Había sido una noche de extraña tormenta. No había relámpagos, no había truenos, ni siquiera lluvia. Pero el color del cielo y el bronco ruido que hacía temblar las paredes le hacían presagiar algo devastador.
Corrió a cerrar las ventanas y puertas que, como impulsadas por una fuerza invisible, se resistían angustiosamente. Con toda la rapidez que pudo y tratando de no perder su entereza bloqueó todos los resquicios de la casa. La puerta trasera se oponía a bloquearse y, tras varios intentos frenados por esa fuerza que producía la sensación de estar en un universo de agua, optó por echar los dos cerrojos Fac a pesar de que el picaporte no llegaba a enclavarse.
El sonido se hizo sordo y lejano, pero las paredes repetian vibrantemente el estruendo que se estaba produciendo en el exterior. Se cobijó en el sofá del salón y procuró que el zumbido que hacía estremecer todo a su alrededor no se apoderase de su entereza. Poco a poco el cansancio se apoderó de él hasta hacerle cerrar los ojos.
No sabe cuánto tiempo estuvo dormido, pero al despertar notó que el ruido había cesado fuera. Sólo oía algunos golpes secos y lejanos que parecían venir de la parte baja de la escalera. Se acercó despacio, con la prevención lógica hacia lo desconocido, y observó que los ruidos venían de detrás de la puerta oscura que cerraba una especie de armario que había bajo la escalera. Abrió la puerta y sintió el ronco gemido del aire de su interior. El sonido parecía surgir de todo aquel sombrío espacio. Sin origen concreto. De pronto observó cómo unas botas negras con brocados plateados y hebillas laterales aparecían entre la sombra. Recorrió con la mirada lo que deberían ser las piernas pero sólo pudo vislumbrar dos delgadas extremidades negras que acababan en una especie de cabeza de águila roja de plumaje ralo y caótico.
Sin pensar en las consecuencias e instintivamente, alargó su mano y sintió que una especie de zarpa huesuda se posaba sobre ella. Avanzó lentamente hacia la puerta que, no sabe cuánto tiempo atrás había cerrado con los dos cerrojos, y acompañó al extraño ser hacia el exterior. Mientras que, desde la puerta, veía cómo aquellas botas negras con brocados plateados se iban perdiendo en la bruma, siguió oyendo el tintineo de las hebillas que cada vez se hacía más y más débil.
Cerró la puerta y entró de nuevo en la casa donde sólo se apreciaba el silencio casi doloroso y el frío de una noche que había acabado al fin.
Había descubierto qué se escondía en aquel armario que llamaba "del miedo".
Brrrrr! ¡Qué yuyu!
ResponderEliminar¡Hala, otra noche sin dormir!
ResponderEliminarLo peor es que esta tarde he pasado por delante de un escaparate de una zapatería... ¡y allí había unas botas casi iguales a las del sueño! ¡Qué escalofrío!
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