Así es como siento mi vida. No por el color del salmónido; ese color de niño bien alimentado de mejillas rollizas y cuerpo en igual proporción. Sino por esa manía de buscar el río para ir contra la corriente hacia sabe Dios qué destino.
Y, mira por donde, en tres frases ya he dado mi primera muestra de nadar contra corriente. He dicho "Dios" totalmente convencido de que esta palabra tiene significado. Un significado que no voy a extenderme en explicarlo porque no quiero convencer a nadie de su sentido. Pero a mí sí que me han intentado convencer de lo contrario. Bastantes veces. Y considerándome un bicho raro porque creía en Dios. No se puede creer en Dios, no está bien, no es la vanguardia y no va con los tiempos. Será que yo no soy de estos tiempos. En realidad no soy de ningún tiempo.
Pero si ya de jovencillo me gustaba la música que no le gustaba a nadie. Me gustaba tanto la música disco como Bonnie Tyler, como el flamenco. Y por más que intentaba defenderme de las acusaciones de "rarito" mis amigos no se convencieron de que Sniff'n'the Tears merecían la pena hasta un año después cuando este grupo se puso de moda. Para entonces yo había desistido de seguir escuchando ese disco que tenía rallado de tanto ponerlo en el tocadiscos. Aquí aclaro que antes había unos aparatos que se llamaban tocadiscos donde ponías unos plásticos redondos de color negro que giraban cual tiovivo, les colocabas una aguja encima y al ir pasando ésta sobre unos surcos que los vinilos tenían, producían música. Y con el flamenco no digamos. ¡Lo que tuve que oír en la emisora de radio pirata donde hice mis primeros escarceos con el micrófono cuando acepté ir a una invitación para un festival de cante hondo! Si me hubiese pintado de verde hubiera sido el extraterrestre perfecto a ojos de mis compañeros. Suerte que luego vino Alejandro Sanz y, desde entonces, se trató al flamenco como una música de élite. Ya sí se llevaba el flamenco, pero, para entonces yo estaba tan harto de recibir burlas, que me guardaba mi gusto por el cante para mi intimidad.
Debe de ser que uno tiene este carácter o esta falta de acoplamiento a lo que dicta la masa.
Incluso en el colegio suspendí la única evaluación que he suspendido por culpa de mi visión particular. Ya sé que algunos lo llaman cabezonería, obcecación o tozudez; yo prefiero pensar que se trata de opinión propia. A lo que iba, que me gustaría que ahora me leyese la señorita Ele (de Eleuteria; no la estaba nombrando por la primera letra de su nombre, ni por ningún mote) para recordarle que me suspendió un examen porque no acepté lo que decía el libro de texto. Era una cuestión muy sencilla: el libro decía que el flujo de electrones en una corriente eléctrica iba desde el polo positivo hacia el negativo y yo argumentaba que los electrones tenían que partir desde donde había más electrones, o sea el polo negativo, hacia el positivo. Cualquiera puede consultarlo, que en todos los libros, menos en el que utilizábamos aquel año en ciencias, siguen mi teoría. Pero, ¡Zás! esta argumentación me sirvió para conseguir un cero como un castillo que me destrozó toda la media de la evaluación, consiguiendo mi único suspenso en toda la EGB. Qué antiguo, ¿verdad? Pero si ahora se llama ESO. Bueno, pues parte de lo que ahora es eso, antes era lo otro.
Luego crecí y tomé el mal hábito de fumar. Otra vez contra corriente. Beber no, mire usted, porque eso lo hacían muchos y ser borracho no era ir contra corriente. No iba a destruir mi reputación de salmón. Suerte que ahora lo están prohibiendo y puede que... No, puede que consiga otro suspenso, pero no me bajo del burro. Lo siento, don salmón es así.
Además me dedico a una profesión en la que me han acusado de todo, desde perversor de la interpretación a responsable de la incultura nacional. Pero, ¡qué le vamos a hacer!, soy actor de doblaje y encima veo las películas dobladas. Sé que no es una buena carta de presentación, ni está bien visto por los sesudos adalides de la cultura, pero es lo que tenemos el salmón y yo, que vamos contra la corriente. A prohibirlo también.
Para colmo, el último libro que he leído es la biografía de un paisano mío que supone un ejemplo de vida y un compendio de filosofía. ¿Lo digo? Sé que va a ser la gota que colma el vaso de despropósitos que es mi vida, pero el personaje en cuestión es Domingo Ortega, y era torero. ¡Lo que faltaba! Otro ejemplo más de mi opción en contra de lo bienquisto. Resulta que me gusta la tauromaquia. Con todo lo que conlleva; que uno, que ha visto matar a cerdos, todavía piensa que su muerte es menos digna y dan alaridos más desgarradores. He estado fino, ¿eh? No he dicho ni los toros, ni la fiesta nacional, ni ninguno de esos apelativos que tan acalorados debates causan que han llegado a prohibirlos por ley.
Como decía con el fumar o el doblaje, parece que la solución a estas actitudes que se alejan de la actualidad o de los nuevos pensamientos es la prohibición. Por ley. Poner diques al río para impedir que los salmones naden contra corriente. Sólo esperemos que los diques no estallen o desvíen las aguas provocando males mayores.