lunes, 29 de abril de 2013
Bajo la tormenta
Enredado entre los hilos del vacío,
acaricio las palmas del deseo.
Araño un trozo de luz que no veo
y me hago con ella claros de estío.
Donde el oscuro aliento del frío
socaba los pasos de duras dudas,
incrusto pisadas firmes y puras
y esquivo la roca del desvarío.
Del viento y la sonora tormenta
cobijo mi alma en trizas ajada
y palpo la vida que me alimenta.
Canto con notas desvencijadas
un profundo eco de marcha lenta
y leves coros cubren la alborada.
domingo, 28 de abril de 2013
Creo más, pero no me creo más.
Crear es mirar con los ojos del corazón y dejarse llevar. Perder el miedo a fracasar y dejar que sea la imaginación quien hable. No puede haber creación si nos basamos únicamente en lo que ya está hecho. Hay que ir más allá. Si nos regimos únicamente por la efectividad, por lo que funciona, sólo estaremos copiando. Copiando lo que ya está hecho.
Por eso me apasiona la gente que se atreve, que se moja, que inventa. Aunque se equivoque. Y también, ¿por qué no decirlo?, me producen cierto sarpullido los que van a lo seguro, los que viven de los laureles, los que se arriman a los palacetes del triunfo.
La humildad es algo primordial para un artista, porque el día que la abandona, deja de crecer. Se dedica a repetir fórmulas que (en su convencimiento) lo hacen excelente, y denigran todo lo ajeno porque no le pueden enseñar nada. Es un modo de consumir la herencia, más o menos merecida, que posee. Sin recargar las arcas de la creatividad.
Y la generosidad. La entrega sin tabúes y sin intereses egoistas apoyados unicamente en el propio ego. Dar de uno mismo para crear, para sentir el sincero placer de compartir sensaciones. El respeto por el trabajo de los demás y la colaboración.
Hoy me he puesto un poco "profundo", pero no todos los días tiene uno la vena artística hinchada.
¡Qué le vamos a hacer!
sábado, 27 de abril de 2013
Paseando con la luna
Esta noche he quedado con la luna.
Tomaremos copas de estrellas con gotas de rocío y pasearemos entre los sueños con los pies descalzos. Sin hacer ruido, como cada noche. Buscando un apoyo entre las sombras de los árboles. Visitaremos a nuestro amigo el mar y le contaremos historias sin principio, cuentos sin fin y leyendas sin pasado. Tejeremos sábanas de cometas y pintaremos deseos sobre las rocas de la orilla.
Allí, los tres, disfrutaremos del vacío y llenaremos el silencio de palabras sin sonido. Mirándonos, observándonos, simplemente por el placer de perder el tiempo y la mirada en minutos eternos. Nos mecerá la nana susurrante de las olas y nuestros ojos se teñirán del brillo de la luna. ¿Qué puedo darles yo? Nada. Mi silencio del que escucha atento a cada instante, la nada de quien quiere abarcar el firmamento entre las palmas de sus manos.
Y, como cada noche, seguiremos el compás de las horas sin pedir nada, sin decir nada, sin tener nada. Sólo la oquedad del cielo.
martes, 23 de abril de 2013
No tengas nada en las manos
ni una memoria en el alma,
que -cuando un día tus manos
pongan el óbolo último,
cuando las manos te abran-,
nada se te caiga de ellas.
¿Qué trono te quieren dar
que Átropos no te lo quite?
¿Qué laurel que no se mustie
en los arbitrios de Minos?
¿Qué horas que no te conviertan
en la estatua de sombra?
¿Qué serás cuando, de noche,
estés al fin del camino?
Coge las flores, mas déjalas luego
caer, apenas miradas.
Al sol siéntate. Y abdica
para ser el rey de ti mismo.
Fernando Pessoa
lunes, 22 de abril de 2013
Partida a ojos vistas
Hacer por hacer, no. Pero tampoco decir por decir.
Se lanzan los dados y se cuenta la cifra. Sin ardides ilusionistas que pretendan cambiar la partida.
Muchas veces nos embarcamos en la volátil tarea de explicar lo magníficos que somos, los maravillosos objetivos que pretendemos, lo extraordinario que es quien nos da un beneficio y lo mediocre que resulta quien nos ha fallado o quien nos puede hacer sombra.
Ardua faena para la que hace falta ser avispado en la palabra y diestro en la mentira.
Hay quien lo llama don de gentes. Pero cuando la palabra no coincide con el gesto o con el comentario furtivo ajeno a las miradas, yo lo llamo falsedad.
Quizá por mi carácter castellano, no soy muy dado al aleteo mariposil de alas desplegadas ante cualquiera. Puede que también sea por mi timidez. Pero el adorno pasional y la sonrisa impostada sólo me salen si las siento. Para simular sentimientos ya tengo mis personajes. Pero yo soy como soy y siento lo que siento.
Por eso soy persona de pocas palabras, gesto espontáneo y mirada reposada.
Admiro más un hecho que una intención, en el convencimiento de que un pequeño gesto puede valer más que mil promesas vanas. Y quien piense que me engaña, que me mire a los ojos.
domingo, 21 de abril de 2013
Manos de silencio
Otro vuelo al amanecer, con el sol contorneando las palmas.
En suaves giros buscó la nube que se esparcía
como polvo de bellos sueños.
Así eran mis manos en la frialdad del aire,
dibujando caricias, acariciando alientos, alentando ideas.
Y, en el golpe duro de palabras despiadadas
cayó su vuelo al nido de la melancolía.
Con el calor de la mañana
asomó la paloma sus ajadas plumas
y cruzó el espacio de halcones plagado.
miércoles, 17 de abril de 2013
Mañana será de día
Volviendo otra vez a esas frases hechas o coletillas que tiene nuestro
idioma, me viene a la mente una que se suele utilizar en su versión
abreviada.
Recuerdo que siempre me sorprendía cuando la oía pronunciar en toda su extensión. Es la famosa "mañana será de día",
que se suele emplear cuando dejas de preocuparte por un asunto o cosa y
lo dejas pospuesto hasta otro momento más propicio y clarificador.
Generalmente el día siguiente.
Pues resulta que hay una hierba que, por esas cosas del capricho
culinario, es apreciada por su delicado sabor y sus múltiples
combinaciones gastronómicas: el espárrago. Pero no deja de ser una
hierba.
El caso es que esta verdura crece de una raiz que, a lo largo de los
años, va creando nuevos brotes que se cortan sin sacar la raiz, que a su
vez será la encargada de parir nuevos brotes y, por tanto, nuevos
espárragos.
Al permanecer varios años la mencionada planta en el mismo sitio, a
su alrededor van creciendo todo tipo de hierbas que, por mucho que se
esfuerce el agricultor en eliminarlas, siempre alguna parásita queda
junto a la señora esparraguera. Por lo que, al recolectar la deliciosa
verdura, hay que tener cuidado de no arrancar la raiz madre y, al mismo
tiempo, asegurarse de que lo que se recolecta es un espárrago y no una
romaza, una calabrujas, una juncia o cualquier hierbajo inservible.
Y ahora viene la explicación al latiguillo.
Hallábanse una vez una cuadrilla de jornaleros recolectando espárragos y
había entre ellos una mujer a la que le faltaba un ojo. Llegada la hora
en la que mengua la luz solar y el sol se adormece tras los oteros
(algo poético había que poner), la señora de la "univisión" perdía su
destreza en el reconocimiento de la planta y echaba a su serón todo tipo
de matojos que nada tenían que ver con los apreciados espárragos.
Así que, para evitar la ensalada de hierbajos en que se estaba
convirtiendo la cosecha, el capataz decidió dar por concluida la faena
con un "vamos a dejarlo. Mañana será de día y verá la tuerta los espárragos".
martes, 16 de abril de 2013
La medida del cariño
El afecto que te tengo sólo es el resultado del que tú me has dado. A través de él camino y su ronco sonido mueve mis músculos. Ni me añores ni me huyas porque estoy donde quisiste que estuviera. El destino, que en su justicia invisible teje los hilos, nos llevará al lugar que será nuestro sitio. No hay compromisos ni reproches porque el hado será cabal con nosotros.
Cariño, puede ser.
Amor, también.
Como un reflejo en el meandro calmo de un río,
es el afecto que nos une.
Dedicado a tí, que te desvaneciste cuando compendiste que no era perfecto.
Te perdiste lo mejor de mí.
lunes, 15 de abril de 2013
Del cincel a la emoción
Rocas hay muchas; algunas de inmediata belleza que cautivan cuando las ves por primera vez. Pero hacer una obra de arte en la roca ya es otro cantar. Esculpirla para crear algo bello se reserva para unos pocos. Sin duda, para elaborar una gran talla, conviene tener una piedra de gran tamaño en la que cincelar formas y líneas con toda la perfección de la que sea capaz el escultor. Aunque no todas las grandes rocas producen artísticas obras. Imponentes, sí, pero no necesariamente exquisitas.
Se necesita un material que soporte los vaivenes del escoplo que dará una bella figura. Así, paso a paso se va formando la magnífica obra. Una roca que puede ser de perfecta estructura y magnífico colorido, pero que si no se labra con delicadas formas no dejará de ser un bloque muerto que no provocará ninguna emoción en quien la observe.
Del mismo modo, el artista tampoco debe, embriagado del impaciente deseo de ver su obra terminada, conformarse con utilizar un material blando que permita una rápida talla. Habrá construido algo tan efímero como su esfuerzo.
Y, ahora que lo pienso,... ¿estoy hablando de escultura o de arte dramático?
lunes, 8 de abril de 2013
Chirivía de mis entretierras
Llamarse Patata o Chufa no es nada halagüeño. A la par que vulgares, sus nombres resultan algo despectivos. Si eres una patata eres, más o menos, una porquería. ¡Buah, tu eres una patata! Vamos, que no, que no merece la pena ser una patata. Y con la chufa pasa tres cuartos de lo mismo. Sólo sirve para que te tomen a tu nombre. O sea, a chufa. Y que hagan chufas de tí no es muy agradable. O si te estrujan y te hacen horchata te quedas en nada.
En cambio, llamarse Chirivía... eso sí que da caché. Esta es la prima rica de la zanahoria, porque ya de cuna le venía un nombre bastante ampuloso, Pastinaca Sativa, aunque se lo cambió por el nombre artístico de Chirivía. Sonoro donde los haya. "Ole con ole, la Chirivía", le dicen todos al pasar. Y eso enaltece, quieras que no. Su prima la pobre, no le puede hacer sombra, de hecho su nombre científico es bastante humillante: Daucus Carota. Nombre ignominioso, tanto como llamarse Caradura. En fin, que no le llegará nunca al estilazo de la Chirivía, toda elegante, toda fina. De la jet, vamos.
Y no hablemos ya de la cebolla o el ajo. La una te hace llorar y el otro es pesado hasta decir basta. Eso de ser tan repetitivo no es una buena carta de presentación. Sé que hay muchos familiares que también hunden sus carnes en la tierra, pero ni un nabo, ni siquiera un remolacha me produce tanta fascinación como la chirivía.
Por todo esto, tenía que admitirlo, y tenía que rendir culto a esta hortaliza de esbelto nombre: la chirivía. Si con pronunciar su nombre ya se te llena la boca del grácil cosquilleo de sus sílabas.
Es posible que esté enamorado de la chirivía. No lo negaré. Y lo grito a los cuatro vientos, ¡Chirivía! ¡Chirivía! ¡Chiriviiiiiia!
domingo, 7 de abril de 2013
Poderoso baladí
Entre un si y un no pusiste una verja con espinas.
Huiste del suave susurro de la verdad
y jugase con la algarabía del brillo deslumbrador.
Quiero, sí.
Renuncia, no.
Bailaste al son de resonantes ritmos
despreciando la cadencia de la sencilla cítara
y, al compás de largas capas y oropeles,
olvidaste la ceñidura del raído jubón.
Luces, sí.
Sombras, no.
Entre visiones de estanpas al asombro burgués
chocaron tus copas el vino más ventajoso
y de mayor regocijo, despreocupado y efímero,
salpicando de dudosas fragancias
reputación y chanzas displicentes
a menesterosos y golirardos de futuro incierto.
Momento, sí.
Incertidumbre, no.
Y, entre síes y noes, cruel batalla libraron
y los noes fueron síes que escuchaban en silencio.
viernes, 5 de abril de 2013
Sueño en blanco
Te regalé un suspiro,
me devolviste un quejido.
Entre secas hojas de líneas rasgadas
paseaba mi pluma hacia un final incierto
de crudas palabras que se descolgaban de los renglones.
Y, entre roncas letras, se quebró el aire.
Hacia una nada de mudos lamentos
caminó mi razón de sinrazón embriagada.
Posé mi mirada en el opaco horizonte
que atravesaba muros y distancias.
Cayó mi trazo a través de una página
cubierta de vacío y renglones por llenar.
La sombra y la luz se fundieron
en un abrazo y calentaron su deseo.
Todo por escribir, mucho por vivir,
escalofríos por dibujar, y un lienzo por latir.
martes, 2 de abril de 2013
El sueño oscuro
Había sido una noche de extraña tormenta. No había relámpagos, no había truenos, ni siquiera lluvia. Pero el color del cielo y el bronco ruido que hacía temblar las paredes le hacían presagiar algo devastador.
Corrió a cerrar las ventanas y puertas que, como impulsadas por una fuerza invisible, se resistían angustiosamente. Con toda la rapidez que pudo y tratando de no perder su entereza bloqueó todos los resquicios de la casa. La puerta trasera se oponía a bloquearse y, tras varios intentos frenados por esa fuerza que producía la sensación de estar en un universo de agua, optó por echar los dos cerrojos Fac a pesar de que el picaporte no llegaba a enclavarse.
El sonido se hizo sordo y lejano, pero las paredes repetian vibrantemente el estruendo que se estaba produciendo en el exterior. Se cobijó en el sofá del salón y procuró que el zumbido que hacía estremecer todo a su alrededor no se apoderase de su entereza. Poco a poco el cansancio se apoderó de él hasta hacerle cerrar los ojos.
No sabe cuánto tiempo estuvo dormido, pero al despertar notó que el ruido había cesado fuera. Sólo oía algunos golpes secos y lejanos que parecían venir de la parte baja de la escalera. Se acercó despacio, con la prevención lógica hacia lo desconocido, y observó que los ruidos venían de detrás de la puerta oscura que cerraba una especie de armario que había bajo la escalera. Abrió la puerta y sintió el ronco gemido del aire de su interior. El sonido parecía surgir de todo aquel sombrío espacio. Sin origen concreto. De pronto observó cómo unas botas negras con brocados plateados y hebillas laterales aparecían entre la sombra. Recorrió con la mirada lo que deberían ser las piernas pero sólo pudo vislumbrar dos delgadas extremidades negras que acababan en una especie de cabeza de águila roja de plumaje ralo y caótico.
Sin pensar en las consecuencias e instintivamente, alargó su mano y sintió que una especie de zarpa huesuda se posaba sobre ella. Avanzó lentamente hacia la puerta que, no sabe cuánto tiempo atrás había cerrado con los dos cerrojos, y acompañó al extraño ser hacia el exterior. Mientras que, desde la puerta, veía cómo aquellas botas negras con brocados plateados se iban perdiendo en la bruma, siguió oyendo el tintineo de las hebillas que cada vez se hacía más y más débil.
Cerró la puerta y entró de nuevo en la casa donde sólo se apreciaba el silencio casi doloroso y el frío de una noche que había acabado al fin.
Había descubierto qué se escondía en aquel armario que llamaba "del miedo".
lunes, 1 de abril de 2013
Nada más allá
Lucía saltó de la cama, la tremenda distancia que la separaba del frío suelo. Empeñada en volar en su sábana mágica había olvidado que en la tierra todo debía tener sentido. Avanzó unos pasos hasta la ventana que, con los ojos cerrados, seguía ajena al mundo de fuera. Con el esfuerzo que supone el temor a encontrarse con el mismo muro de otras veces, abrió las quejumbrosas hojas de madera cuarteada. Allí estaba, el paisaje con el que tantas veces había pasado horas y horas en conversación. Hablando en silencio. Nada se movía. Alguna rama o algún tallo que armonizaban su baile al son del viento, o algún pájaro que bordaba su invisible dibujo en el cielo.
No podía comprender cómo tanta belleza y tanta paz había sido olvidada por el otro mundo, el de las prisas, de las responsabilidades, de los compromisos, el del rencor. Un mundo enfermo con el peor de los males, el materialismo. En el otro mundo todo tenía una justificación. Cuando había que explicar algo, la razón más contundente era el dinero.
Para Lucía hoy todo eran preguntas. Y el campo callaba; sólo el rocío parecía contestar con las lágrimas que cubrían el verdor inmóvil. Lucía no tenía nada, sólo a sí misma. Y aquella tierra dura, herida por el tiempo, parecía agotada de soportar el egoísmo humano. Allí todo era armonía y convivían la roca más dura con el más tierno brote de una tímida flor. Callaba. El silencio de un llanto ahogado.
Para Lucía hoy todo eran preguntas. Y el campo callaba; sólo el rocío parecía contestar con las lágrimas que cubrían el verdor inmóvil. Lucía no tenía nada, sólo a sí misma. Y aquella tierra dura, herida por el tiempo, parecía agotada de soportar el egoísmo humano. Allí todo era armonía y convivían la roca más dura con el más tierno brote de una tímida flor. Callaba. El silencio de un llanto ahogado.
Lucía lo miró con tristeza y alargó su mano. Sintió la caricia de una brisa triste. Recibió el tímido aroma de fragancias solitarias. Desesperanza. Volvió a su cama y se entregó de nuevo a sus sueños.
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