Bendita la hora en la que decidí dejar de ir descalzo (como una especie de penitencia) y utilizar los zapatos que tenía guardados en el cajón. Más allá de adulaciones o denigraciones de mis capacidades.
Por fin hice caso a mi amigo que llevaba años diciéndomelo: "Sé consciente de quién eres y de dónde estás". Y lo hice.
Y empecé a moverme en un universo en el que encuentro satisfacciones cada día. Ni soy infalible, ni soy más que nadie, pero me siento más yo que nunca. Y todo fluye.
Encuentro capacidades en mí que tenía olvidadas, disfruto de cada momento sin preocuparme por qué pensarán o qué conseguiré con ello. Dejarse llevar.
Y siento la alegría de los triunfos y el aprendizaje de los fracasos. Gozando lo que de bueno tienen ambos, pero sin quedarme atrapado en ellos.
Gracias a quienes me hacen disfrutar, a quienes me cogen de la mano cuando me ven temblar y a quienes ríen, se emocionan y se esfuerzan a mi lado.
Bendita la hora.
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