sábado, 14 de septiembre de 2013

Polvo alejado por los vientos


     Tadeo Vivar era un niño al que la vida lo había soltado en una pequeña aldea alejada de batallas y castillos. Nació en una cabaña rodeado del trinar de las mañanas y los grillos de la noche. Corrió, jugó y rió acunado por el amor de sus padres, hermanos y amigos. Leyó los pocos libros que llegaron a su regazo; muchos menos de los que hubiese deseado. Tumbado en la tierra y acariciado por el polvo del camino soñó con lugares lejanos y con aventuras imposibles. El sol curtió su piel con la rudeza de un castigo.

     Hasta que un día decidió abandonar aquel campo lleno de cariño sin vistas al mundo y viajar en busca de nuevas emociones con las que llenar sus jóvenes pero encallecidas manos. Sus pasos conocieron sendas de arena, pedregosas, tiernas caricias de la hierba, e incluso alguna que quemó las plantas de sus pies.

     El destino le hizo encontrarse con unos soldados que iban en otra de sus misiones. Aventura, emoción y hazañas pasaron ante sus ojos. Tanto le impactó que decidió enrolarse con ellos. Sus días empezaron a dibujarse de pasiones, descubrimientos, miedos y delirios. Su ímpetu y entrega lo llevaron a convertirse en caballero y liderar a sus propios arqueros. Sus compañeros ya le llamaban "El Casto" por su juventud y su sencillez. 

     Así pasaban sus días, entre batallas ganadas, heridas curadas y continuas incursiones en terrenos desconocidos. Todo el mundo conocía a Casto, que así es como todos empezaron a llamarle. Pero su mundo se iba reduciendo, cada vez más, a las campañas militares. Paseaba por las empinadas calles del castillo, entre los saludos de todos. Su mente volaba a otros tiempos cuando, los pocos que lo conocían, no veían unicamente el fulgor de su armadura y era simplemente Tadeo. Había dejado de ser él para convertirse en Casto el héroe. Por eso, cada vez que oía su verdadero nombre, notaba un efímero escalofrío al recordar quién era realmente.

     Pero su corazón se sentía oprimido mientras añoraba ser Tadeo, el ingenuo muchacho, de palabras sencillas y alma abierta que se había quedado encerrado dentro del frío de su armadura.



2 comentarios:

  1. Para mí, la melancolía es como un domingo de verano en la infancia. Para otros, supongo, será como un lunes de invierno en la edad adulta.
    Ana Basave

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  2. Sin duda. Son momentos, recuerdos, sabores, olores y sonidos...
    Gracias por tu comentario.

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