Volaba.
Sobre un campo de rubios trigales,
volaba.
Sus alas empujaban con fuerza
contra un viento duro como piedra.
Se dejaba caer exhausto
y remontaba en un hálito de coraje.
Un abedul erguido le rozó con su copa la cara
y sintió que la cuchillada le llegó al alma.
Notó correr su sangre por la mejilla y,
sin dejar de batir las alas,
puso sus ojos más arriba.
Las nubes parecían ofrecerle su tierna caricia.
Las imaginó como algodones celestes
y se lanzó hacia lo alto.
Y subió, subió, subió...
Qué bonito, Guti
ResponderEliminarGracias, Luz.
ResponderEliminarNunca seré escritor, pero me gusta poner la pluma en el papel y dejar que hable.