domingo, 27 de noviembre de 2016

La vida es ir pasando

La vida es reir, llorar, alegrarse, sufrir, suspirar y tocar fugazmente las chispas de la felicidad.
Tejiendo cada momento, disfrutando cada instante y tratando de comprender, a veces, lo incomprensible.
Comprender que estamos de paso, como muchas personas que, cuando ya no pueden exprimirte más, quedan atrás, a un lado del camino. Incluso convirtiéndose en tus enemigos. Pero nunca arrepentirse de los favores hechos, ni del cariño entregado, ni del tiempo regalado. Seguir sin mirar atrás, sin reclamar nada. Lo que has hecho lo has hecho con el alma y esa es la riqueza que te alimenta.
Cada zancada es importante, cada semilla es la oportunidad de una hermosa planta. Aunque, en ocasiones, algunas semillas no germinen. Pero no dejar de sembrar, no dejar de cuidar la tierra. Porque es fácil que un brote se malogre, pero el agricultor cuenta con ello y planta suficientes semillas para que siempre queden matas que sobrevivan.
Y mantenerse en el lugar que tantos esfuerzos te ha costado, sin rendirse, sin olvidar seguir aprendiendo cada día, de cada sabor que nos da la vida.
No acostumbrarse, no dormirse en el logro, disfrutando de cada nuevo reto, por difícil que parezca. Y aguantar ahí arriba, sujetando bien las bridas para evitar la caída.
Y caminar por senderos, avenidas, alfombras y pedregales sin perder el equilibrio. Sabiendo que tus pies no dudarán en el siguiente paso, a pesar de las heridas y el frío.
La vida es ir pasando.

domingo, 8 de mayo de 2016

El chico que acunaba a los grillos


     Entre las hojas de una mañana de sudor tibio, arrastraba los pies descalzos el distraído Tuck.
     Una noche más había acariciado las estrellas entre los suspiros de las nubes.
     Nunca fue demasiado frío para su corazón, ni demasiados vacíos para sus ojos.

      Unas mariposas dibujaron recuerdos en la oscuridad de la noche, arrastrando el fulgor de guiños no descubiertos, de palabras perdidas debajo de mares de olas bienquistas.
     Y así, noche tras noche, se empeñaba en encontrar nuevos vuelos de águilas desplumadas y cadenciosos maullidos de gatos sin uñas.

     Ponía su sonrisa en la corteza de un árbol inclinado hacia el infinito, que hundía sus raíces para alimentar la tierra con su savia, llevando la contraría a la misma natura. Allí no había reglas; los peces cantaban su aria de besos secos, las comadrejas se entretenían en tejer mantos de espigas para el viento, los arroyos se detenían asomados al infinito desde las rocas del manantial y los pájaros fabricaban ramos de destellos con las colas de los cometas.

     Tuck abrirá los brazos y llenará sus pulmones de los aromas de la mañana antes de volver a su nido hecho de pétalos de horas azules donde se hundiría en otro profundo sueño a la espera de un nuevo atardecer. Y entonces, volverá a saludar al fuego de la tarde, mientras hunde sus ojos bajo su sombrero de hojas. Dará la bienvenida a la luna que juega al escondite y acunará, como cada anochecer, a los grillos.






sábado, 6 de febrero de 2016

Poco a poco



     Todo cambió aquella noche en la que Bruno no podía dormir. El tintineo del pestillo de la ventana hizo que se revolviese en la cama y viese allí a aquel muchacho. No se asustó, no tuvo miedo. Algo le resultaba familiar y le daba confianza.

     Adis, le dijo el visitante que se llamaba. Y Bruno sintió que le resultaba muy afín, un chico de su edad, tranquilo como él, incluso con sueños parecidos. Lo que comprobó después de charlar un rato con él.
     Adis permaneció sentado al fondo de la habitación hasta que Bruno se durmió.

     A la mañana siguiente Bruno comprobó que Adis ya no estaba. Su cuarto se encontraba exactamente igual que cualquier día, como si nadie hubiese pasado por allí.

     Por la noche esperó sin dormirse hasta que su misterioso amigo volvió a aparecer. Se encontraba bien con esta compañía y dejó de preocuparle de dónde venía Adis y por qué entraba allí cada noche.

     Así, noche tras noche, aguardaba la llegada del extraño que cada vez le parecía menos extraño. Tantas ideas coincidían con las suyas, tantos miedos y alegrías compartían, que sentía alivio pensando en sus conversaciones nocturnas.

     A las pocas semanas se encontró con su nuevo amigo en un paseo por la arboleda. Caminaron durante horas, saltaron, jugaron a las canicas y se rieron cuando Bruno, al pasar por el arroyo, cayó y se quedó cual rana en medio del agua.

     Nadie conocía a Adis, pero eso a Bruno no le importaba. Los encuentros se iban haciendo cada vez más habituales, hasta que Adis empezó a confiarle a Bruno que no le parecían bien algunas cosas que hacía y algunas compañía que frecuentaba. Bruno pensó que su amigo tenía celos de la gente que iba con él. 
     Y, después de unas cuantas discusiones, empezaron a verse cada vez menos. Incluso cuando Adis aparecía en su cuarto por la noche, Bruno le pedía que se marchara y se cobijaba bajo las sábanas para entrar en un profundo sueño.

     Así, poco a poco, Adis desapareció completamente del mundo de Bruno.

     Años después, Bruno, recordando a su amigo, no pudo evitar una sensación de rabia y desencanto mientras decía "cuánto te echo de menos, Adis".