados por la memoria,
de los momentos felices que sujetamos
levemente con los dedos.

Y descansaremos, 
antes de emprender de nuevo el viaje...

Solos, mi soledad y yo.




viernes, 9 de enero de 2015

Paso de humanos


-¿Usted pisa las franjas blancas o las negras?
-¿Cómo dice?
-Que si usted pisa las franjas blancas o las negras del paso de cebra.
-Pues… las negras, claro.
-¿Y por qué?
-No sé, me parecen más fiables. No tienen componentes externos, están unidas al resto del pavimento… sujetas al conjunto de la calle. ¿Y usted?
-Yo prefiero las blancas. Es nuestro mundo, el mundo del peatón. Las negras son como un vacío, el infinito allá abajo, entre el tráfico.
-¿Pero le llegan las piernas?
-Hay veces que no, que tengo que dar dos pasitos en una franja blanca antes de saltar a la siguiente.
-A mí me pasa igual. Y, en alguna ocasión he tropezado con una blanca y he estado a punto de caer de bruces.
-¿Lo ve? Es peligroso ir pisando en la nada. Donde estén las franjas blancas, que se quite la negrura del asfalto.
-Allá usted. Que tenga un buen día.
-Igualmente.

     Y, en aquel momento, el semáforo se puso en rojo para los peatones. 

     El señor del turbante y el del sombrero fedora volvieron a esperar en el borde de la calle. Los ojos de ambos permanecían claros y la sonrisa saludaba a sus nuevos compañeros de acera.