sábado, 11 de mayo de 2013

Tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas.


     No era un tallo cualquiera, era feo, verdeoscuro, de hojas diminutas. Y había decidido brotar al borde de un camino, justo donde la curva hacía girar a los paseantes. Solitario y desprotegido nadie reparaba en él. Pisada a pisada sufría la desconsideración de los que no veían en él más que un vulgar hierbajo. El tallo feo, verdeoscuro y de hojas diminutas volvía a renacer de sus pequeños brotes empeñado en superar la dura prueba que le había tocado vivir en aquel recodo del camino.
     Hasta que un día un niño lanzó una piedra que fue a caer justo encima de él. Sintió el impacto de la roca pero no pudo hacer nada más que aguantar e intentar asomar su retoño, esta vez verdeclaro, por un lado del guijarro. Poco a poco fue rodeando la piedra y haciendo renacer nuevas hojas, verdeoscuras como el atardecer. 
     Al cobijo de la piedra nadie dejaba su huella en aquel rincón del camino. El tiempo iba pasando en sosiego de aquella senda. Y el tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas, fue creciendo hasta convertirse en un gran roble que extendía sus brazos hacia el sol y observaba serenamente la curva del camino que, ante su majestuosidad, se había desplazado unos metros más allá.

     Así, el tallo feo, verdeoscuro, de hojas diminutas, llegó a ser el cobijo de paseantes que se aliviaban del sol y la admiración de todos.




2 comentarios:

  1. ¡Me encanta! Eso se llama supervivencia. Lo que hacemos muchos aunque nos apedreen.

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  2. Me encanta el texto maestro . Te he linkeado ya por fin (soy un vago , lo reconozco) en La Perra de Kenia. Mil abrazos

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