lunes, 30 de diciembre de 2013

Malos tiempos


     Si Tomás Moro levantara la cabeza se daría cuenta de que hemos metido sus libros en lo más profundo de un cajón y lo hemos llevado a lo más oscuro del desván.

     Quizá, asustados y golpeados por la época que nos toca vivir, intentamos salvar los muebles y centrar nuestra vida en todo lo material. Cruel degeneración conceptual. No se lleva la utopía, y aquel que la cultive no dejará de ser un bicho raro en período de extinción. Todo se mide en relación al efecto económico producido.
     Malos tiempos para el idealismo.

     No hablar por miedo a perder lo (poco) que tenemos. No levantar la voz si no es en grupo. Asentir como siervos a las indicaciones del patrono. Opinar según las normas establecidas y con enemigos prediseñados. Y lo que es peor, rebelarnos sólo si tenemos la garantía de no salir mal parados.
     Malos tiempos para la poesía.

     Y, en un ejercicio de prestidigitación y contorsionismo, compramos carísimos perros con pedigrí mientras otros mueren tristemente en perreras; enarbolamos soflamas antixenófogas mientras escupimos al vecino por no ser de nuestra categoría social; luchamos por el derecho a la educación mientras se lo negamos a los que pueden ser nuestra competencia laboral; hablamos de dignidad profesional mientras consentimos abusos en nuestro puesto de trabajo; sufrimos por los necesitados mientras nosotros nos hartamos de hacer horas extra para comprarnos el mejor coche y la mejor ropa.
      Malos tiempos para la solidaridad.

     Admitimos mal a los que hablan de Dios mientras exigimos libertad de religión; llamamos cursis a los que llevan su diálogo hacia los sentimientos; denostamos a los que no tienen nuestra misma tendencia friki y nos fijamos más en quién opina que en su opinión.
     Malos tiempos para la filantropía.

     Mal vamos, mal estamos, mal seguiremos si no nos atrevemos a tener opinión propia. Más allá de los panfletos de redes y mítines mediáticos. Vivimos en la sociedad de la imagen, e intentamos dar la imagen ética de quien socialmente es bienquisto. Nadie saca los pies del tiesto. Todos correctísimos.

     Malos tiempos.

     Esperemos que el 2014 nos traiga algún cambio.




sábado, 28 de diciembre de 2013

Pronto, de estreno


     Me he comprado un año nuevo.

     Tenía un 2013 que estaba muy usado y lo tengo que cambiar. No es que esté descontento de él. Al contrario, me ha sido muy útil durante sus 365 días. Pero ya he exprimido todo lo que daba de sí y necesito cambiarlo.
     Demasiado ha soportado el pobre. Me ha hecho conocer gente maravillosa que me ha cuidado, dado cariño y con los que he compartido grandes momentos. También ha conseguido que me reencontrase con seres queridos y afianzar amistades de muchos años. Y, como de todo se aprende, incluso me ha ofrecido personas egoístas, interesadas y poco comprensivas que me han demonizado cuando no les he dado lo que ellos querían. De todo ha habido: afines y desafines (musicales, incluso). Gracias por todo ello, por el cariño recibido, por la energía que los buenos amigos me han insuflado y por las bofetadas de los incompatibles que me han hecho más duro y más seguro de mí mismo.
     Hoy me decía un amigo que "con los años se te va la necesidad de dar explicaciones". Sin duda, este 2013 se ha llevado gran parte de esa necesidad. Por eso creo que ha sido un año aprovechado.

     Ahora estoy desembalando el nuevo año. Un flamante 2014 que viene envuelto en papel brillante. A estrenar, completo y sin ningún desperfecto. Como cuando se estrenaba un cuaderno en el colegio, estoy dispuesto a escribir los renglones más rectos y a utilizar la letra más impecable. Quizá se me tuerza algún párrafo, pero sé que la ilusión, los proyectos y la gente que tengo a mi lado van a conseguir que viva doce meses magníficos. La ventaja de este 2014 es que viene con unas instrucciones claras y no voy a estropearlo usando el combustible del odio, ni arrastrarlo por el barro de la mediocridad, ni golpearlo con tonterías ni memeces. Además lo voy a mantener impoluto con el abrillantador de la verdad.

     Bienvenido, 2014, juntos lo vamos a pasar bien.


  

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Hacia algún lugar



Caminar entre la niebla
hacia un vacío de espuma,
que penetra en la piel y niega
al alma con su negrura.

Hacia un espacio sin mar,
cubierto de plumas invisibles,
que ciegan el dulce mirar
entre los vientos sutiles.

Y alejarse de mortales,
sueños, palabras y bienes,
flotar en la nada que tiene
quien perdió pisadas y andares.

Lejos de cuanto tocó
con sus manos cada día,
y cerca de la poesía
que le da su corazón.

Volar, sentir, vaciarse,
en la oquedad del silencio.
Oler, perdido el aliento,
el gusto de no haber hambre.

Y allí, plantar su morada,
entre ríos susurrantes
que al despertar la mañana
arrastren tantos pesares.


 
 

sábado, 7 de diciembre de 2013

¿Y si todo ha sido un sueño?





     Figo era un abrigo que había tenido una vida azarosa y, a pesar de ello, se negaba a convertirse en trapos de taller.
     Sí, ya sé que los abrigos no tienen vida, pero Figo sí. No sabía por qué ni cómo, pero él no era una prenda inanimada como cualquier atuendo que se precie.

     El abrigo Figo no fue fabricado en una de esas industrias donde se hacen miles de trajes todos iguales, ni había surgido de la lúcida visión de un afamado diseñador. Figo había venido a la vida cuando fue elaborado por las dulces manos de una costurera que no podía permitirse el lujo de comprarle una pelliza a su marido. Y así, día a día, confeccionó el que consolaría del frío a su esposo.
     Figo tampoco era de un tejido noble. Siempre añoró ser de alpaca o de crepé o, incluso, de castor, pero era simplemente de paño. Lo más asequible que la modista encontró. 
     Sin embargo, tenía algo que le hacía diferente y que llamaba la atención a cuantos lo veían. Por eso, quizá, es por lo que su vida no se limitó a ser una indumentaria cualquiera, y se prolongó más allá de su primer propietario. Fue pasando de mano en mano, (bueno, de cuerpo en cuerpo), vistiendo a egregios e ignotos, descubriendo venturas y miserias. Tanto de unos como de otros. En esto el azar no hace distingos.

     Lo que más le incomodaba eran esos momentos en los que su dueño, prescindiendo de su calidez, lo dejaba abandonado junto a otros congéneres en un utensilio que llamaban percha. Las había individuales, pero cuando le tocaba una de esas comunitarias, sufría con el contacto casi sexual con gabanes de olor incómodo, femeninos abrigos de molesta velludez, y demás variantes. Pero, sobre todo, le trastornaba la pasiva existencia de sus compañeros. Seres sin emoción ni sustancia. Condenados a colgar inertes hasta que los volvieran a exponer al gélido ambiente de la calle.
   
     Hasta que un día, en un probador de una sastrería, conoció a un pantalón que vivía,... sí, vivía su misma suerte. Era un pantalón de franela que había ido pasando de mano en mano, o más bien de piernas en piernas. También era capaz de sentir, y no se conformaba con ser un objeto más en el armario del amo de turno. Se miraron... insisto, al modo en que se pueden mirar los vestidos... y comprendieron que estaban hechos el uno para el otro. Figo el abrigo no podía huir porque no tenía piernas, y Aarón el pantalón nunca pudo escaparse porque... ¿adónde iban unas perneras sin cuerpo? Sería chocante, ¿no?

     Y, con las mismas, vamos, consigo mismos, se escabulleron de aquel probador. Consiguieron dar esquinazo al dependiente y a ambos dueños y decidieron emanciparse.

     Al poco encontraron a otro amigo que se unió a ellos: Lutero el sombrero. Un bombín serio y discreto que había coronado sienes para todos los gustos y que también estaba harto de proteger sesos de muy dudosa actividad.

     Así, los tres, empezaron a disfrutar de la vida libre y autosuficiente. Paseaban de noche entre las sombras celestes y se asomaban a los escaparates y a los parques solitarios.

     Si alguien los ve, que les salude. 
     Figo, Aarón y Lutero siempre lo agradecerán con una sonrisa en sus pliegues.



lunes, 2 de diciembre de 2013

Autorretrato



Donde la hierba es baldía
y el polvo saluda a su paso
con la melancolía del viento.

Donde una gota aliviada
del sudor del trabajo acabado
penetra en el surco rudo.

Donde los atardeceres
alargan las sombras 
hasta rozar sus caderas.

Donde un silbido lejano
hace girar la cabeza
sin encontrar rostro ni miradas.

Donde se detiene el paso
en busca de una línea
que marque el horizonte.

Donde no hay nombre
que defina la senda
de la dirección o el camino.

Ahí estoy yo, discreto,
sin dueño ni destino.

Sin bastones que me arañen
ni arados que me cincelen.

Ni avenida ni sendero,
ni mar, laguna, ni río.

Solitario cruce de caminos.


    


jueves, 21 de noviembre de 2013

Con tu sonrisa te has llevado la nuestra


     Hay voces impostadas y voces naturales. 
     La de Marta era natural porque esa dulzura, esa paz y esa delicadeza salían de una mujer que era eso. 
     Siempre te tuve como ejemplo porque nos enamorabas a todos con tu calidez. Siempre una palabra de aliento, siempre un gesto amable, siempre tu contagiosa bondad. Siempre Marta.

     Te he hecho llorar, reír (tu risa era única), emocionarte, cantar... y hemos llorado, reído, emocionado y cantado juntos. Era nuestro juego en el atril. Y luego, entre cafés, esperas y despedidas, hemos compartido vivencias e ilusiones.

     No olvidaré los ánimos que me has dado en este mundo de locos en el que me ha dado por pasar por la cuerda floja. Tu constante interés por mis historias de teatro, por mis películas.

     Y esa mirada tuya, penetrante, que preguntaba sin preguntar, que acompañaba al “¿Cómo estás?” de tu preciosa voz, con la pausa y la fijeza de quien se interesa realmente. Eso es algo que has dejado grabado en mi alma y que siempre recordaré. 

     Ahora entiendo que me dijeses la última vez “Bueno,... no muy bien, pero se pasará”. No se pasó, Marta, y nos ha separado. A mi y a mis compañeros. 

     Por eso no quiero pensar en la muerte, quiero pensar en la vida. En la vida que nos diste, lo que nos hiciste disfrutar y lo que aprendimos de ti. Tanto como persona como profesionalmente. 

     Descansa en paz, compañera, descansa en paz, amiga.

     Descansa en paz, Marta García.


martes, 12 de noviembre de 2013

Lo que esconden las nubes



     Las nubes, como el alma humana ocultan un cielo azul plagado de universos desconocidos. Tanto si las miras desde abajo, como si las miras desde arriba. Desde su liviano aspecto de algodón, sólo penetrable tras empaparse con su neblina, guardan los misterios más sorprendentes.
     La experiencia te hace conocer el efecto de esas nubes por su aspecto, su movimiento, su color. Aunque a veces un cirro se convierta en un cúmulo y veas cómo una grácil pincelada blanca se convierte en una tormentosa masa gris.
     Así pasa con el alma humana. Suaves y delicadas formas cobijan los sentimientos más dispares, en ocasiones ni conocidos por esas mentes, en su delicado y etéreo vuelo.
     He conocido personas que defendían el altruismo a ultranza (curiosa aliteración), atacando incluso a quien obtenía beneficio de una actividad lúdica. Eres actor, pero, ¿en qué trabajas? Y he visto cómo olvidaban sus soflamas cuando, en un espasmódico movimiento, el viento cambiaba su dirección y les permitía para sacar unos cuartos de ese hecho. De estratos a estratocúmulos.
     También he observado humanos humillados (otra aliteración) que sufrían los embates del mar de la injusticia en sus inicios y, una vez sobre tierra, sobrevolando paisajes más calmos y confortables, acometían contra otros en un alarde de majestuosidad indiferente.  Los cúmulos convertidos en cumulonimbos desatando rayos y truenos en pos de la lluvia.
     He visto a los que, a modo de estratos, planeaban plácidamente (no podía faltar la paronomasia) sin la ampulosidad de los que ocultan el sol, con el recato de quien se alza a baja altura. Sin embargo, un cambio de presión los eleva y, puesto que su visión cambia, miran altivamente a quienes se encuentran por debajo.
     Luego están los que menosprecian a las nubes menores, quienes creen ser autosuficientes, quienes temen viajar con nubes grises o de sutil aspecto por temor a ser contaminados, quienes encuentran su acomodo entre las montañas, quienes se acoplan a otras nubes hasta crecer y después recelan de las nubes que se acercan a otras…
     Y, por supuesto, también conozco muchas nubes que, con la mayor naturalidad, surcan el firmamento en total armonía y ofreciendo belleza con su paso.
 
     En fin, cada cual que busque su lugar en el cielo.
 
 

martes, 22 de octubre de 2013

Donde lloran los huesos



     Entre el frío y la escarcha, dibujé mi camino. 
     Busqué el calor y encontré la niebla. 
     Las hojas crearon una melodía de suspiros crujiendo tras las pisadas.

     He hecho papiroflexia con láminas de cielo, en una locura de vuelos solitarios. Me cobijé en la sombra de una estrella a ver pasar los cometas. Y en un recodo de la luna acaricié las ideas vertidas por debajo de las puertas.

     Callé mi nombre al pie de una cita. Serví la copa sin desvelar los ingredientes, destapando fingidamente la botella de etiqueta dorada. Y dejé saborear el licor huyendo hacia los pliegues de la tierra.

     He entregado abrazos con la suavidad de una caricia y la fuerza de un salto al vacío. Hacia una nada a veces llena de dudas, o a un todo lleno de oquedades. Como un impulso sin destino, sólo por el ímpetu de la intuición y el deseo irrepimible de un crujido del corazón.

     Y, con los labios cerrados, las manos vacías y la mirada perdida, caminé hacia el horizonte donde se pierden las palabras, se derraman los latidos y lloran los huesos.



  

martes, 15 de octubre de 2013

Olas espinosas



Un ramo de las mejores rosas
con tallos de llagas espinosas.

Color de olores suaves
sollozando entre dos mares.

El mar de la tormenta fría
con olas de melancolía.

Navegar, bogar, fluir
en espumas saladas,
en fulgor de cielo bronceado.

Hinchan las blancas velas
los suspiros de eolo
hacia el huidizo abrazo
entre agua y firmamento.

Añorando la tierra,
deseando tiernos brotes
de dedos inmóviles
y espaldas en la arena.

Y siempre un más allá, 
un amargo vacío
de olas resonantes
en los ojos del sueño.
 

Eduardo Gutiérrez                          



domingo, 6 de octubre de 2013

Iba a escribir palabras



     Iba a escribir palabras y me salieron silencios.

     En un torrente gris de sabores anegados por el vacío. Parece no haber nada. Da la sensación de que el mundo se ha quedado fuera y las cuatro paredes oprimen vida y sueños.
     Frases inconclusas en el futuro anhelo de un punto y seguido. Puntos suspensivos... Comas que se despeñan hacia la nada. Y vuelta a recomponer.

     Tengo palabras en mi mente que se arremolinan sin encontrar compañera. La arrogancia de no estimar verbo a su medida. Egolatría, sin duda. Y ahí persisten, en continuo vaivén inarmónico.

     Arrastro la pluma por el papel esperando dibujar lo que mi voz ha callado cuando el ritmo del aire marcaba el compás. Entre latidos suaves y gritos estridentes. La tinta calla.

     Ha pasado otra noche y las estrellas no han tenido el poder de entrar por la ventana.
     El sol empieza a desperezar la calma y a dar brillo a las gotas del rocío.

     Un pájaro se posa en el quicio de la ventana y me observa distraído. Me da la palabra.

     Ya puedo seguir. 
     Seguir en silencio.



 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Donde almacené mis sueños


     Vendo estantería. Usada, muy usada. 

     En ella guardé mis deseos y sueños durante mucho tiempo. Se fueron apilando día tras día y hubo momentos en los que, eran tantos, que hicieron peligrar su resistencia. Pero aguantó. Los tenía de todos los colores y tamaños. Por eso, os aseguro que es de buena calidad. Ha soportado un peso poco común.

     Tiene alguna rayadura de algún sueño que cayó violentamente y la golpeó. 
     Uno de los estantes está reparado, se partió un día de tanto peso, pero está reforzado para mantener ilusiones de gran peso y volumen. 
     También tiene la marca de algún anhelo que se derramó y alguna esperanza que permaneció tanto tiempo sin moverse que dejó su huella. Un poco de pintura soluciona ese pequeño desperfecto.
     No os quiero engañar, por eso os cuento hasta el último detalle. Pero tengo confianza en que os puede hacer el servicio que me ha hecho a mí.

     Voy a cambiarla por una más pequeña y necesito espacio para la nueva.

     Ahora pondré una con menos estantes, aunque más sólida, porque el material a guardar es menos voluminoso pero más pesado. Sé que siempre habrá utopías que almacenar, pero limitaré la cantidad. También quiero colocar una mesa donde tener a mano las pasiones de uso más frecuente. Un pequeño cambio en la decoración. Más a lo útil que a lo puramente estético.

     Así que, ya lo sabéis, si alguno está interesado, puede dejarme un mensaje. 

     El precio es muy económico, incluso podría llegar a regalarla si sé que le vais a dar buen uso. 

     Cabe en un corazón.



sábado, 14 de septiembre de 2013

Polvo alejado por los vientos


     Tadeo Vivar era un niño al que la vida lo había soltado en una pequeña aldea alejada de batallas y castillos. Nació en una cabaña rodeado del trinar de las mañanas y los grillos de la noche. Corrió, jugó y rió acunado por el amor de sus padres, hermanos y amigos. Leyó los pocos libros que llegaron a su regazo; muchos menos de los que hubiese deseado. Tumbado en la tierra y acariciado por el polvo del camino soñó con lugares lejanos y con aventuras imposibles. El sol curtió su piel con la rudeza de un castigo.

     Hasta que un día decidió abandonar aquel campo lleno de cariño sin vistas al mundo y viajar en busca de nuevas emociones con las que llenar sus jóvenes pero encallecidas manos. Sus pasos conocieron sendas de arena, pedregosas, tiernas caricias de la hierba, e incluso alguna que quemó las plantas de sus pies.

     El destino le hizo encontrarse con unos soldados que iban en otra de sus misiones. Aventura, emoción y hazañas pasaron ante sus ojos. Tanto le impactó que decidió enrolarse con ellos. Sus días empezaron a dibujarse de pasiones, descubrimientos, miedos y delirios. Su ímpetu y entrega lo llevaron a convertirse en caballero y liderar a sus propios arqueros. Sus compañeros ya le llamaban "El Casto" por su juventud y su sencillez. 

     Así pasaban sus días, entre batallas ganadas, heridas curadas y continuas incursiones en terrenos desconocidos. Todo el mundo conocía a Casto, que así es como todos empezaron a llamarle. Pero su mundo se iba reduciendo, cada vez más, a las campañas militares. Paseaba por las empinadas calles del castillo, entre los saludos de todos. Su mente volaba a otros tiempos cuando, los pocos que lo conocían, no veían unicamente el fulgor de su armadura y era simplemente Tadeo. Había dejado de ser él para convertirse en Casto el héroe. Por eso, cada vez que oía su verdadero nombre, notaba un efímero escalofrío al recordar quién era realmente.

     Pero su corazón se sentía oprimido mientras añoraba ser Tadeo, el ingenuo muchacho, de palabras sencillas y alma abierta que se había quedado encerrado dentro del frío de su armadura.



jueves, 5 de septiembre de 2013

¿Qué me dice una voz?


     En estos días en que el destino ha decidido dejarnos huérfanos de dos grandes personas en mi profesión, traigo a mi recuerdo uno de los momentos más impresionantes que he sentido con mi voz.

     Sirva como homenaje a mi compañero Chema Lara, con el que compartí buenos momentos, extraordinarias charlas, luchas e intercambio de amor por este oficio, y a Joaquín Díaz, maestro de maestros, cuya voz ha puesto banda sonora a nuestra vida desde siempre, nos ha enseñado y del que conservo un hermoso recuerdo desde que tuve el honor de dirigirle.

     La vida me ha convencido, con hermosos detalles que van más allá de lo palpable, del poder que puede tener una voz. Como un olor, como un color, como un paisaje, como una música, puede llegar a provocarnos emociones que penetran en lo más hondo de nuestra piel.

     Recuerdo que en cierta ocasión me pidieron que participase en el homenaje al dramaturgo y poeta Lauro Olmo, al cumplirse no recuerdo bien cuántos años de su fallecimiento. Se representarían varias escenas de algunas de sus obras y se recitaría alguno de sus poemas como parte del memorial al que asistirían amigos que lo conocieron y su viuda, Pilar Enciso, también escritora y continuadora del legado de Lauro.

     Ante reconocimientos como este a uno de los autores que ha enriquecido nuestro tesoro cultural, uno no puede decir que no. Así que me puse en manos del director, dispuesto a colaborar. 
     El miedo apareció cuando me asignaron la labor de recitar un poema que Lauro Olmo había escrito a su mujer, Pilar Enciso, que estaría presente en la ceremonia. Mi primera reacción fue decir que no, que me parecía una osadía suplantar a alguien a quien su mujer habría oído recitarle personalmente aquel poema.
     El ánimo de mis compañeros y la insistencia del director convenciéndome de mi capacidad me hicieron claudicar. Y dije que sí. Pero con una condición, recitaría el poema desde dentro, sin salir al escenario. Aceptaron y me colocaron un micrófono entre bastidores. 

     Llegó el momento de mi intervención, se apagaron todas las luces y sólo quedó un cenital que iluminaba un pequeño espacio en el centro del escenario. Yo no lo veía, me lo contaron. Tragué saliva y empecé a hablar con toda la sinceridad que pude, sabiendo que estaba adoptando la personalidad del homenajeado hablándole a su esposa. Tremenda osadía. Intenté que no me temblase la voz ante tamaño atrevimiento. Terminé. Sonaron aplausos. Y fui a esconderme al camerino.

     Acabó el homenaje y continué en el camerino. Había acordado que no saldría a saludar para no romper la magia de aquel que había sido sólo una voz. Al poco tiempo, oí a alguien que, entrando en el camerino, me dijo, "Pilar Enciso quiere conocer a quien ha representado la voz de su marido". Me levanté y salí a la puerta. Allí estaba Pilar, con una mirada de tal brillo que me hizo sonrojar. Le pedí disculpas por haberme atrevido a hacer aquello, y que lo había hecho con todo el respeto del mundo a ella y a su marido.

     Me cogió las manos y, mientras las arropaba con las suyas y clavaba sus ojos humedecidos en los míos, me dijo: "Gracias, he vuelto a oír a mi marido decirme ese poema como me lo decía hace años".

     No sé ni qué contesté, porque el nudo en la garganta y el rubor me impedían ser elocuente. Pero entonces me enamoré aún más del efecto que puede tener una voz en el corazón humano y agradecí poder dedicarme a ello.



domingo, 1 de septiembre de 2013

Espero



En un río de azul olvido
navegan mis lágrimas acalladas.
Cruzo la nada en un aliento seco
de húmedas lenguas desalmadas.

Espero, sin aguardar,
cálidos abrazos del destino.

Y, entre los ecos del vacío,
revivo, en tortuosa cascada,
palabras y silencios,
gritos y murmullos.

Espero en la eternidad,
entre las nubes de la luna.

Caer, volar, flotar
en un tobogán de arenas blancas,
entre las miradas lejanas
de unos ojos cerrados.

Espero, inmóvil e irreal
entre los rayos del sol.




lunes, 26 de agosto de 2013

Viajes en blanco y negro.


     Paco “el gorrilla” era un buen hombre. Su media sonrisa lo delataba. Todas las fiestas aparecía con su camioncito Ebro y descargaba barras, cadenas, cables, lucecitas y un montón de cachivaches que iba armando metódicamente mientras Concha, su mujer, preparaba la comida en un infiernillo. 

     Nunca supimos dónde vivía, aunque algunos imaginábamos la cabina del camión como el espejo de Alicia, con un mundo interior más enorme de lo que aparentaba su exterior. 

     Yo siempre miré su atracción con el apetito de un niño al que no le dejan probar emociones de mayores. Hasta que cumplí los ocho años. Entonces pude montar en La Barca de Paco “el gorrilla”. Aquello era una especie de columpio muy grande en el que subían dos personas de pie y Paco daba a una palanca para que se balancease cada vez a más velocidad y más alto. 
     Entonces fue cuando comprendí que todo tiene un límite y, al llegar a cierta altura, mi terror superó mis ansias de sentirme mayor y comencé a gritar, sin medida, con todo el volumen que alcanzaban mis pulmones “¡¡¡Para!!! ¡¡¡Para, o me tiro!!!"
     Y paró, ya lo creo que paró, porque si bien yo no hubiese sido capaz de saltar, el escándalo que estaba formando no merecía más ostentación. Aquel creo que fue el primer auditorio ante el que me presenté. El público se había arremolinado alrededor de la atracción y, de no ser porque era la plaza pública, habrían colgado el cartel de “Completo”. 

     Cada barcaje (así llamábamos a los viajes en aquel balancín gigante) costaba cinco pesetas, o un duro, que parecía menos. Y Paco no me lo tuvo en cuenta, me devolvió el duro del barcaje, por el mal rato que había pasado. 

     Los demás chicos de la pandilla sí que se aficionaron a esos vaivenes y cada dos por tres estaban subidos riendo y gritando de alegría. Yo esperaba siempre abajo. 
     De vez en cuando, Paco nos invitaba. Yo le salía barato, porque mi vértigo me impedía montar en aquel péndulo infernal y esperaba junto a él mientras observaba cómo tiraba acompasadamente de la palanca para dar velocidad al cacharrito (cacharritos llamábamos a cualquier atracción de la feria). Y luego tiraba de la misma barra firmemente para que el calce que antes le había dado inercia a La Barca, hiciese de freno al encallarse en él. 

     Maravillas tecnológicas de simple funcionamiento. Siempre me fascinó que lo mismo que producía la inercia la pudiese anular. 

     Y así, feria tras feria, Paco “el gorrilla” hacía su aparición. Hasta que la innovación técnica de los cacharritos empezó a traer La Góndola, Los Coches de Choque, e incluso La Noria. Paco se iba quedando pequeñito y los chavales sólo iban cuando los dos duros que tenían no les alcanzaban para un viaje en los coches de choque, que costaban cinco duros. Entonces los gastaban en dos barcajes más uno que les regalaba Paco de vez en cuando. "El gorrilla" incluso llegó a recibir una pedrada de un jovencito desagradecido mientras le increpaba “¡¿Adónde vas tú, antiguo?! ¡Que eres del siglo pasado!” El mismo al que, alguna vez, había invitado a unos cuantos barcajes extra. 

     Hasta que un año ya no vi ni el Ebro de Paco “el gorrilla”, ni La Barca de madera y chapa, ni a Concha haciendo la comida en aquel infiernillo a la vez que atendía desde su caseta la venta de barcajes

     Me senté en un banco de la plaza frente al solar vacío y me vi volar como nunca lo había hecho en La Barca de Paco “el gorrilla”, mientras una lágrima rodó con añoranza por mi cara.




domingo, 25 de agosto de 2013

Qué mala es la endibia

     Hace unos meses hablaba de una hortaliza noble, la chirivía. 
     Hoy, dadas las circunstancias socio-culturales del país, tengo que hablar de la endibia. Esa hortaliza que es hija putativa de escarola.
     Una escarola es una escarola y su rancio abolengo la sitúa en la más alta alcurnia. Véase los peinados de la Duquesa de Alba en la más pura línea escaronil.
     Pero las tradiciones no se respetan y, como un parásito a la sombra de la escarola, surge la endibia. No se puede ser más innoble. Para existir, renegando y anulando a sus parienes la escarola y la achicoria, la endibia vive en las tinieblas para evitar que sus hojas se pongan verdes y produzcan un veneno que se llama intibina. Inquina, diría yo que es lo que tiene. Porque en caso de salir mucho a la luz, la intibina podría ser tan corrosiva para el organismo que nos corroería la endibia.
     Y así, con nocturnidad y alevosía, pálida a más no poder y promulgando la esbeltez anoréxica, surge la amarga endibia. Cuya notoriedad culinaria está más en sus acompañantes que en sus méritos propios. Como ejemplo, la salsa de roquefort, más efectiva que egregia, puesto que su procedencia de la coagulación de la leche de oveja cubierta de moho dista de ser algo distinguido. Evidentemente, la endibia sólo se vuelve interesante acompañada de sabrosos acompañantes como el salmón, las ostras, el pato a la naranja con almendras, el camemberg, el secreto de cerdo… En éste último caso, al unirse al porcino manjar, no dejará de ser “endibia cochina”.
     Aprendiz de lechuga, sin las sensuales curvas de ésta, ni esos matices esmeralda, ni ese nutritivo tronco objeto de disputas de tenedor en medio de la ensalada. Que no, que donde esté una lechuga, alimento que ya aparece en antiguas fábulas y consejas, la endibia sólo llega a ser una mala consejera. Oculta bajo las suculentas salsas y manjares no deja de ser una amargura encubierta.
     Por eso me quedo con las hortalizas que, por méritos propios, forman parte de nuestra dieta clásica, y gritaré a los cuatro vientos:
¡QUÉ MALA ES LA ENDIBIA!
 
 
 

sábado, 20 de julio de 2013

Aquella libertad


     Dejo de creer en la libertad cuando la consigna es "no hables por si acaso". Cuando el silencio se convierte en nuestro idioma y el miedo nos impide salirnos del camino ya trazado. Cuando nuestra única voz son los pasquines que antaño se preparaban para espacrcir por las calles o pegar en las paredes y hoy difundimos por la red o pegamos en muros virtuales.

     No creo en la libertad que nos obliga a custodiar el arma del opresor a cambio de un plato de lentejas aguadas. Que nos hace girar la cabeza a ambos lados antes de dar una opinión por el temor a quíen lo pueda escuchar.

     Desconfío de la libertad que nos impulsa a revestirnos de dignidiad y acatar dictados para no salirnos del rebaño. De la que nos hace decir lo que se espera de nosotros por el pánico a exponernos demasiado.

     Tengo poca fe en la libertad que precisa de adeptos para expresar una idea. En la que cataloga la valía de las palabras por el color de los labios que las pronuncian.

     Por eso, porque no soy de los que busca "nadar y guardar la ropa", prefiero la libertad desnuda que se lanza al río sin hipotecar su movimiento a la necesidad de proteger su vestido. 

     Y confío en la libertad que encuentra la satisfacción en la mera razón de actuar libremente.


martes, 9 de julio de 2013

El ayer y el mañana


     Hoy, dos tristes noticias me han hecho estremecer como profesional del doblaje.

     Se nos han ido una veterana como Gaby Álvarez y una promesa como Andrés Moreno.
     El ayer y el hoy unidos por la dureza de la muerte. Las luces de la escena y la oscuridad de la chácena. La sabiduría y las ganas. La experiencia y la ilusión.
     Una larga vida dedicada a la interpretación y una corta vida arrancada de cuajo de los micrófonos.

     A Andrés no lo conocía personalmente, pero leí muchas de sus opiniones en foros e incluso, creo recordar, intercambié algún mensaje. Oí sus muestras de voz y sus prácticas de doblaje y, como me suele ocurrir en estos casos, me ponía a fantasear en lo que podría ser esta persona en el futuro. No pudo ser. Pero la ilusión que desprendía en cada uno de sus comentarios nos alimentaba a los demás. Y eso ya es un logro. Vuela en paz, Yosi, que otros seguirán tu estela. Dios lo quiera.

     A Gaby sí la conocí, e incluso tuve el honor de dirigirla en alguna película. Una DAMA con mayúsculas. Serena, amable, educada, dulce. Todo un ejemplo de actriz a la que admirar. Ella ha sido una de las actrices que ha conseguido que se me saltasen las lágrimas trabajando. Intento recordar en qué película fue, pero sólo me viene a la memoria una escena en la que su personaje estaba en una cama del hospital, en estado terminal, y sus palabras surgían tan verdaderas, tan de dentro, que sentí cómo se me encogía el corazón. Así era Gaby. Una actriz pausada, suave, pero que hacía su trabajo desde lo profundo de su pecho. Que no se nos olvide tu verdad, maestra.

     Por eso, desde la rabia que da perder a dos personas que suponen el ayer y el mañana de mi profesión, sólo puedo decir DESCANSAD EN PAZ, COMPAÑEROS.


domingo, 7 de julio de 2013

Ayer te vi


     Ayer te vi por las calles de Madrid.
     Encendías tu sonrisa y arrastrabas un candil.

    Un sombrero blanco de brillos sin luz volaba entre las miradas perdidas de sueños a medio despertar. Contoneabas tus caderas al son de una música imaginada y bordeabas el tul rojo de la bailarina sin cisne. Seres de la fantasía en un paisaje de sensaciones ocultas, de humanos tras su cerveza, y alegrías consumidas por la sombra de una sombrilla.

     Ayer te vi y noté en tus ojos ese deseo de más excelsos escenarios. Sin paseantes de esquiva mirada y desdén molesto. Con cientos de ojos vibrando en la oscuridad. Tu sonrisa dibujaba círculos en el aire con venas de humo. Y saltabas, saltabas incansablemente en busca de tu luna de fulgores invisibles. 

     No sé cuánto de pequeño podías ser, pero aparentabas grande, sobre los zancos de difícil equilibrio. Caminabas acompasadamente en tu danza de momentos perdidos, de futuros de ilusión y de esperanzas sencillas.

     Y un guiño de tus ojos me contó un cuento sin argumento. 


 

viernes, 28 de junio de 2013

El alma acallada


     Hoy no puedo ser gracioso. Hoy la tragedia se ha adueñado del escenario de mi mente. Tragedia de gritos ahogados y luces apagadas. Leo y no quiero leer, escucho y no quiero dar crédito a las palabras, miro y no veo nada. Siento... ¿qué siento? Ya no sé ni qué siento, porque nos están estrangulando el derecho a sentir. Siento el vacío, el silencio de soflamas mímicas.

     Hace unos días cerró el Teatro Arenal, ahora cierran el Arlequín y el Garaje Lumiere. La pasividad de todos, ¡sí, voy a decir de todos y sálvese quien pueda!, está haciendo que personas que se arriesgan, que apuestan por la cultura, auténticos héroes en este erial cultural, tengan que ¿claudicar? ante la imposibilidad manifiesta. Hace unos días me pasó a mí con un espectáculo donde había invertido tiempo y esfuerzo sin límite. Pero el dinero sí que tiene límite, y si el público no juega se acaba la partida. Pero esto es otro cantar.

      A lo que iba. Si un pueblo no considera el teatro y la cultura como algo más, si sólo lo ve como entretenimiento para pasar el rato, mal vamos. Se nos tapa la boca para decir lo que pensamos, para gritar lo que denunciamos, para llorar lo que nos duele. Se nos calla el teatro. Nos apagan las luces de la razón, los brillos de nuevas ideas, el claroscuro del debate. Nos apagan los focos del teatro. 

     Y, entre tanto silencio y oscuridad, caminamos agasajados de entretenimientos vanos, sin pensar que vamos aniquilando nuestro espíritu, nuestra expresión, nuestra creatividad, nuestra voz.

     Un pueblo que no defiende su teatro ha perdido su empuje para luchar por ser escuchado. Y llega la pobreza de espíritu. De ahí pasamos a la pobreza crematística, que tanto parece doler. Pero lo uno lleva a lo otro. ¿Qué vas a defender si no haces nada por salvar tus pensamientos?

     Un impuesto de lujo para un artículo necesario estrangula la cultura. Vergonzoso. Pero hay que hacer algo. No sigamos impasibles. 

     ¡Vayamos al teatro!



  

miércoles, 26 de junio de 2013

La fobia del tachón



     Todos tenemos fobias.

    Yo tengo una que se remonta a mi más tierna edad, cuando estudiaba Cuarto de EGB. Sí, antes estudiábamos Educación General Básica, no ESO que estudian ahora. 

     Ocurrió que, como ampliación a mi aprendizaje de literatura, me dediqué durante todo el curso escolar a recopilar información sobre gramática, autores y corrientes literarias. 
     Hay que tener en cuenta que en aquella época no existían los ordenadores ni las impresoras de ahora. Para los que habéis usado máquinas de escribir (no eléctricas) sabéis que debías escribir con mucho tiento para no cometer un error que arruinaría toda la página. También había la posibilidad del Tipp-ex, pero esto ya era una chapuza. La página debía salir impoluta, o al menos, esa era mi idea.

     Pues, como decía, dediqué más de siete meses a escribir mi resumen y a ilustrarlo con fotocopias y dibujos sobre los autores y sus obras. Todo ello recogido en un libro de más de doscientas páginas de tamaño folio (sí, antes del DIN A4 se usaba el folio) a una cara que mandé encuadernar para darle un aspecto más esmerado.

     Feliz iba yo con mi obra terminada, cuando el profesor, en lugar de alentarme por el extraordinario esfuerzo, se dedicó a marcar con rotulador rojo, ¡rotulador rojo!, algunos errores que observó en mi trabajo. Así quedó mi pulcra presentación inservible y enguarrada. No se limitó a decírmelo verbalmente, sino que echó por tierra todo mi cuidado, sin ninguna consideración.

     De ahí me viene esta aprensión que tengo a los tachones que algunos se empeñan en hacer en lo que otros han invertido su esfuerzo y buena intención. Sé que es una sensación exagerada, pero los traumas tienen este efecto.

     Resulta muy fácil tomar el rotulador y tachar textos. Lo difícil es escribirlos. 

     Debo reconocer que aquel profesor resultó ser un gran político, por algo llegó a ser alcalde de una ciudad floreciente. Pero en mí dejó sus marcas de rotulador rojo y algunas lagunas en la asignatura de Ciencias Sociales e Historia.