miércoles, 29 de mayo de 2013

Estados de ánimo



Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme. 

                                                                       Mario Benedetti

domingo, 26 de mayo de 2013

Para esos momentos


     Llora, princesa, llora si es lo que tu corazón te reclama.      

     En las nubes pintaremos un te quiero con el humo de nuestros alientos. Escribiremos palabras deformes para dar forma a la vida. Sacaremos a pasear el perro de dientes afilados y caricias calientes. Jugaremos a la ambigüedad del salón de te. Nuestras carcajadas serán la medicina para aliviar injusticias de vida. En cada desvarío quedará impregnada una gota de amor. Hablar por hablar, desahogarse del trago amargo de la vida. Y mirar al cielo suplicando la felicidad de quien tantos cuentos dibujó con su sonrisa. 

     Llora, princesa, llora para limpiar angustias que los demás comprendemos. Y desde nuestras locuras al aire, buscaremos tu calma. Mañana reirás con nosotros, disfrutarás con nosotros, porque siempre estaremos esperando. 

     Mañana volverá a brillar el sol y tú con él. Y hoy, dos latidos de cada cuatro de nuestro corazón, son para tí.



lunes, 20 de mayo de 2013

Ese niño cabezota


     Lo de ser cabezota no se aprende, yo creo que siempre lo he sido. Dicen que es porque soy tauro, pero yo creo que es porque soy torpe y cuando consigo subirme en el burro no hay quien me apee. Ya me lo decía mi madre cuando subía y bajaba las escaleras a todo correr: "te has empeñado y algún día sacas la cabeza por la ventana". La ventana era una que había hacia la mitad de la escalera. Gracias a mi insistencia comprobé que los cristales también se pueden atravesar. Se quedan hechos añicos, pero atravesarlos, se atraviesan. Os lo aseguro con conocimiento de causa.

     Y esa cabezonería me ha acompañado toda la vida.

     Recuerdo algo que me ocurrió en 5º de EGB (en mis tiempos no había... ESO). A mi me daba por comprender las cosas más que por estudiarlas sin más; como ya he dicho antes, debido a mi torpeza e inutilidad como memorizador. Y así aprendí el tema de la electricidad. Aquello de que pasaban electrones de un átomo a otro y de ese modo se producía la corriente eléctrica. Según el libro de texto que utilizábamos en aquel curso, la corriente pasaba del polo positivo al negativo. Craso error el de aquel libro. No por el dato equivocado, sino por haberse puesto delante de mí. Porque yo no me iba a conformar. Y así se lo hice saber a mi profesora doña Ele (el nombre era más feo que ella, porque era mi amor platónico, como suele pasar con las profesoras). Le argumenté que si la corriente eléctrica eran electrones, éstos debían salir expulsados de donde había exceso de ellos, o sea, del polo negativo. Como puede deducirse, yo no era nadie para cambiar algo que aparecía en el libro. Así que me tenía que resignar. Pero eso no iba conmigo.

     Y apareció la preguntita de marras en un examen. 

     Ni corto ni perezoso, ni conforme y cabezón, mi contestación fue "El libro dice que la corriente eléctrica sale del polo positivo hacia el polo negativo. Pero está mal. Lo cierto es que salen del polo negativo en dirección al polo positivo."  Y la señorita Ele me calificó con un 4,5 a pesar de haber contestado correctamente a las demás preguntas.

     Pude ratificar, años después, que mi hipótesis era la correcta. Lástima no haber tenido Internet por aquel entonces.

     Pero suspendí aquel examen. Y me traumatizó hasta tal punto que, aún hoy, mi cabezonería me hace pensar que lo más importante es tener fe en los propios conceptos e ideas

     Gracias, doña Ele.
     




domingo, 19 de mayo de 2013

Mi viaje a Ítaca




     No me reiré como de mí se rieron, pero veo los trozos pasar y no siento lástima. Ni haré leña del árbol caído aunque conmigo se hicieron hogueras. Sólo lamento que cuando descubra arrodillada alguna cara de los que de mí se mofaron no sabré qué decir.

     La vida marca los ritmos y sólo hay que saber esperar con la cabeza alta, cuando sientes que la injusticia se cierne sobre ti. No perder jamás la dignidad y, ante afrentas y desdenes, creer en la propia verdad, a pesar de descréditos y rechazos.
     Ya lloré, ahora no hay lágrimas. Ya caí, pero me levanté enseguida. 
     Seguí navegando, a pesar de las tormentas, sin miedo a salir a la mar en una pequeña barcaza. Con muchas lanchas empecé travesías hasta tener un velero de tres palos. Y disfruté en cada uno de los viajes. 

     En algún tiempo pensé (defecto muy humano) en la venganza o el contraataque. Sí, no puedo negarlo. Pero fue tiempo perdido. Ahora, a toro pasado, veo que el tiempo que desperdicié en esa idea sólo era un freno para llegar a mi meta. Suerte que no fue demasiado.

     Sigo mi viaje a Ítaca.



sábado, 18 de mayo de 2013

El jardín de Utopía

  
    Quiero construir un jardín con corales donde los lamentos reposen sus pies cansados y se calienten con el abrazo de una palabra sin desgastar. Donde canten los grillos del recuerdo repiqueteante. Donde los pájaros del amor hagan nidos con pequeñas ramas de consuelo. Donde se crucen los arroyos de la amistad en cascadas de escalofríos espumosos. Donde las fuentes rían amarguras y alegrías desde el manantial del cariño. Donde una estrella de mar salude a sus hermanas del cielo y bailen una armonía de comprensión entre parterres de flores ardientes. Donde las rocas apoyen el tronco herido de una encina de hojas desprendidas. 
     Donde la oscuridad no impida sentir todo su esplendor y baste cerrar lo ojos para sumarse al gran festejo. 
     Y plantaré lealtades de pétalos morados, enredaderas de ánimos, sonrisas trepadoras y setos de generosidad. Lo regaré con sueños y lo protegeré de las plagas abonándolo con fe y confianza, que he oído que son fertilizantes únicos y efectivos.

     Creo que puede ser un hermoso jardín, aunque sean años los que tarde en florecer y haya que seguir cuidándolo día a día para que no pierda su belleza.


viernes, 17 de mayo de 2013

Soy ser


     Si quieres saber quién soy no mires mis pasos, mira mis ojos.
     En la punta de los dedos sostengo todo mi ser. 
     Y poco más que una brizna de polvo que vuela a cada instante, se desvanece y vuelve a caer. 
     Imperfecto como el silencio que aturde o la mañana que no llega. 
     Sutil como una caricia que no me roza.
     Lejano como el aire que me envuelve.
     Efímero como una gota de lluvia.
     Herido como la palabra ahogada entre los dientes.
     Oscuro como el eco de un rayo.
     Centelleante como un cristal clavado en la tierra.
     Simple como la espuma de un río que, movida por la corriente, se desvanece en un remolino.
     Tan pequeño como la flor de la manzanilla que brota en un campo de amapolas.
     Mi brillo no es de bala de fusil, ni mi sonido es el azote de un látigo.

     Y a cada paso, perdido, sentido, olvidado. Haciendo el camino.
   

miércoles, 15 de mayo de 2013

La puerta cerrada


Una maleta de sueños y un traje de olvido.
La puerta se cerró con un crujido.
La ventana aún abierta, hizo volar los visillos.

Sin mirar atrás, sintió en sus huellas el frío.
Mordió en sus labios un quejido.
Y se nublaron sus ojos por lo que pudo haber sido.

De tantos pasos y momentos construídos
una cama deshecha es testigo.
Gratitud y cariño volaron al aire de estío.

Vio la casa derrumbarse a la sombra de un suspiro.
Nadie pintaba sus muros, nadie regaba su tilos.
Alacenas y bodega agotaron el pan y el vino. 

Huyó del recuerdo, se embozó en su abrigo
y con la vista hacia el frente continuó su camino.





sábado, 11 de mayo de 2013

Tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas.


     No era un tallo cualquiera, era feo, verdeoscuro, de hojas diminutas. Y había decidido brotar al borde de un camino, justo donde la curva hacía girar a los paseantes. Solitario y desprotegido nadie reparaba en él. Pisada a pisada sufría la desconsideración de los que no veían en él más que un vulgar hierbajo. El tallo feo, verdeoscuro y de hojas diminutas volvía a renacer de sus pequeños brotes empeñado en superar la dura prueba que le había tocado vivir en aquel recodo del camino.
     Hasta que un día un niño lanzó una piedra que fue a caer justo encima de él. Sintió el impacto de la roca pero no pudo hacer nada más que aguantar e intentar asomar su retoño, esta vez verdeclaro, por un lado del guijarro. Poco a poco fue rodeando la piedra y haciendo renacer nuevas hojas, verdeoscuras como el atardecer. 
     Al cobijo de la piedra nadie dejaba su huella en aquel rincón del camino. El tiempo iba pasando en sosiego de aquella senda. Y el tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas, fue creciendo hasta convertirse en un gran roble que extendía sus brazos hacia el sol y observaba serenamente la curva del camino que, ante su majestuosidad, se había desplazado unos metros más allá.

     Así, el tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas, llegó a ser el cobijo de paseantes que se aliviaban del sol y la admiración de todos.




viernes, 10 de mayo de 2013

La chova andorrera


     En mi continua búsqueda de dichos, retruécanos, chascarrillos y aforismos del pueblo, recuerdo uno que oí decir muchas veces en mi tierra toledana. "Va siempre como el cochino San Antón". No era una alusión a la limpieza, no penséis mal. Se referían a quien, como perrito sin amo, andorreaba continuamente. Andorrear, qué interesante palabra también.

     A lo que íbamos. El término "cochino San Antón" viene de una tradición que, según creo, ya no se estila. Estilar, otra palabra en desuso del vulgo. Y vulgo, otra más. 

     Retomo, que me desvío. En algunos pueblos había la costumbre de tener un cerdo de propiedad comunal al que se encargaba de dar de comer todo aquel que tenía algo que ofrecerle. El gorrino deambulaba durante todo el día por las calles del pueblo como un ciudadano más, parándose en la casa en la que le ofrecían algo de pitanza y viviendo a cuerpo de marrano. Únicamente preocupado de engordar. En algunos municipios el puerco se hacía su propio cobijo para la noche, pero en otros, se le abría la cochiquera de la casa que le pillaba más a mano al llegar la noche. Así iban pasando sus días, con una existencia libre entre los lugareños y adquiriendo esa fama de errante. Hasta que, cebado lo suficiente, se organizaba la matanza de la que disfrutarían todos vecinos. 

     De modo que, al igual que el puerco de vida callejera, aquel que se pasaba todo el día en la calle e ir sin rumbo era tildado de ser "como el cochino San Antón".

     Pues resulta que me han contado que ahora en mi pueblo no se ha perdido del todo la tradición y tienen un animalito que se pasea a sus anchas por todas partes, comiéndose bocadillos de colegiales, posándose en ventanas e incluso en el pelo de alguna señora espantada ante su visita. Una chova de refulgente pico rojo y negro plumaje. 

     ¿Se impondrá la costumbre de la Chova San Antón?    




martes, 7 de mayo de 2013

El yo de mi sombra


     Poco más que una sombra, eso somos.

    Arrastramos nuestra gallarda figura que se distorsiona al paso de cada uno de los badenes del camino. Pero que, como respuesta a cada uno de nuestros pasos, va tomando formas sinuosas dependiendo del punto de vista del observador e incluso del nuestro.
     De vez en cuando nos vemos en la lisura de una pared y creemos que esta es nuestra imagen, esbelta, tersa, perfecta. Pero ni esta es la realidad, porque todo depende de la luz que nos ilumine.
     Y así deambulamos buscando una pureza que sólo está en lo que somos. Y con lo que somos vamos proyectamos nuestro perfil dependiendo del punto de vista, de la luz, e incluso, del lugar donde se pose.

     Esa sombra que, el día que nuestro cuerpo nos abandone, sólo vivirá en el corazón de quienes la contemplaron, la sintieron, la odiaron y la amaron.

     Esa sombra que, en su imperfección, deja su huella efímera en cada recodo del camino. Y, en el momento íntimo en el que mi cuerpo se apoya para descansar, se funde en mí y somos uno, sombra y yo. 





lunes, 6 de mayo de 2013

Notas al margen de un suspiro


     ¿La felicidad? Sí, la busco en la realidad, en la comprensión de cuanto me rodea. Ni lamento los caminos emprendidos ni echo balones fuera. No me colocaré en el cómodo sillón de echar la culpa a mi alrededor. Quizá yo tenga la culpa y como tal, lo acato, apechugo y continúo. Vista al frente y "que me quiten lo bailado" o "que bailen lo que me han quitado". Pero yo sigo adelante, sin dejar que el fango de un mal día engulla mis pies. 
     Y, si hablo de sonreír, perseguir sueños y demás, ni es porque sea mejor persona, ni es por ir de "estupendo". Simplemente es porque pienso que una actitud positiva ayuda más que hundir la cabeza en el lodo o regodearme en el dolor de los demás. Así, un día más, salgo al mundo a buscar oportunidades. 

(Carta de un amigo al que encontré en un rincón de la noche)





domingo, 5 de mayo de 2013

Niño en blanco y negro


     Tenía unos ojos que, más que mirar, parecían tragarse el mundo. Su negrura brillaba como sólo puede hacerlo la vida por descubrir. Caminaba con sus pasitos cortos hacia un destino no marcado, acompasado y vivaz. En su mano apretaba un envoltorio brillante que había conseguido a cambio de una sonrisa a una señora que salía del supermercado.
     Unos pasos más allá, decidió que era el momento de desenvolver su regalo y dar buena cuenta de él. Como si de una ceremonia se tratase, no dijo nada, ni siquiera un suspiro. Sólo se sentó en un banco del parque y empezó a retorcer las orejas a aquel celofán que cubría el caramelo. El papel volvió a su mano y el contenido fue a parar a su boca.  Para él, aquello era la recompensa al sencillo detalle de una sonrisa. Todo un éxito para el niño que se sentía caminar solo en un mundo que no terminaba de encajar en su alma hecha de sueños.
     Saboreaba pausadamente con la vista clavada en el infinito, dibujando con su mente un universo futuro con colores sin estrenar y sensaciones de piel limpia.

     Poco imaginaba que no todos los aplausos que iba a recibir en el futuro serían tan dulces como aquel caramelo.




sábado, 4 de mayo de 2013

Hablar, decir, sentir.


     Hablar, decir, sentir.
     Desnuda el alma y sin máscaras refulgentes.
     Atravesando el paisaje donde las ramas golpean bosques de hojas codiciosas,
     caminando entre rocas y respirando los suaves aromas del borde del camino.

     Como un niño, con las manos vacías de armas blancas,
     se lanza al vacío sin red de oscuro trenzado.
     
     Y pone en su voz el deseo de una mirada,
     el sosiego de un oído atento,
     la magia de un café ante nosotros.

     Y habla, dice, siente.
     Sólo buscando la grandeza que da la sencillez,
     sin más anhelo que compartir los segundos, los minutos,
     las horas de un desconocido amigo.

     Como un niño.



viernes, 3 de mayo de 2013

Tren de vida


    Y vieron pasar el tren... mientras se entretenían con los carteles de la estación.

     El joven de ojos brillantes se dirigió a un hombre que, enfundado en una gabardina de color olvidado, observaba uno de los anuncios que colgaban en el andén. 
     -Feo, ¿verdad? 
     Y después apuntó sin decir nada a una extraña figura de un material que igual podía ser hierro que platino, y que yacía sobre un pedestal al final de una de las vías con una chapa de metal donde se leía "Esplendor".

     Esperó contestación mirando fijamente al hombre del gabán que, incómodo ante la situación, le dijo:
     -Si me lo quiere explicar, me lo explique. Si no, yo no adivino. Como comprenderá, me importa un pimiento.
 
     Cogió el bastón y siguió andando. El joven apresuró el paso y se volvió a colocar delante del hombre de desusado aspecto.
     -Disculpe, me gusta la cultura y me interesa, ¿no se lo he dicho? 
     -Sí me lo ha dicho. ... Me lo acaba de DECIR.

     El silencio cruzó por delante de los dos via-andantes, mientras el mayor miraba pacientemente a su alrededor. Al fin el muchacho volvió a retomar la conversación:
     -Bueno, lo comentaba porque como lleva un libro... 
     -¿Y qué? ¿Qué quiere usted? 
     -Nada, era por charlar un rato, es que he perdido el tren. 
     -Pues, en lugar de hablar tanto, esté atento.
     Su tierna mirada pareció suavizar la rotundidad de su contestación. El parlanchín volvió a la carga.
     -¿Usted acaba de llegar o está esperando algún tren? 
     -Yo siempre estoy de paso. De momento, disfruto de la estación.
     -¿Cómo puede disfrutar de esta estación? Es vieja, no es nada elegante ni exquisita.
     -Mientras pasen trenes por aquí...
     -No le veo yo mucho ánimo. Me da que usted se va a quedar siempre en este lugar, no le veo muy dispuesto a coger ningún tren.

     En ese momento, el joven se dio cuenta de que un tren estaba a punto de salir. Era el suyo. Corrió hacia él, pero las puertas se habían cerrado y ya estaba en marcha. Tuvo que volver a la taquilla a cambiar su billete. 
     Un rato después, mientras subía parsimoniosamente al tren que acababa de llegar, el hombre de aspecto desaliñado, vio cómo el muchacho seguía discutiendo con el funcionario de la taquilla. 

     Al asomarse por la ventanilla observó cómo el chico corría hacia el tren que ya había cerrado sus puertas y abandonaba la estación.




jueves, 2 de mayo de 2013

Mi pequeño tesoro

     De vez en cuando (no tanto como quisiera) toca hacer limpieza y colocación de cajones y armarios. Y, con esas, ayer descubrí, al fondo de un anaquel una caja olvidada del tiempo. Como si de un misterioso arcón en la profundidad de una isla olvidada se tratara.

     Expectación y deseo movían mis dedos en la ceremoniosa tarea de abrir unas entrañas que tantos años me esperaron dormidas.
     Una sonrisa de hojalata con su llave para darle cuerda mostraba sus bordes oxidados pero conservaba la nitidez de sus colores. Giré tres vueltas la llave, clac, clac, clac... y pude comprobar que todavía funcionaba. Debajo de ella, un plumier con lápices colores de puntas desgastadas me recordaban los infinitos sueños que dibujaron al compás de mis manos. El sacapuntas de cuchilla mellada difícilmente podía afilar las minas de colores que se ocultaban tímidas entre la madera. Su desuso lo había atrofiado. 

     Un Felipe (el de Mafalda) en miniatura, un cuaderno de bordes ensombrecidos, una armónica que no llegó a armonizar nada coherente, unas monedas de dos reales con agujerito y un descolorido telegrama. 

     Sé que a los más jóvenes estos objetos le sonarán a antediluvianos, pero formaron parte de mi vida de niño y me sirven para tener la medida de lo vivido. 

     ¡Cuántas cosas pasaron desde entonces, cuántas mejoraron y cuántas no volverán!


 

miércoles, 1 de mayo de 2013

¡Estamos que lo regalamos, oiga!


     Como en una extraña Torre de Babel, soy consciente de que hay personas que tienen su propio idioma. Pero hace tiempo que lo aprendí y hago como si hablase con un extranjero: traduzco y asimilo el significado. Porque hay expresiones que no significan lo mismo para todo el mundo. El "españovano" es un idioma curioso, porque utiliza las mismas palabras que el español pero está vacío de contenido. Aunque no se distingue a primera vista; es como un código en clave, y cuando has descifrado algunos mensajes ya tienes la plantilla con la que descodificar los siguientes.
     Me recuerda a los charlatanes que iban con el camión por los pueblos, abrían el portón y te vendían una figura en escayola (horrorosa) y te regalaban otra de "mármol puro legítimo de Carrara" (compitiendo en horterez con la anterior), una manta (de dudosa caricia), y un pasapurés. Me decía a mí mismo "la escayola no vale una mierda, pero los regalos sí que pueden ser útiles, ¿quién no tiene un cumpleaños cerca, o pasa frío en la cama, o se le atragantan los grumos de la crema de chirivías". Y entonces... ¡zas! picabas y comprabas la inútil figura de escayola. Pero, eso sí, te llevabas los regalos de relumbrón (que no usarías nunca).
     Así aprendí a pasar por mi propio pasapurés, el de las palabras, aquello que llegaba a mis oídos de quien te pretendía vender algo. Así comprendí que los charlatanes de probado hábito, cuanto me decían "soy tu incondicional", querían decir "soy tu incondicional, siempre que se cumplan las condiciones", o "en cuanto necesites mi apoyo, ahí estaré" querían decir "en cuanto necesites mi apoyo, me apoyaré en cualquier excusa para evadirte", o "avisa cuando actúes, que no me lo pierdo" querían decir "avisa cuando actúes, que me perderé con cualquier evasiva" y un sinfín de correspondencias léxicas. Hay mucho profesional de esto.

     Luego están los que tienen buenos productos, los que no necesitan pregonarlos y exponen su mercancía sin adornos. No es que no hablen de sus artículos, simplemente los muestran y los dejan probar. Y, curiosamente, son los productos de más calidad y los que más duran. De éstos sí que soy cliente. Aunque, de vez en cuando, me paro a escuchar al charlatán. Pero sin comprar, por supuesto.