viernes, 5 de febrero de 2010

A un gran hombre




Sé que estás ahí,
entre las estrellas que se asoman
tras la oscuridad de la noche.

A veces siento el tacto de tus manos
encallecidas y tiernas.
Me gustaría no haberlas perdido
cuando un aliento suave
te durmió para siempre. 
Desearía agarrarme a ellas
como aquella última vez
y recuperar tantos
abrazos perdidos.
Manos endurecidas por el trabajo
que nunca abusaron de su poder,
que sólo se preocuparon de guiarnos.

Hombre sin cultura
pero sabio de la vida.
Tus lecciones no tenían guión,
ni palabras altisonantes,
ni pesados conceptos.
Tu enseñanza eras tú,
con cada movimiento,
con cada acción,
con cada silencio.

Hablo contigo, pero no te veo.
Me contestas, pero no suena tu voz.

Te siento en cada paso que doy,
en cada decisión que tomo,
descubriendo lo importante
que fue tu ejemplo.

Un héroe sin estatuta,
un valiente sin espada,
un luchador sin ejército,
un compañero respetado.

Yo te admiro,
te quiero,
te hablo,
te siento conmigo,
aunque no estés aquí.

Y, de vez en cuando,
miro al cielo y te hago la gran pregunta:
"¿Estás orgulloso de mí, padre?"


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