Toñito tenía los dedos largos y huesudos, como un metro de
carpintero.
Desde pequeño aprendió el oficio sentado junto al banco de
Nicolás, un zapatero de los de toda la vida. Así, clavo a clavo y puntada a
puntada, fue desarrollando su destreza hasta establecerse por su cuenta. La
tenue claridad de una pequeña ventana iluminaba sus herramientas, como antaño
lo hiciera aquel tragaluz en el taller de Nicolás, su maestro. Esa luz difusa y
de crudas sombras parecía imprescindible para un zapatero que se preciase de
serlo. Flanqueado por estantes con cuerdas, cueros, remaches y tacos de madera
de todos los tipos y tamaños. Así había de ser.
Un golpe de suerte hizo que alguno de sus trabajos fuese a
parar a los pies de una famosa estrella de la televisión. Esa televisión que tan
poco atractiva le parecía a Toñito. Él prefería la radio.
Gentes de todo tipo empezaron a visitar su taller
solicitándole su calzado de “diseño personal”. Ni entendía, ni quería entender
a qué se referían con “diseño”. Todo
eran loas y entusiasmo por parte de los nuevos clientes. Pero era su trabajo, y
atendió a cada uno de los que fueron a requerirle como siempre había atendido a
sus parroquianos.
Ante el aumento de clientela se vio desbordado de trabajo y
llegaron a proponerle montar un taller más grande con empleados que hiciesen la
tarea por él. Pero Toñito era un remendón de pocas ambiciones y le bastaba con
su pequeño estudio de mínimo ventano sonoramente ambientado por el pequeño
transistor que le acompañaba cada día.
Así que decidió poner a prueba a su clientela y, a partir de
entonces, todos sus confortables zapatos llevaban el regalo de un pequeño clavo
en la suela que asomaba levemente por el interior.
La mayoría de los entusiasmados consumidores dejaron de ir a
solicitarle sus servicios. Sólo unos pocos siguieron acudiendo. Él preguntó si
no habían notado que sus zapatos ya no eran tan cómodos. A lo que le
respondieron “sí, son iguales, basta con quitarles un clavito que traspasa la
suela”.
Una pequeña punta separa la excelsitud de la insignificancia
para quienes no llegan más allá de la suela del zapato.